Psalms 138

Himno a la omnisciencia divina

1
1 ss. Por la belleza de la forma y la nobleza de los afectos, este Salmo es admirado por algunos como el primero del Salterio. Tú me penetras y me conoces: Si miramos a Dios como juez, no puede sorprendernos que nos penetre y conozca mejor que nosotros mismos. Pero si recordamos que es Padre, todo este Salmo nos sumerge en un abismo de suavidad, de gratitud, de alabanza como las que expresó María Santísima al ver que el Omnipotente había pensado en su nada y hacía en ella grandezas (Lucas 1, 46 ss.). Y esto, para los que con fe viva somos miembros de Cristo, no es cosa de ayer sino que “Él mismo (Padre) nos escogió antes de la creación del mundo” (Efesios 1, 4 ss. y notas). ¡Qué dignación la de un Dios que desciende hasta fijarse en nosotros! (Salmo 137, 6). ¡Qué motivo de confianza el saber que Él me conoce tan bien! ¡Y aun sé que el Esposo está todo vuelto hacia mí, como si no tuviera otro pensamiento (Cantar de los Cantares 7, 10), y que el Padre tiene contado hasta el último de mis cabellos, como no lo haría la madre más amorosa! (Lucas 12, 7; Isaías 66, 12).
Al maestro de coro. Salmo de David.
Yahvé, Tú me penetras y me conoces.
2Sabes cuando me siento
y cuando me levanto;
de lejos disciernes mis pensamientos.
3Si ando y si descanso Tú lo percibes,
y todos mis caminos te son familiares.
4
4. Tú ya la sabes toda: Y aunque ni siquiera sabemos orar, dice San Pablo, el Espíritu Santo lo hace por nosotros con gemidos inefables (Romanos 8, 26; cf. oración del domingo 11 de Pentecostés).
No está todavía en mi lengua la palabra,
y Tú, Yahvé, ya la sabes toda.
5Tú me rodeas por detrás y por delante,
y pones tu mano sobre mí.
6
6. Superior a mi alcance: San Juan de la Cruz ha hecho a este respecto una observación muy útil, diciendo que al ejercitar y aprovechar el conocimiento de Dios que vamos adquiriendo, sea cual fuere su grado, hemos de hacerlo teniendo siempre en cuenta el margen de lo que ignoramos, el cual es ilimitado, es decir, necesariamente mayor y superior a lo que sabemos. Esto nos hará apreciar más cada nueva noción sobre Dios que descubrimos en las Escrituras, pues la miraremos con la suma admiración del que sabe que se quedará corto y con el sumo encanto que siempre nos produce el misterio (cf. Salmo 91, 6; Eclesiástico 24, 29 y 38 y notas). Entonces buscamos ser espirituales para comprender mejor, sabiendo que nada significa para eso la inteligencia del que San Pablo llama “hombre psíquico” (I Corintios 2, 10 y 14; cf. Lucas 10, 21).
Maravillosa sobremanera
es para mí tal ciencia,
demasiado sublime,
superior a mi alcance.
7
7. Su amor me persigue incansablemente, implacablemente, “como un lebrel del cielo” (F. Thompson).
¿Adónde iré que me sustraiga a tu espíritu,
adónde huiré de tu rostro?
8
8. Al cielo: Cf. Salmos 113B, 16; 131, 14 y notas; II Paralipómenos 6, 30; Isaías 63, 15; Jeremías 23, 24; Amós 9, 2; Hechos 17, 27; I Timoteo 6, 16.
Si subiere al cielo, allí estás Tú;
si bajare al abismo, Tú estás presente.
9
9. Las alas de la aurora: Es decir, para volar con la velocidad de la luz: exquisita figura que denota la omnisciencia y omnipresencia de Dios.
Si tomare las alas de la aurora,
y me posare en el extremo del mar,
10también allí me conducirá tu mano,
y me tendrá asido tu diestra.
11
11 s. Aunque la noche sea la luz que me rodea, siempre me hallará mi Padre, porque Él es luz sin sombra (I Juan 1, 5) y las tinieblas mías no pueden sofocarla (Juan 1, 5; II Pedro 1, 19). Tal parece ser el sentido más claro de este texto (cf. Vaccari, Wutz).
Si dijera:
“Al menos las tinieblas me esconderán”,
y a modo de luz me envolviese la noche.
12las mismas tinieblas
no serían oscuras para Ti,
y la noche resplandecería como el día,
la oscuridad como la luz.
13
13 ss. El hebreo dice literalmente: Tú asentaste mis riñones, significando todo el interior del hombre, aun los pensamientos y la mente. Aplicado al Verbo encarnado tiene esto un sentido de incomparable sublimidad. Pero notemos que el Padre no obró así solo con Jesús, sino también con cada uno de nosotros, pues que el mismo Jesús nos dice que el Padre nos ama como a Él (Juan 17, 23 y 26; 16, 27). El texto de todo este pasaje es discutido y algunos alteran el orden de los hemistiquios y aun de los versículos. Hemos procurado evitarlo y aclarar el sentido según lo que aquí observa San Agustín: “Más vale que los gramáticos nos hagan algún reproche y no que seamos ininteligibles para el pueblo.” Cf. Wutz, Calès, Nácar-Colunga.
Tú formaste mis entrañas;
me tejiste en el seno de mi madre.
14Te alabo
porque te has mostrado maravilloso,
porque tus obras son admirables;
largamente conoces mi alma,
15y mi cuerpo no se te ocultaba,
aunque lo plasmabas en la oscuridad,
tejiéndolo bajo la tierra.
