‏ Acts 5

Ananías y Safira

1Un hombre llamado Ananías, con Safira, su mujer, vendió una posesión
1 ss. Este extraordinario episodio nos muestra que, aun entre la pureza de aquella era apostólica, tan parecida en eso a la edad de oro anunciada por los profetas, Satanás (v. 3) seducía sin embargo algunas almas, como que no tardó en seducir a muchas (Flp. 2, 21; 2 Tm. 4, 9 y 14 ss.; 1 Jn. 2, 18 s.; 3 Jn. 9 s.; Judas 4 ss., etc.). Con elocuencia insuperable, S. Pedro nos descubre la obra diabólica que deforma el corazón de aquel infeliz matrimonio, empeñándolo en realzar una obra que no era obligatoria, e impidiéndole poner en ella el amor que es lo único que valoriza las obras (1 Co. 13, 1 ss.; 2 Co. 9, 7; Flm. 14; Hb. 13, 17; Si. 35, 11, etc.). Por donde la obra, lejos de valerle, fue su ruina; porque Dios no necesita de nuestros favores (Jb. 13, 7 s. y notas), pero sí exige la rectitud del corazón (Jn. 1, 47 y nota). S. Pablo revela cómo se quemarán tristemente tales obras (1 Co. 3, 12 ss.).
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2pero retuvo parte del precio, con acuerdo de su mujer, y trayendo una parte la puso a los pies de los apóstoles. 3Mas Pedro dijo: “Ananías, ¿cómo es que Satanás ha llenado tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo, reteniendo parte del valor del campo? 4Quedándote con él ¿no era tuyo? Y aun vendido ¿no quedaba (el precio) a tu disposición? ¿Por qué urdiste tal cosa en tu corazón? No has mentido a hombres sino a Dios”. 5Al oír Ananías estas palabras, cayó en tierra y expiró. Y sobrevino un gran temor sobre todos los que supieron. 6Luego los jóvenes se levantaron, lo envolvieron y sacándolo fuera le dieron sepultura. 7Sucedió entonces que pasadas como tres horas entró su mujer, sin saber lo acaecido; 8a la cual Pedro dirigió la palabra: “Dime, ¿es verdad que vendisteis el campo en tanto?” “Sí, respondió ella, en tanto”. 9Entonces Pedro le dijo: “¿Por qué os habéis concertado para tentar al Espíritu del Señor? He aquí a la puerta los pies de aquellos que enterraron a tu marido, y te llevarán también a ti”. 10Al momento ella cayó a sus pies y expiró; con que entraron los jóvenes, la encontraron muerta y la llevaron para enterrarla junto a su marido
10. Pedro no ejerce aquí un poder de quitar la vida, sino que obra como profeta, declarando el castigo que enviaba Dios (cf. el caso de Eliseo en el camino de Betel; 2 R. 2, 23 ss.). S. Agustín supone que de esta muerte corporal se sirvió la divina misericordia para evitarles la muerte eterna. Así enseña también S. Pablo que la Eucaristía mal recibida es causa de que mueran muchos corporalmente (1 Co. 11, 30).
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11Y se apoderó gran temor de toda la Iglesia y de todos los que oyeron tal cosa
11. Sobre este castigo, que fue ejemplar para todos, dice el Crisóstomo: “Tú podías guardar lo que era tuyo. Entonces ¿por qué consagrarlo si lo habías de tomar de nuevo? Tu conducta muestra un soberano desprecio. No merece, perdón”.
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Milagros de los apóstoles

