Daniel
III. APÉNDICES
Historia de la casta Susana
1 ▼▼1. Los dos capítulos restantes 13 y 14 han sido tomados de la versión griega de Teodoción, como observa San Jerónimo en la nota con que concluye el capítulo 12. El capítulo 13 narra con un dramatismo sorprendente la historia de la casta Susana, cuyo nombre significa Azucena. Cronológicamente este episodio ha de colocarse entre los capítulos primero y segundo del Libro de Daniel, pues el profeta era aún joven al desempeñar el honroso papel de defensor de la inocencia (cf. versículos 45 y 64). Contra la historicidad de este capítulo se han levantado muchas objeciones, pero sabemos que siempre fue objeto de veneración, como lo demuestran ya las pinturas de las catacumbas.
Había un varón que habitaba en Babilonia, llamado Joaquín; 2el cual se casó con una mujer que se llamaba Susana, hija de Helcías, hermosa en extremo y temerosa de Dios; 3porque sus padres, que eran justos, instruyeron a su hija según la Ley de Moisés. 4Era Joaquín muy rico, y tenía un jardín junto a su casa, al cual concurrían muchos judíos, por ser él el más ilustre de todos. 5 ▼▼5. Los judíos desterrados podían vivir en Babilonia conforme a sus costumbres patrias, y disfrutaban de cierta autonomía en la administración de sus comunidades. No es de extrañar que tuvieran jueces propios, elegidos de en medio del pueblo. La palabra del Señor a la que el texto alude, no se halla textualmente en la Sagrada Escritura, si bien recuerda las acusaciones de los profetas contra los malos jueces y falsos profetas, que eran los causantes principales de la corrupción del pueblo.
Aquel año fueron elegidos jueces del pueblo, dos ancianos de aquellos de quienes dijo el Señor: “Salió la iniquidad de Babilonia, de los ancianos jueces, los cuales parecían gobernar al pueblo.” 6Frecuentaban estos la casa de Joaquín, donde acudían a ellos todos cuantos tenían algún pleito. 7Y cuando al mediodía se iba la gente, entraba Susana a pasearse por el jardín de su marido. 8Los viejos la veían cada día cómo entraba a pasearse; y se inflamaron en malos deseos hacia ella, 9de tal manera que pervirtieron su mente y desviaron sus ojos para no mirar al cielo ni acordarse de sus justos juicios. 10Quedaron ambos heridos de pasión por ella, pero no se comunicaron el uno al otro su pasión; 11pues se avergonzaban de descubrir su concupiscencia y deseos de pecar con ella; 12aunque buscaban cada día con mayor solicitud el poderla ver. 13 ▼▼13 s. La escena no carece de comicidad. Ambos fingen retirarse, ocultando sus malos designios para volverse a encontrar en el mismo sitio, después de dar un rodeo.
Y dijo el uno al otro: “Vámonos a casa, que ya es hora de comer.” Salieron y se separaron el uno del otro. 14Pero volviendo cada cual otra vez, se encontraron en un mismo lugar; y preguntándose mutuamente el motivo, confesaron su pasión, y entonces, de común acuerdo, determinaron el tiempo en que podrían hallarla sola. 15Mientras estaban aguardando una ocasión oportuna, entró ella en el jardín, como solía todos los días; acompañada solamente de dos doncellas, y quiso bañarse en el jardín, pues hacía calor. 16No había en él nadie, sino los dos viejos, que se habían escondido y la estaban acechando. 17Mandó ella a las doncellas: “Traedme el aceite y los perfumes, y cerrad las puertas del jardín; pues quiero bañarme.” 18Hicieron como dijo, y cerraron las puertas del jardín; y salieron por una puerta excusada para traer lo que había pedido, sin saber que los viejos estaban dentro escondidos. 19Apenas se hubieron ido las criadas, se levantaron los dos viejos y corriendo hacia ella le dijeron: 20“Mira, las puertas del jardín están cerradas, nadie nos ve, y nosotros estamos enamorados de ti. Condesciende con nosotros, y cede a nuestros deseos. 21Porque si te resistieres a ello, testificaremos contra ti, diciendo que estaba contigo un joven, y que por eso despachaste a las doncellas.” 22 ▼▼22 s. “De un momento a otro Susana vio que todo lo que tenía estaba en peligro de ser destruido: su vida, su hogar, su honor, su fama. Supo que iba a perder no solo su vida sino también el amor de su marido, el cariño de sus padres y de sus hijos, el respeto de sus criados; supo que iba a ser motivo de que se avergonzasen de ella. Una sola cosa podía salvarla y conservar todo lo que fue su dicha; consentir en el pecado, entregarse. «Mas prefiero caer inculpable en vuestras manos, antes que pecar contra el Señor» (versículo 23). Para Susana, por encima de toda su dicha, estaba Dios. Prefirió perderlo todo antes de perderle a Él. No pidió a Dios su vida, ni su fama; descansó en la certeza de que Dios sabía que la mataban siendo inocente, siendo la víctima de la maldad. Saberse sin culpa delante de Dios fue su consuelo; su entrega a Su voluntad fue sin reserva” (Elpis).
