2 Maccabees 6
Profanación del Templo
1 ▼▼1. Véase I Macabeos 1, 43-67. Un senador de Antioquía: El griego dice: un senador de Atenas. Allí se encontraba a la sazón Antíoco para dedicar un templo a Júpiter Olímpico.
De allí a poco tiempo envió el rey un senador de Antioquía, para que compeliese a los judíos a abandonar las leyes de su Dios y de sus padres, 2 ▼▼2. Júpiter extranjero, mejor: Júpiter hospitalario. La segunda parte del versículo debe decir: por ser hospitalarios los habitantes de aquel lugar.
y para profanar el Templo de Jerusalén, y consagrarle a Júpiter Olímpico, como también el de Garizim a Júpiter Extranjero, por ser extranjeros los habitantes de aquel lugar. 3Así que se vio caer entonces de un golpe sobre todo el pueblo un diluvio terrible de males; 4 ▼▼4 ss. En esta tremenda pintura de la degeneración del pueblo santo se nos enseña, como en muchos otros pasajes de la Sagrada Escritura, que es mejor no acudir al templo que entrar en él en forma irreverente, como tanto suele verse hoy en los trajes de las mujeres y también en aquellos hombres de vida públicamente irreligiosa, que frecuentan la misa y los sacramentos hipócritamente. Tengamos presente en nuestro apostolado este criterio de Dios para no forzar a las almas, con un falso celo, a cometer sacrilegios recibiendo los sacramentos sin tener la fe.
porque el Templo estaba lleno de lascivias y de glotonerías propias de los gentiles, y de hombres disolutos mezclados con rameras, y de mujeres que entraban con descaro en los lugares sagrados, llevando allí cosas que no era lícito llevar. 5El mismo altar se veía lleno de cosas ilícitas y prohibidas por las leyes. Idolatría y persecución de los que guardaban la Ley
6No se guardaban ya los sábados, ni se celebraban las fiestas solemnes del país, y nadie se atrevía a confesar sencillamente que era judío. 7 ▼▼7. Baco o Dionisos, dios de la alegría carnal. En su honor la gente se adornaba de coronas de hiedra.
El día de cumpleaños del rey los hacían ir a viva fuerza a los sacrificios; y cuando se celebraba la fiesta de Baco, los precisaban a ir por las calles coronados de yerba en honor de dicho ídolo. 8A sugestión de los de Tolemaida se publicó en las ciudades de los gentiles vecinas un edicto por el cual se les daba facultad para obligar en aquellos lugares a los judíos a que sacrificasen; 9y para quitar la vida a todos aquellos que no quisiesen acomodarse a las costumbres de los gentiles. Así, pues, no se veía otra cosa más que miserias. 10 ▼▼10. Cf. I Macabeos 1, 63 s.
En prueba de ello, habiendo sido acusadas dos mujeres de haber circuncidado a sus hijos, las pasearon públicamente por la ciudad, con los hijos colgados a sus pechos, y después las precipitaron desde lo alto de la muralla. 11Asimismo, algunos otros que se juntaban en las cuevas vecinas para celebrar allí secretamente el día del sábado, habiendo sido denunciados a Filipo, fueron quemados vivos; porque tuvieron escrúpulo de defenderse por respeto a la religión y a la observancia. Dios castiga a su pueblo solo para convertirlo
12Ruego ahora a los que lean este libro, que no se escandalicen a vista de tan desgraciados sucesos; sino que consideren que estas cosas acaecieron, no para exterminar, sino para corregir a nuestra nación. 13Porque señal es de gran misericordia hacia los pecadores, el no dejarlos vivir largo tiempo a su antojo, sino aplicarles prontamente el azote. 14 ▼▼14. Sobre el juicio de las naciones véase Joel capítulo 3, 16. ¡Qué doctrina tan admirable y consoladora! La vemos confirmada por San Pablo en Hebreos 12, 7 ss. Dios castiga al que ama. “Yo a los que amo los reprendo y los castigo” (Apocalipsis 3, 19). La corrección que nos viene de Dios, es el sumo bien del alma, la ilumina, la purifica y la lleva a la conversión. “Las correcciones son para los pecadores lo que un bálsamo excelente es para el herido. El enfermo que rechaza al médico, es un insensato. Tan insensato es el que no recibe con reconocimiento la corrección” (San Juan Crisóstomo).
En efecto, el Señor no se porta con nosotros como con las demás naciones, a las cuales sufre con paciencia para castigarlas en el día del juicio, colmada que sea la medida de sus pecados. 15No así con nosotros, sino que nos castiga sin esperar a que lleguen a su colmo nuestros pecados. 16Y así, nunca retira de nosotros su misericordia, y cuando aflige a su pueblo con adversidades, no lo desampara. 17Mas baste esto que hemos dicho, para que estén advertidos los lectores; y volvamos ya a tomar el hilo de la historia. Martirio de Eleázaro
18 ▼▼18. No debe confundirse a este gran mártir con el guerrero Eleonor, muerto también heroicamente (I Macabeos 6, 43 ss.). El mártir Eleázaro, era doctor de la Ley y probablemente sacerdote.
