‏ Acts 6

Elección de los siete diáconos

1En aquellos días al crecer el número de los discípulos, se produjo una queja de los griegos contra los hebreos, porque sus viudas eran desatendidas en el suministro cotidiano
1. Por hebreos se entiende aquí los cristianos palestinos o nacidos en el país, mientras que los griegos, o cristianos de lengua griega eran los extranjeros y, por ende, más necesitados, porque no tenían casa en Jerusalén. Como observa el P. Boudou en sus comentarios a los Hechos (Verbum Salutis), este rasgo de disensión es uno de los que nos prohíben idealizar indiscretamente la vida de la Iglesia en sus comienzos, como si ya se hubiera realizado sobre la tierra la plenitud del reinado cristiano (cfr. 2 Tm. 4, 11); la cizaña, anunciada por Jesús, estará mezclada con el trigo hasta “la consumación del siglo” (Mt. 13, 39). Cf. 5, 1 y nota.
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2Por lo cual los doce convocaron la asamblea de los discípulos y dijeron: “No es justo que nosotros descuidemos la palabra de Dios para servir a las mesas
2. Nótese la importancia primordial que ya los apóstoles atribuyen al ministerio de la predicación evangélica (cfr. 1 Tm. 5, 17), aun por encima de la atención de los pobres que, como lo vimos en 4, 35 y nota, es también obligación de la comunidad cristiana. Recordemos la célebre exclamación de S. Pablo: “¡Ay de mí si no predicare el Evangelio!” (1 Co. 9, 16). Cf. 1 Co. 1, 17.
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3Elegid, pues, oh hermanos, de entre vosotros a siete varones de buena fama, llenos de espíritu y de sabiduría, a los cuales entreguemos este cargo. 4Nosotros, empero, perseveraremos en la oración y en el ministerio de la palabra”
4. La oración : Se cree que alude a la pública y litúrgica. Pero algunos sostienen que se trataba del culto del Templo israelita (cf. 5, 20), y otros que habla de un culto propio de la comunidad cristiana. El ministerio de la palabra, o sea la predicación es, como dice Pío XI, un derecho inalienable y a la vez un deber imprescindible, impuesto a los sacerdotes por el mismo Jesucristo (Encíclica “Ad Catholici Sacerdotii”). Cf. 20, 9 y nota.
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5Agradó esta proposición a toda la asamblea, y eligieron a Esteban, varón lleno de fe y del Espíritu Santo, y a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Parmenas y a Nicolás, prosélito de Antioquía
5. Todos los siete parecen pertenecer a los griegos, a juzgar por sus nombres, con lo cual los apóstoles habrían mostrado su caridad satisfaciendo ampliamente el reclamo de los helenistas (v. 1). De entre esos diáconos veremos la gran actuación de Esteban el protomártir (cap. 7) y la de Felipe (8, 5 ss.; 21, 8 ss.). Nicolás es mirado, según algunos (Ireneo, Epifanio, Agustín), como el autor de la “doctrina” y “hechos” de los nicolaítas aunque no lo admite así Clemente Alejandrino ni muchas opiniones modernas. Véase Ap. 2, 6 y 15 y notas.
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6A estos los presentaron a los apóstoles, los cuales, habiendo hecho oración, les impusieron las manos
6. Les impusieron las manos. Tal acto puede ser una bendición (Gn. 48, 14 ss.; Lv. 9, 22; Mt. 19, 13 y 15; Lc. 24, 50) o una consagración a Dios (Ex. 29, 10 y 15; Lv. 1, 4), o un modo de transmitir poderes espirituales (Nm. 27, 18 y 23, etc.) como aquí en que va unido a la oración litúrgica (véase 13, 3; 1 Tm. 4, 14; 5, 22; 2 Tm. 1, 6). S. Crisógono la llama “kirotonia”, nombre dado a la ordenación pero luego duda de que estos “siete” fuesen verdadero diáconos. Como observa Boudou, y también Fillion, Knabenbauer, etc., según S. Clemente Romano los apóstoles instituyeron obispos y diáconos (cfr. 20, 17 y 28 y notas), y S. Ireneo resuelve claramente la cuestión al decir que Nicolás era “uno de los siete que fueron los primeros ordenados al diaconado por los apóstoles”. Cf. 8, 17 y nota.
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7Mientras tanto la palabra de Dios iba creciendo, y aumentaba sobremanera el número de los discípulos en Jerusalén. También muchos de los sacerdotes obedecían a la fe.

Celo y virtud de Esteban

8Esteban, lleno de gracia y de poder, obraba grandes prodigios y milagros en el pueblo. 9Por lo cual se levantaron algunos de la sinagoga llamada de los libertinos, de los cireneos, de los alejandrinos y de los de Cilicia y Asia, y disputaron con Esteban, 10mas no podían resistir a la sabiduría y al espíritu con que hablaba
10. No podían resistir: Admirable cumplimiento de las promesas de Jesús (Lc. 21, 15; Mt. 10, 19 s). “El Espíritu Santo da la fuerza... y lo imposible a la naturaleza, se hace posible y fácil por su gracia” (S. Bernardo).
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11Entonces sobornaron a algunos hombres que decían: “Le hemos oído proferir palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios”. 12También alborotaron al pueblo, a los ancianos y a los escribas, y cayendo sobre él, lo arrebataron y lo llevaron al sinedrio, 13presentando testigos falsos que decían: “Este hombre no deja de proferir palabras contra el lugar santo y contra la Ley. 14Porque le hemos oído decir que Jesús, el Nazareno, destruirá este lugar y mudará las costumbres que nos ha transmitido Moisés”
14. Mudará las costumbres, etc.: Jesús no había dicho tal cosa, sino al contrario, que no destruiría ni a Moisés ni a los Profetas, y que ni un ápice de ellos quedaría sin cumplirse hasta que pasasen el cielo y la tierra (Mt. 5, 17 s.). La Sinagoga infiel no defendía, pues, la Ley de Moisés, cuya violación les había echado en cara el mismo Jesús (Lc. 16, 31; Jn. 5, 45-47; 7, 19), sino las costumbres de ellos, que el Divino Maestro llamaba “tradición de los hombres” (Mc. 7, 8 ss.; Mt. 15, 9), y por culpa de las cuales los acusaba de haber abandonado las palabras de Dios (Mt. 5, 1-6). Así, pues, esta acusación contra Esteban era tan calumniosa (cf. v. 11 ss.) como las que levantaron contra Jesús (cf. Mt. 26, 59 ss.; etc.).
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15Y fijando en él los, ojos todos los que estaban sentados en el sinedrio, vieron su rostro como el rostro de un ángel
15. “Lo que llenaba su corazón, se traslució en la faz; y el esplendor radiante de su alma inundó su rostro de belleza” (S. Hilarlo).
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