Entonces Susana prorrumpió en gemidos y dijo: “Estrechada me hallo por todos lados; porque si hago eso que queréis, muerte es para mí; y si no lo hago, no me libraré de vuestras manos. 23Pero mejor es para mí caer en vuestras manos, sin haber hecho tal cosa, que pecar en la presencia del Señor.” 24Y dio Susana un fuerte grito; pero gritaron también los viejos contra ella. 25Y uno de ellos corrió a las puertas del jardín y las abrió. 26Cuando los criados de la casa oyeron el grito en el jardín, corrieron allá por la puerta excusada para ver lo que era. 27Mas después que los viejos hubieron hablado, quedaron los criados sumamente avergonzados; porque nunca tal cosa se había dicho de Susana. Susana es condenada a muerte
28Al día siguiente concurrió el pueblo a la casa de Joaquín, su marido, y vinieron también los dos viejos, llenos de perversos pensamientos contra Susana, para condenarla a muerte. 29Dijeron en presencia del pueblo: “Envíese a llamar a Susana, hija de Helcías, mujer de Joaquín.” Y enviaron por ella. 30La cual vino con sus padres e hijos y todos sus parientes. 31Era Susana sumamente delicada y de extraordinaria belleza. 32Entonces aquellos malvados la mandaron quitarse el velo —pues estaba ella con su velo puesto— para saciarse por lo menos de su hermosura. 33Entretanto lloraban los suyos y cuantos la conocían. 34 ▼▼34. Pulieron sus manos, etc.: Hicieron esto como testigos, según mandaba la Ley (Levítico 24, 14). ¡Dos criminales disfrazados de testigos! Con razón en los cuadros de las catacumbas Susana es representada como cordero, y los dos viejos como lobos. El proceso se desarrolla con apariencias de corrección y de conformidad con la Ley. La exigencia de que la acusada levante el velo (versículo 32), está de acuerdo con los usos del foro judío.
Luego se levantaron los dos viejos en medio del pueblo y pusieron sus manos sobre la cabeza de Susana. 35Ella, empero, llorando alzó sus ojos al cielo; porque su corazón estaba lleno de confianza en el Señor. 36Y dijeron los viejos: “Estándonos paseando solos en el jardín, entró esta con dos criadas; y cerró las puertas del jardín, enviando fuera a las criadas. 37Entonces se le acercó un joven que estaba escondido, y pecó con ella. 38Nosotros que estábamos en un lado del jardín, viendo la maldad fuimos corriendo adonde estaban, y los hallamos en el mismo acto. 39Mas al joven no pudimos prenderlo, porque era más fuerte que nosotros, y abriendo la puerta se escapó corriendo, 40pero habiendo apresado a esta, la preguntamos quién era el joven, y no nos lo quiso manifestar. De esto somos testigos.” 41La asamblea les dio crédito, como a ancianos que eran y jueces del pueblo, y la condenaron a muerte. 42 ▼▼42 s. Clamó en alta voz, “poniendo en este grito toda su alma, toda su angustia, toda su confianza, toda la fuerza de su inocencia”. Susana apela a Dios, el Juez eterno, que conoce los corazones (Hechos de los Apóstoles 1, 24; 15, 8) y no abandona a los que en Él confían. He aquí una ilustración elocuente de lo que dice el gran Apóstol San Pablo en Romanos 8, 26-27: “No sabemos cómo conviene lo que tenemos que pedir; pero el Espíritu mismo solicita en nuestro lugar con gemidos inexpresables. Y Él, que es escrutador de los corazones, conoce lo que ansía el Espíritu; sabe qué solicita para los santos según Dios.” Comentando estas palabras en una alocución pronunciada el 9 de julio de 1941, dice S. S. Pío XII: “El Espíritu Santo, que, con su gracia, obra en nuestras almas y nos inspira nuestros gemidos, sabe darles bien el verdadero sentido y el verdadero valor, y el Padre, que lee en el fondo de los corazones, ve clarísimamente lo que a través de nuestras plegarias y de nuestros deseos, pide su divino Espíritu para nosotros, y tales peticiones del Espíritu, profundamente íntimas en nosotros, las oye Él, sin duda alguna.”
Entonces Susana clamó en alta voz, y dijo: “Oh Dios eterno, que conoces las cosas ocultas, que sabes todas las cosas aun antes que sucedan, 43Tú sabes que estos han levantado contra mí testimonio falso; y he aquí que yo muero sin haber hecho nada de lo que estos han inventado maliciosamente contra mí.” Daniel comprueba la inocencia de Susana
44Y oyó el Señor su oración. 45 ▼▼45. Suscitó el santo espíritu: Según la versión de los Setenta, un ángel había venido a imbuir a Daniel el espíritu de la sabiduría. Véase 4, 5; 5, 11 y 14. El procedimiento que se observa en la ejecución de la presunta adúltera es el conocido por la Mischna de los judíos. Un heraldo debía invitar a los espectadores a probar, si podían, la inculpabilidad del reo. Esta circunstancia dio a Daniel la posibilidad de intervenir legalmente en el último momento. Nótese que Dios eligió para el cargo de juez a un “tierno jovencito”. Lo hizo para avergonzar a los perversos ancianos. “Daniel, siendo aún jovencito, juzgó a los de muy larga edad, mientras que a los viejos deshonestos y torpes condenó su edad lasciva” (San Jerónimo. A Paulino). Daniel obtuvo este preciosísimo don como premio por su fidelidad a la Ley de Dios. Otros no lo alcanzan nunca porque se enredan en sus propios consejos. Cf. Salmo 118, 99 s.