12Hacíanse por manos de los apóstoles muchos milagros y prodigios en el pueblo; y todos se reunían de común acuerdo en el pórtico de Salomón
12 ss. Cf. 8, 12 y nota; 19, 12; cap. 28, etc. Estos milagros servían, como los de Jesús, para dar testimonio de que Dios los enviaba (Jn. 3, 2; 7, 31; 9, 33; Mc. 16, 20; Hch. 8, 6; 14, 3; etc.). Pero las conversiones a la fe se operaban esencialmente por la predicación de la Palabra evangélica (cf. 2, 41; 4, 4 y nota). Jesús hace notar muchas veces que los milagros no convierten verdaderamente (Jn. 6, 26; 11, 47; 12, 37; Lc. 11, 31 y nota; cf. Nm. 14, 11, etc.), y cuando algunos aparecen creyendo en Él por los milagros, el Evangelista nos advierte que Jesús no se fiaba de ellos (Jn. 2, 23 ss.). Es que esa impresión pronto se desvanece, como muere la plantita nacida en el pedregal (Mc. 4, 5 y nota). El mismo Dios nos anuncia de varios modos que los falsos profetas y el Anticristo obrarán también grandes prodigios (Mt. 24, 24; 2 Ts. 2, 9; Ap. 13, 13 s.; 16, 14; 19, 20).
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13De los demás nadie se atrevía a juntarse con ellos, pero el pueblo los tenía en gran estima. 14Agregáronse todavía más creyentes al Señor, muchedumbre de hombres y mujeres, 15de tal manera que sacaban a los enfermos a las calles, poniéndolos en camillas y lechos, para que al pasar Pedro, siquiera su sombra cayese sobre uno de ellos
15 s. Así lo había anunciado Jesús (Mc. 16, 17 s.) y aún prometió cosas “mayores” (Jn. 14, 12). Eran sanados todos: es decir, muchísimos que no se detallan (cf. Lc. 6, 19).
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16Concurría también mucha gente de las ciudades vecinas de Jerusalén, trayendo enfermos y atormentados por espíritus inmundos, los cuales eran sanados todos.

Nueva persecución

17Levantose entonces el Sumo Sacerdote y todos los que estaban con él —eran de la secta de los saduceos— y llenos de celo 18echaron mano a los apóstoles y los metieron en la cárcel pública. 19Mas un ángel del Señor abrió por la noche las puertas de la cárcel, los sacó fuera y dijo: 20“Id, y puestos en pie en el Templo, predicad al pueblo todas las palabras de esta vida”
20. Id al Templo: El Ángel confirma, de parte de Dios, la actitud de los apóstoles que seguían yendo al Templo de Jerusalén, centro del culto judío (v. 29 y nota). Las palabras de esta vida: es decir, haced conocer, por las palabras del Mesías esta nueva y maravillosa vida que se brinda a todos en la gracia de Cristo. Él, que es la vida, porque el Padre le ha dado tenerla en Sí mismo (Jn. 5, 26), es también el camino hacia la vida nuestra, mediante la verdad de su doctrina (Jn. 1, 4; 14, 6) y la comunicación de su propia gracia (Jn. 1, 16 s.) que Él nos consiguió lavándonos con su Sangre preciosa para hacernos hermanos suyos, hijos de Dios como Él.
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21Ellos, oído esto, entraron al rayar el alba en el Templo y enseñaban. Entretanto, llegó el Sumo Sacerdote y los que estaban con él, y después de convocar al sinedrio y a todos los ancianos de los hijos de Israel, enviaron a la cárcel para que (los apóstoles) fuesen presentados; 22mas los satélites que habían ido no los encontraron en la cárcel. Volvieron, pues, y dieron la siguiente noticia: 23“La prisión la hemos hallado cerrada con toda diligencia, y a los guardias de pie delante de las puertas, mas cuando abrimos no encontramos a nadie dentro”. 24Al oír tales nuevas, tanto el jefe de la guardia del Templo como los pontífices, estaban perplejos con respecto a lo que podría ser aquello. 25Llegó entonces un hombre y les avisó: “Mirad, esos varones que pusisteis en la cárcel, están en el Templo y enseñan al pueblo”. 26Fue, pues, el jefe de la guardia con los satélites, y los trajo, pero sin hacerles violencia, porque temían ser apedreados por el pueblo. 27Después de haberlos traído, los presentaron ante el sinedrio y los interrogó el Sumo Sacerdote, 28diciendo: “Os hemos prohibido terminantemente enseñar en este nombre, y he aquí que habéis llenado a Jerusalén de vuestra doctrina y queréis traer la sangre de este hombre sobre nosotros”
28. Nótese la contradicción con lo que ellos mismos, al frente del populacho, habían clamado en Mt. 27, 25.
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29A lo cual respondieron Pedro y los apóstoles: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres
29. Respuestas como esta y las de 4, 19 s., 23, 3 ss., etc., son tanto más notables cuanto que los apóstoles concurrían a las sinagogas y al Templo de Jerusalén (cf. v. 20; 2, 46; Hb. 8, 4 y notas), al menos hasta que los judíos se retiraron definitivamente de S. Pablo y él anunció que la salud pasaba a los gentiles. Véase 28, 23-28 y notas.
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30El Dios de nuestros padres ha resucitado a Jesús, a quien vosotros hicisteis morir colgándole en un madero
30. Vosotros, esto es, ese mismo tribunal (4, 6). Los apóstoles distinguen entre la pérfida sinagoga y el pueblo judío (v. 26), que muchas veces había seguido a Jesús y a sus discípulos. Véase Lc. 13, 34 y nota.
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31A Este ensalzó Dios con su diestra a ser Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y remisión de los pecados. 32Y nosotros somos testigos de estas cosas, y también lo es el Espíritu Santo que Dios ha dado a los que le obedecen”
32. A los que le obedecen (cf. v. 29). Vemos así cómo podemos asegurarnos la asistencia del Espíritu Santo que “por la gracia permanece realmente en nosotros de un modo inefable” (Sto. Tomás), con tal que pidamos al Padre que Él nos lo envíe (Lc. 11, 13 y nota).
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33Ellos, empero, al oírlos se enfurecían y deliberaban cómo matarlos.