Eleázaro uno de los primeros doctores de la Ley, varón de edad provecta, y de venerable presencia, fue estrechado a comer carne de cerdo, y se le quería obligar a ello abriéndole por fuerza la boca. 19 ▼▼19. Al suplicio: El griego indica cierto instrumento de martirio, una rueda sobre la cual los verdugos estiraban las víctimas. Véase Hebreos 11, 35.
Mas él, prefiriendo una muerte llena de gloria a una vida aborrecible, caminaba voluntariamente por su pie al suplicio. 20Y considerando cómo debía portarse en este lance, sufriendo con paciencia, resolvió no hacer por amor a la vida ninguna cosa ilícita. 21 ▼▼21. Nótese cuan peligrosos son para la rectitud del alma los acomodos del mundo con su ternura y compasión sentimental. No se trataba aquí del acto material de comer la carne, sino del público homenaje de obediencia al Divino Padre que la prohibía. Así dice Jesús que confesará delante del Padre a los que le hayan confesado ante el mundo (Mateo 10, 32).
Pero los que se hallaban presentes, movidos de una injusta compasión, y en atención a la antigua amistad que con él tenían, tomándole aparte, le rogaban que les permitiese traer carnes de las que le era lícito comer, para poder así aparentar que había cumplido la orden del rey, de comer de las carnes del sacrificio; 22a fin de que de esta manera se libertase de la muerte. De esta especie de humanidad usaban con él por un efecto de la antigua amistad que le profesaban. 23Pero Eleázaro, dominado de otros sentimientos dignos de su edad y de sus venerables canas, como asimismo de su antigua nativa nobleza, y de la buena conducta que había observado desde niño, respondió en el acto, conforme a los preceptos de la Ley santa establecida por Dios, y dijo que más bien quería morir. 24 ▼▼24. San Ambrosio, San Cipriano, San Gregorio Nacianceno y otros Padres elogian la virtud y fortaleza de Eleázaro llamándole Protomártir del Antiguo Testamento, por la gloria de su martirio, “bien superior a Sócrates y comparable a los mártires de la Ley de gracia” (Nácar-Colunga).
“Porque no es decoroso a nuestra edad, les añadió, usar de esta ficción; la cual sería causa que muchos jóvenes, creyendo que Eleázaro en la edad de noventa años se había pasado a la vida de los gentiles, 25 ▼▼25. Es el mismo criterio que señala San Pablo con respecto a los actos que pueden escandalizar a los débiles (I Corintios 8, 1-13).
cayesen en error a causa de esta ficción mía, por conservar yo un pequeño resto de esta vida corruptible; además de que echaría sobre mi ancianidad la infamia y execración. 26 ▼▼26. Clara afirmación de la inmortalidad del alma, que raras veces se halla tan claramente expresada en el Antiguo Testamento. Cf. 7, 9 ss. y 36 y notas.
Fuera de esto, aun cuando pudiese librarme al presente de los suplicios de los hombres, no podría yo, ni vivo ni muerto, escapar de las manos del Todopoderoso. 27Por lo cual muriendo valerosamente, me mostraré digno de la ancianidad a que he llegado; 28y dejaré a los jóvenes un ejemplo de fortaleza si sufriere con ánimo pronto y constante una muerte honrosa por la Ley más santa y venerable.” Luego que acabó de decir esto, fue conducido al suplicio. 29Y aquellos que le llevaban, y que poco antes se le habían mostrado muy humanos, pasaron a un extremo de furor por las palabras que había dicho; las cuales creían efecto de arrogancia. 30 ▼▼30. Padece de buena gana: El bien que los mártires esperaban, dice San Agustín, era tan grande y seguro; la recompensa que se les prometía, tan gloriosa, y su posesión tan dulce, que la luz de la tierra no era nada para ellos; despreciaban los suplicios, y su corazón nadaba en la alegría.
Estando ya para morir a fuerza de golpes que descargaban sobre él, lanzó un suspiro, y dijo: “Señor, Tú que tienes la ciencia santa, Tú sabes bien que habiendo yo podido librarme de la muerte, sufro en mi cuerpo atroces dolores; pero mi alma los padece de buena gana por temor tuyo.” 31De esta manera murió Eleázaro, dejando no solamente a los jóvenes, sino también a toda su nación, en la memoria de su muerte, un dechado de virtud y de fortaleza.
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