16
16. Dulce es para el creyente saber que su Padre celestial conoce de antemano sus actos y sus días, si piensa que Él lo cuida como a la niña de sus ojos (Salmos 22, 1 ss.; 55, 9; 122, 1 s.; 130, 1 s.) y que nada puede sucederle que no sea para su bien (Romanos 8, 28).
Tus ojos veían ya mis actos,
y todos están escritos en tu libro;
los días (míos) estaban determinados
antes de que ninguno de ellos fuese.
17
17. Cf. Salmo 91, 6. Este versículo según la Vulgata forma el Introito de la misa de los Apóstoles y dice: “Cuan honrados, oh Dios, son a mis ojos tus amigos. Su imperio ha llegado a ser sumamente poderoso.” Cf. Catecismo Romano 1, 13, 11.
Oh Dios ¡cuán difíciles de comprender
tus designios!
¡Cuán ingente es su número!
18
18. Mi duración sería como la tuya: Así también Páramo, lo cual da un sentido claro. Otros vierten: aún estoy contigo. La Vulgata dice: Me levanté y me hallo todavía contigo, texto que forma el Introito de Pascua de Resurrección: “Resurrexi et adhuc tecum sum.”
Si quisiera contarlos,
son más que las arenas;
si llegara al fin,
mi duración sería como la tuya.
19
19. Según algunas versiones, este anhelo imprecatorio (cf. Salmo 136, 8 s. y nota) tendría sentido profético: Ciertamente, oh Dios, matarás al impío (cf. Isaías 11, 4; II Tesalonicenses 2, 8; Apocalipsis 19, 15). Sobre el versículo 20, cf. Mateo 26, 63; I Timoteo 4, 1 ss.
¡Oh, si quitaras la vida,
oh Dios, al impío,
y se apartasen de mí
los hombres perversos!
20Porque con disimulo
se rebelan contra Ti;
siendo tus enemigos,
asumen tu Nombre en vano.
21
21 s. ¿Acaso no debo odiar? Así también Dom Dogliotti. Por lo mismo que amamos y buscamos a los amigos de nuestro Padre celestial (cf. Salmo 118, 63 y nota), también execramos a sus enemigos (Apocalipsis 2, 6). Pero no como odia el mundo, sino al contrario, deseándoles el mayor bien, pues sabemos que eso es lo que nuestro Padre desea. Cf. Salmos 25, 5; 118, 158; Ezequiel 18, 23; Mateo 5, 44 s-; Juan 15, 8. Si bien se ve aquí, pues, un sentimiento distinto de cuando se trata de los enemigos nuestros —en cuyo caso el perdón y el amor se imponen siempre (Mateo 5, 43-48; 18, 21 ss.)— no hemos de sentirnos autorizados a usar de la violencia aun con los enemigos de Dios, pues Él es el único dueño y juez de las almas (Deuteronomio 32, 35; Hebreos 10, 30). David se limita a plantear el caso delante de Dios (versículo 19) para que sea Él quien resuelva, por lo demás, no se trata aquí de simples pecadores —a quienes debemos compadecer pensando que bien podríamos ser nosotros peores que ellos— sino de los que, como Caifás, erguidos contra todas las leyes de Dios, aún pretenden hablar en su Nombre (versículo 20) y condenan por blasfemia a Cristo y a sus discípulos (Mateo 26, 63 y ss.; Hechos 4, 1 ss.). Cf. Salmo 118, 53 y nota.
¿Acaso no debo odiar, Yahvé,
a los que te odian,
y aborrecer a los que contra Ti se enaltecen?
22Los odio con odio total;
se han hecho mis propios enemigos.
23
23. Nada sosiega más que esta oración en la cual llamamos al Espíritu Santo para que tome las riendas de nuestra vida y nos libre de nosotros mismos, poniendo a prueba no nuestra resistencia al dolor (Lucas 11, 4 y nota), ni nuestras virtudes o sea nuestra justicia, que no puede existir delante de Él (Salmo 142, 2), sino la rectitud de nuestro corazón, de nuestras intenciones, de nuestro camino (cf. Salmo 25, 2; Proverbios 4, 23). Y lo más consolador es el saber que todo el que hace este pedido lo obtiene sin la menor duda, pues no hay cosa que sea de mayor agrado para Dios. Cf. Salmo 142, 10 y nota; Lucas 11, 13; Santiago 1, 5; I Tesalonicenses 4, 3-8, etc. Este último rasgo, bien davídico, es un argumento en favor de su paternidad que tantos modernos le disputan. Fillion la defiende insistiendo en que “la notable belleza de este cántico, su alto lirismo, su majestad y su originalidad convienen perfectamente a dicho príncipe” y añadiendo: “¿quién sabe si sus aramaísmos no existían ya en tiempo de David?”
Escudríñame, oh Dios, y explora mi corazón,
examíname y observa mi intimidad;
24
24. La senda antigua: Otros vierten eterna. Como señala Gramática, se trata de la que muestra Jeremías 6, 16 y 18, 15: el retorno a las primitivas enseñanzas de Dios por oposición a la “vanidad de un culto exterior sin rectitud interna”. Con esta enseñanza, concordante con la de San Pablo acerca de la auténtica tradición (I Timoteo 6, 20 y nota), termina un Salmo que, según el Cardenal Faulhaber, “se eleva a las más altas cumbres de la penetración teológica”.
mira si ando por el falso camino,
y condúceme por la senda antigua.
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