Psalms 16

Plegaria del perseguido

1
1. David es perseguido por implacables enemigos, entre los cuales descuella uno por su ferocidad, probablemente Saúl. De ser así, este Salmo fue compuesto tal vez en la situación peligrosa que se pinta en I Reyes 23, 25 ss. Es una oración ideal para los que sufren persecución a causa de la fe (cf. Mateo 5, 10; Juan 16, 1-4). “Que no brota de labios hipócritas”: Aquí lo vemos todo entero a David, con esa alma desnuda, tan amada de Dios. Nada tiene él que invocar de propio, pues bien sabe que “ningún viviente es justo delante de Dios” (Salmo 142, 2), pero una sola cosa puede alegar y es que no está ocultando al Señor la verdad, esa verdad de su propia miseria. ¿No es acaso esa sinceridad lo que mueve a Dios a justificarnos, como lo vemos en el Miserere? Cf. Salmo 50, 8 y nota.
Oración de David.
Escucha, oh Yahvé, una justa demanda;
atiende a mi clamor;
oye mi plegaria,
que no brota de labios hipócritas.
2
2. Que seas Tú quien me juzgue y no otro, porque solo Tú eres sabio, y además eres misericordioso. Tales sentimientos, que el Espíritu Santo puso en el exquisito corazón de David y que fácilmente podemos hacer nuestros al rezar este Salmo, nos llenan de consuelo y dan al Señor grandísima gloria, porque son un supremo acto de fe, de amor y de esperanza.
Que mi sentencia venga de Ti;
tus ojos ven lo que es recto.
3Si escrutas mi corazón,
si me visitas en la noche,
si me pruebas por el fuego,
no encontrarás malicia en mí.
4
4. Es la oración del predicador y del apóstol que busca, antes que la sabiduría humana, la Palabra de Dios y todo lo afronta por ella (cf. Salmo 39, 10 ss.; I Pedro 4, 11; Romanos 3, 19, etc.). El ansia de los apóstoles era anunciar la Palabra con toda libertad, es decir a pesar de las amenazas contrarias (Hechos 4, 29 y 31; 9, 27; 14, 3; 18, 26; Filipenses 1, 14; Efesios 6, 19; Col. 4, 3), “para que la Palabra de Dios corra y sea glorificada” (II Tesalonicenses 3, 1). Véase la norma de Jesús en Mateo 10, 27.
Que jamás mi boca se exceda
a la manera de los hombres.
Ateniéndome a las palabras de tus labios,
he guardado los caminos de la Ley.
5
5. Si sus pasos no titubearon fue gracias a que escogió ese camino que está en las palabras de Dios. En Salmo 17, 37 vemos que sus pies no flaquearon porque Dios “le ensanchó la entrada”.
Firmemente se adhirieron
mis pasos a tus senderos,
y mis pies no han titubeado.
6Te invoco, oh Dios,
porque sé que Tú responderás;
inclina a mi tu oído,
y oye mis palabras.
7Ostenta tu maravillosa misericordia,
oh Salvador
de los que se refugian en tu diestra,
contra tus enemigos.
8
8. Como a la niña de tus ojos: ¡Qué audacia! ¿Quién se atrevería a decir eso a un rey? Solo un hijo que se sabe amadísimo habla así. Es el lenguaje de la fe; por eso le dice resueltamente en el versículo 6: te invoco porque sé que Tú responderás. “¡Oh si el frecuentar esta oración nos hiciera crecer en la fe hasta llegar a esa certeza!” ¿Y acaso podríamos dudar de que así será si lo hacemos? No hay nada tan importante como creer que Dios es bueno y que nos ama. Y sin duda es también lo más difícil, pues pocos lo creen de veras.” Cf. Efesios 2, 4 y nota. Bajo la sombra de tus alas: Análoga expresión usa el Señor Jesús en Mateo 23, 27. “Dos alas tiene Dios: su misericordia y su verdad; con la misericordia mira a los pecadores: con la verdad a los justos” (San Buenaventura).
Cuídame como a la niña de tus ojos,
escóndeme bajo la sombra de tus alas
9de la vista de los impíos
que me hacen violencia,
de los enemigos furiosos que me rodean.
10
10. Elocuente definición del fariseo: cerrado para no entender y no tener que humillarse (Mateo 13, 15; Hechos 28, 27; Juan 3, 19).
Han cerrado con grasa su corazón;
por su boca habla la arrogancia.
11
11 s. En Juan 15, 20 Jesús nos previene que este espionaje que hicieron con Él lo harán igualmente con los que seamos sus discípulos. Cf. Marc. 3, 2; Lucas 6, 7; 14, 1; 20, 20. Cf. Lucas 12, 3 y nota.
Ahora me rodean espiando,
con la mira de echarme por tierra,
12cual león ávido de presa,
como cachorro que asecha en su guarida.
13
13 s. La vehemencia de sentimientos del santo rey acumula aquí tantos conceptos que el pasaje ha quedado oscuro y con muchas variantes. Al final expresa la falaz prosperidad del impío, mientras el justo vive de su fe (Romanos 1, 17). En seguida vemos el triunfo de esta en el versículo 15.
Levántate, Yahvé, hazle frente y derríbalo,
líbrame del perverso con tu espada;
14y con tu mano, oh Yahvé,
líbrame de estos hombres del siglo,
cuya porción es esta vida,
y cuyo vientre Tú llenas con tus dádivas;
quedan hartos sus hijos,
y dejan sobrante a los nietos.
15
15. Con tu gloria: Con verte glorioso; otros traducen: “con tu semejanza” (cf. Filipenses 3, 20 s.). Santo Tomás concluye su himno Pange Lingua pidiendo igualmente a Jesús: “que, viendo revelada tu faz, sea yo feliz al contemplar tu gloria” (cf. Juan 17, 24 y nota). Así David consiente en no ser feliz hasta ver el rostro del Salvador. Desprecia esos bienes que a veces son prodigados a los hombres mundanos que confían en este siglo enemigo de Dios (versículo 14), y es como si le dijera a Cristo: no son tus dones lo que yo deseo, eres Tú (cf. Salmo 26, 8). Como David, todos los que amamos a Jesús seremos saciados cuando aparezca en su gloria triunfante (cf. Apocalipsis 19, 11 ss.; 22, 12; I Tesalonicenses 4, 16-17; Marcos 9, 1). Según el Catecismo del Concilio de Trento, debemos anhelarlo como los Patriarcas suspiraban por la primera venida. Digámosle, pues, constantemente la oración con que termina toda la Biblia y que es como su coronamiento y su fruto: “¡Ven, oh Señor Jesús!” (Apocalipsis 22, 20 y nota; cf. Isaías 64, 1).
Yo, empero, con la justicia tuya
llegaré a ver tu rostro;
me saciaré al despertarme, con tu gloria.
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