Discurso de Gamaliel

34Pero se levantó en medio del consejo cierto fariseo, por nombre Gamaliel
34 ss. Gamaliel, doctor celebérrimo de la Ley, fue maestro de San Pablo (cf. 22, 3). La leyenda le hace morir cristiano, lo que no parece inverosímil, puesto que Dios da la gracia a los que Él quiere, y Gamaliel mostró tener buena voluntad. Si habrá recompensa para aquel que diere un vaso de agua a un discípulo (Mt. 10, 42); ¿cuánto más para aquel que salvó la vida a tan grandes amigos de Jesucristo? La sabiduría de este consejo de Gamaliel, que es la misma del Sal. 36, debe servirnos de lección para no temer ante el aparente triunfo de los enemigos de Dios.
, doctor de la Ley, respetado de todo el pueblo, el cual mandó que hiciesen salir fuera a aquellos hombres por breve tiempo;
35y les dijo: “Varones de Israel, considerad bien lo que vais a hacer con estos hombres. 36Porque antes de estos días se levantó Teudas diciendo que él era alguien. A él se asociaron alrededor de cuatrocientos hombres, pero fue muerto, y todos los que le seguían quedaron dispersos y reducidos a la nada. 37Después de este se sublevó Judas el Galileo en los días del empadronamiento y arrastró tras sí mucha gente. Él también pereció, y se dispersaron todos sus secuaces. 38Ahora, pues, os digo, dejad a estos hombres y soltadlos, porque si esta idea u obra viene de hombres, será desbaratada; 39pero si de Dios viene, no podréis destruirla, no sea que os halléis peleando contra Dios”. Siguieron ellos su opinión; 40y después de llamar a los apóstoles y azotarlos, les mandaron que no hablasen más en el nombre de Jesús, y los despacharon
40 s. ¡Y azotarlos! Es exactamente lo que hizo Pilato con Jesús: admiten su inocencia, pero los azotan (Jn. 19, 1 y nota). De ahí el gozo de los discípulos por imitar en algo al querido Maestro, “El Cristianismo ha sido el primero en ofrecer al mundo el ejemplo de un dolor alegre y jubiloso” (Mons. Keppler). Jesús nos llama “dichosos” cuando nos maldijeren a causa de Él (Mt. 5, 11).
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41Mas ellos salieron gozosos de la presencia del sinedrio, porque habían sido hallados dignos de sufrir desprecio por el nombre (de Jesús). 42No cesaban todos los días de enseñar y anunciar a Cristo Jesús tanto en el Templo como por las casas
42. Por las casas: Véase 2, 46 y nota; 20, 20; Jn. 4, 23. Imitando a Jesús, que sembraba su Palabra de salvación por todas partes y que mandó repetirla “desde las azoteas” (Mt. 10, 27), los apóstoles nos dejaron un alto ejemplo y una enseñanza de que el apostolado no tiene límites. El cristiano tiene así, en cada reunión o visita, ocasión de hablar de la doctrina evangélica, como hablaría de cualquier tema literario, sin aire de sermón, y dejar así la preciosa siembra, si es que ama la Palabra. Porque el mismo Jesús enseñó que la boca habla de lo que nos desborda del corazón (Mt. 12, 34 y nota).
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