‏ 2 Maccabees 9

Cólera y humillación de Antíoco

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1 ss. Véase los relatos paralelos en I Macabeos 6, 1-16, II Macabeos 1, 13-16, y la nota puesta a II Macabeos 1, 16.
A este tiempo volvió Antíoco ignominiosamente de Persia;
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2. Persépolis: capital de Persia. Cf. I Macabeos 6, 1, donde se habla de Elimaida.
pues habiendo entrado en la ciudad de Persépolis, e intentado saquear el templo y oprimir la ciudad, corrió todo el pueblo a tomar las armas, y le puso en fuga con todas sus tropas, por lo cual volvió atrás vergonzosamente.
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3. Ecbátana: capital de la Media, al norte de Persia, hoy día Hamadán.
Y llegado que hubo cerca de Ecbátana, recibió la noticia de lo que había sucedido a Nicanor y a Timoteo.
4Con lo que montando en cólera, pensó desfogarla en los judíos, y vengarse así del ultraje que le habían hecho los que le obligaron a huir. Por tanto, mandó que anduviese más aprisa su carroza, caminando sin pararse, impelido para ello del juicio del cielo, por la insolencia con que había dicho: Que él iría a Jerusalén, y la convertiría en un cementerio de cadáveres hacinados de judíos.

5Mas el Señor Dios de Israel, que ve todas las cosas, le hirió con una llaga interior e incurable. Pues apenas había acabado de pronunciar dichas palabras, le acometió un acerbo dolor de entrañas, y un terrible cólico; 6y a la verdad que bien lo merecía, puesto que él había desgarrado las entrañas de otros con muchas y nuevas maneras de tormentos. Mas no por eso desistía de sus malvados designios. 7De esta suerte, lleno de soberbia, respirando su corazón llamas contra los judíos, y mandando acelerar el viaje, sucedió que, corriendo furiosamente, cayó de la carroza, y con el grande golpe que recibió, se le quebrantaron los miembros del cuerpo. 8Y aquel que lleno de soberbia quería levantarse sobre la esfera de hombre, y se lisonjeaba de poder mandar aun a las olas del mar, y de pesar en una balanza los montes más elevados, humillado ahora hasta el suelo, era conducido en una silla de manos, presentando en su misma persona un manifiesto testimonio del poder de Dios. 9
9. De la misma manera castigó Dios a Herodes Agripa (Hechos de los Apóstoles 12, 23).
Pues hervía de gusanos el cuerpo de este impío, y aun viviendo se le caían a pedazos las carnes en medio de los dolores, y ni sus tropas podían sufrir el mal olor y fetidez que de sí despedía.
10Así el que poco antes se imaginaba que podría alcanzar con la mano las estrellas del cielo, se hizo insoportable a todos, por lo intolerable del hedor.

Arrepentimiento del rey perverso

11Derribado de este modo de su extremada soberbia, comenzó a entrar en conocimiento de sí mismo, estimulado del azote de Dios, pues crecían por momentos sus dolores. 12
12 ss. La oración de Antíoco no encierra contrición, como a primera vista parece, porque su espíritu no era recto, según se ve en el versículo 26. Véase Eclesiástico 34, 23. De lo contrario, la misericordia lo habría alcanzado infaliblemente (Salmo 50, 19).
Y como ni el mismo pudiese ya sufrir su hedor, dijo así: “Justo es que el hombre se sujete a Dios, y que un mortal no pretenda apostárselas a Dios”.
13Mas este malvado rogaba al Señor, del cual no había de alcanzar misericordia; 14y siendo así que antes se apresuraba a ir a la ciudad para arrasarla, y hacer de ella un cementerio de cadáveres amontonados, ahora deseaba hacerla libre; 15
15. Nótese el soberbio desprecio por el pueblo de Dios: consideraba un gran favor para un judío al igualarlo a un pagano griego. Algunos creen que aquí se trata de un error del copista, y proponen antioquenos en vez de atenienses.
prometiendo asimismo igualar con los atenienses a estos mismos judíos, a quienes poco antes había juzgado indignos de sepultura, y les había dicho que los arrojaría a las aves de rapiña, y a las fieras, para que los despedazasen, y que acabaría hasta con los niños más pequeños.
16Ofrecía también adornar con preciosos dones aquel Templo santo que antes había despojado, y aumentar el número de los vasos sagrados, y costear de sus rentas los gastos necesarios para los sacrificios; 17y además de esto, hacerse él judío, e ir por todo el mundo ensalzando el poder de Dios.

Carta de Antíoco a los judíos

18Mas como no cesasen sus dolores, porque al fin había caído sobre él la justa venganza de Dios, perdida toda esperanza, escribió a los judíos una carta, en forma de súplica, del tenor siguiente: 19“El rey y príncipe Antíoco, a los judíos, excelentes ciudadanos, mucha salud y bienestar, y toda prosperidad. 20Si gozáis de salud, tanto vosotros como vuestros hijos, y si os sucede todo según lo deseáis, nosotros damos por ello muchas gracias. 21Hallándome yo al presente enfermo, y acordándome benignamente de vosotros, he juzgado necesario, en esta grave enfermedad que me ha acometido a mi regreso de Persia, atender al bien común, dando algunas disposiciones; 22no porque desespere de mi salud, antes confío mucho que saldré de esta enfermedad. 23Mas considerando que también mi padre al tiempo que iba con su ejército por las provincias altas, declaró quién debía reinar después de su muerte, 24con el fin de que si sobreviniese alguna desgracia, o corriese alguna mala noticia, no se turbasen los habitantes de las provincias, sabiendo ya quién era el sucesor en el mando; 25
25. Mi hijo: Antíoco V Eupator que reinó de 164 a 162 a. C. La carta aludida debió hallarse en el libro de Jasón. El autor sagrado no la publica.
y considerando además que cada uno de los confinantes y poderosos vecinos está acechando ocasión favorable, y aguardando los sucesos, he designado por rey a mi hijo Antíoco, el mismo a quien yo muchas veces, al pasar a las provincias altas de mis reinos, recomendé a muchos de vosotros, y al cual he escrito lo que más abajo veréis.
26Por tanto, os ruego y pido que acordándoos de los beneficios que habéis recibido de mí en común y en particular, me guardéis todos fidelidad a mí y a mi hijo. 27Pues confío que él se portará con moderación y dulzura, y que siguiendo mis intenciones será vuestro favorecedor.”

Muerte de Antíoco

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28. Del mismo modo: Vemos aquí cumplida, también en el tiempo, la sentencia que Jesús anuncia para el juicio eterno (Mateo 7, 2).
En fin, herido mortalmente este homicida y blasfemo, del mismo modo que él había tratado a otros, acabó su vida en los montes, lejos de su patria, con una muerte infeliz.
29Filipo, su hermano de leche, hizo trasladar su cuerpo, y temiéndose del hijo de Antíoco, se fue para Egipto a Ptolomeo Filometor.
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