‏ 1 Kings 17

El profeta Elías

1
1. Como otro Melquisedec aparece repentinamente el profeta Elías. Nada dice la Sagrada Escritura de su familia ni de su vocación al duro cargo de profeta que desempeñó con una intrepidez nunca vista en el reino de Israel. Tesbita: de Tesbe o Tisba, ciudad de Galaad, hoy Mar Elías, que significa San Elías.
Elías tesbita, uno de los habitantes de Galaad, dijo a Acab: “Vive Yahvé, el Dios de Israel, a quien yo sirvo, que no habrá en estos años ni rocío ni lluvia, sino por mi palabra.”
2Entonces llegó a él esta orden de Yahvé: 3“Vete de aquí, y dirígete hacia el oriente, y escóndete junto al arroyo Carit, que está al este del Jordán. 4Beberás del arroyo, y he mandado a los cuervos que te den allí el sustento.” 5Partió e hizo según la orden del Señor; y fue a instalarse junto al arroyo Carit, que corre al este del Jordán. 6Los cuervos le traían pan y carne por la mañana, y pan y carne por la tarde, y bebía del arroyo.

Elías en Sarepta

7Pasado cierto tiempo se secó el arroyo, porque no había caído lluvia en el país. 8Entonces le fue dada esta orden de Yahvé: 9
9. Sarepta, hoy Sarafand, ciudad de Fenicia, al norte de Tiro. La viuda pagana, a la cual fue enviado el profeta, representa, en sentir de San Agustín, la Iglesia de los gentiles, “Ecclesia gentium” que formamos nosotros, llamados misericordiosamente, desde la orfandad del paganismo, a compartir la herencia del pueblo escogido Israel. Cf. Efesios 2, 12 ss.; Romanos 11, 17 ss.
“Levántate y vete a Sarepta, que pertenece a Sidón, y habita allí. He aquí que he mandado allí a una mujer viuda que te sustente.”
10Se levantó y marchó a Sarepta; y al llegar a la entrada de la ciudad, he aquí que allí estaba una mujer viuda que recogía leña. La llamó y dijo: “Dame, por favor, en un vaso un poco de agua para beber.” 11Y ella fue a buscarla. La llamó de nuevo y dijo: “Tráeme también, por favor, un bocado de pan en tu mano.” 12Ella respondió: “Vive Yahvé, tu Dios, que no tengo nada cocido, sino tan solo un puñado de harina en la tinaja, y un poco de aceite en la vasija; y he aquí que estoy recogiendo dos pedacitos de leña para ir a cocer (este resto) para mí y mi hijo, a fin de comerlo, y luego morir.” 13Elías le dijo: “No temas, anda y haz como has dicho; pero haz de ello primero para mí una pequeña torta, que me traerás aquí fuera y después cocerás para ti y tu hijo. 14Porque así dice Yahvé, el Dios de Israel: La harina en la tinaja no se agotará, ni faltará nada en la vasija de aceite, hasta el día en que Yahvé deje caer lluvia sobre la tierra.” 15
15. La viuda de Sarepta es uno de los grandes ejemplos bíblicos de lo que es la fe, semejante a la de Abrahán. Sin ninguna garantía visible, y apoyada solo en el crédito que ella da a la palabra de Elías, no vacila en dar a este lo único que tenía para no morir de hambre ella y su hijo. Ni siquiera sospecha del aparente egoísmo del profeta, que pretende comer antes que ella. ¡Oh lección admirable y digna de ser recordada cada día y a cada instante! Porque lo que nos falta siempre es eso: la fe, el dar crédito a Dios sin dudar, sin temer que fallen sus promesas, como no le fallaron a Abrahán, ni a esta viuda, ni a nadie que haya puesto en el Señor su confianza. Comentando este pasaje, dice San Jerónimo: “La viuda de Sarepta, a punto de morir de hambre juntamente con sus hijos, obtuvo comida para alimentar al profeta; de manera milagrosa se llenó la alcuza de aceite, y el que había venido para comer, dio comida... En nuestros días muchos parecen expresar, aunque no con palabras sino por sus obras y su vida: Fe y misericordia no tengo; pero lo que tengo, plata y oro, no te lo doy” (A Eustoquia). Imitador de aquella noble viuda de Sarepta fue San Exuperio, obispo de Tolosa, del cual dice San Jerónimo que, “padeciendo él mismo, daba de comer a otros, y teniendo el rostro pálido por sus ayunos, sufría por el hambre de los demás y daba toda su hacienda a las entrañas de Cristo, que son los pobres” (A Rústico). Reconozcamos cuán lejos estamos de esa fe, y pidámosla con ansia al Único que puede darla, diciendo como los Apóstoles a Jesús: “¡Auméntanos la fe!” (Lucas 17, 5). “Felices cuantos confían en Él” (Salmo 2, 13).
Ella fue e hizo como había dicho Elías; y muchos días comieron ella y él y la casa de ella,
16sin que se agotase en la tinaja la harina ni faltase aceite en la vasija, según la palabra que Yahvé había dicho por boca de Elías.

Elías resucita al hijo de la viuda

17Después de estas cosas cayó enfermo el hijo de la mujer, dueña de la casa, y fue su enfermedad muy grave, de suerte que quedó sin respiración. 18
18. La buena mujer está convencida de que por no haber tratado al profeta con el debido respeto, Dios la castigaba con la muerte de su hijo. Vuelve a hacer un acto de fe en Dios, entregando sin vacilar el niño al santo varón, y el Señor que ya había premiado su fe con el milagro de los alimentos vuelve a premiarla con el milagro de la resurrección.
Dijo entonces ella a Elías: “¿Qué tengo yo que ver contigo, oh varón de Dios? ¿Has venido a mi casa para traer a la memoria mi pecado y matar a mi hijo?”
19Contestó él: “Dame tu hijo”, y tomándolo del regazo de ella, lo llevó a la cámara alta donde él habitaba y lo acostó sobre su cama; 20
20. “Sencilla pero ardiente súplica del profeta, que de una manera admirable hace valer su derecho a ser atendido, mostrando que es para Dios una cuestión de honor el compadecerse de la viuda que con tanta generosidad ha recibido al enviado de Yahvé” (Fillion).
e invocando a Yahvé dijo: “¡Oh Yahvé, Dios mío! ¿Cómo es que has hecho mal a la viuda que me ha dado hospedaje, haciendo morir a su hijo?”
21
21. Tendiéndose tres veces sobre el niño, como para hacer pasar su propia vida al cuerpo muerto del niño: imagen admirable, dice San Agustín, de lo que hizo el Verbo Divino para la resurrección espiritual del hombre. De manera semejante se comporta el profeta Eliseo en IV Reyes 4, 34, y San Pablo en Hechos 20, 10.
Y tendiéndose tres veces sobre el niño e invocando a Yahvé dijo: “¡Oh Yahvé, te ruego, haz que vuelva el alma de este niño a su cuerpo!”
22Oyó Yahvé la voz de Elías, y volvió el alma del niño a entrar en su cuerpo y revivió. 23Luego Elías tomó al niño, y bajándolo de la cámara alta a la casa, lo entregó a su madre, y le dijo Elías: “¡Mira, tu hijo vive!” 24Entonces dijo la mujer a Elías: “Ahora conozco que eres varón de Dios, y que la palabra de Yahvé en tu boca es verdad.”
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