Pues cuando la conducían al suplicio, el Señor suscitó el santo espíritu de un tierno jovencito por nombre Daniel; 46el cual, a grandes voces, comenzó a gritar: “Inocente soy yo de la sangre de esta.” 47Y volviéndose hacia él toda la gente, le dijeron: “¿Qué es lo que dices?” 48Mas él, estando de pie en medio de ellos, dijo: “¿Tan insensatos sois, oh hijos de Israel, que sin examinar y sin conocer la verdad, habéis condenado a una hija de Israel? 49Volved al tribunal, porque estos han dicho falso testimonio contra ella.” 50Volvió el pueblo, a toda prisa; y los ancianos le dijeron (a Daniel): “Ven, y siéntate en medio de nosotros e instrúyenos; ya que te ha concedido Dios la honra de ancianía” 51Y dijo Daniel al pueblo: “Separad a estos lejos el uno del otro, y yo los examinaré.” 52 ▼▼52. Tenemos aquí una nueva prueba de que el Espíritu de Dios habla por boca de Daniel. Un procedimiento estrictamente jurídico no habría logrado descubrir la verdad. Cf. versículo 45.
Cuando estuvieron separados el uno del otro, llamó a uno de ellos y le dijo: “Envejecido en la maldad, ahora caerán sobre ti los pecados que has cometido antes, 53cuando pronunciabas injustas sentencias, oprimías a los inocentes y librabas a los malvados, a pesar de que el Señor tiene dicho: 54«No harás morir al inocente y justo.» Ahora bien, si la viste, di: ¿Bajo qué árbol los viste confabular entre sí?” Respondió él: “Debajo de un lentisco.” 55A lo cual replicó Daniel: “Ciertamente que contra tu cabeza has mentido; pues he aquí que el ángel del Señor, por sentencia que ha recibido de Él, te partirá por medio.” 56 ▼▼56. Raza, de Canaán: Era la mayor injuria que se podía proferir contra un israelita. Los cananeos que habitaban el país de Palestina antes de que Israel lo tomara en posesión, habían sido maldecidos por Dios (Génesis 9, 25-27), de tal modo que los israelitas estaban obligados a aniquilarlos a causa de sus maldades.
Y habiendo hecho retirar a este, hizo venir al otro, y le dijo: “Raza de Canaán, y no de Judá, la hermosura te fascinó, y la pasión pervirtió tu corazón. 57 ▼▼57. Israel: aquí no todo el pueblo de Jacob, sino solamente el reino del norte con Samaria por capital, que se llamaba de Israel, pero deshonraba ese nombre por acomodarse a la idolatría de los cananeos y mezclarse en matrimonios con esa raza maldita.
Así os portabais con las hijas de Israel, las cuales por miedo condescendían con vosotros; pero esta hija de Judá no sufrió vuestra maldad. 58Ahora bien, dime: ¿Bajo qué árbol los sorprendiste tratando entre sí?” Él respondió: “Debajo de una encina.” 59A lo que repuso Daniel: “Ciertamente que también tú mientes contra tu cabeza; pues el ángel del Señor está esperando con la espada en la mano para partirte por medio y así exterminaros.” 60Entonces toda la asamblea exclamó en alta voz, bendiciendo a Dios que salva a los que ponen en Él su esperanza. 61Y se levantaron contra los dos viejos, a los cuales Daniel había convencido por su propia boca de haber proferido un falso testimonio, y les hicieron el mal que ellos habían intentado contra su prójimo; 62y cumpliendo la Ley de Moisés los mataron, con lo que fue salvada en aquel día la sangre inocente. 63Entonces Helcías y su esposa alabaron a Dios por su hija Susana; y lo mismo hizo Joaquín, su marido, con todos los parientes; porque nada se halló en ella de deshonesto. 64 ▼▼64. Se destaca en la historia de Susana, por una parte su inquebrantable confianza en Dios (cf. Salmo 2, 13; 56, 2; 117, 8; Eclesiástico 2, 6; II Macabeos 15, 7, etc.), por la otra, la sabiduría y fortaleza del joven profeta. Pero ¿qué sería todo esfuerzo humano sin la mano omnipotente del Altísimo? Toda la sabiduría de Daniel le fue dada por Él (versículos 45 y 52) como el profeta se complacía en proclamarlo (cf. Ezequiel, 28, 3 y nota). Del Señor le vino también a Susana la fortaleza, y por Él fue salvada para que se aumente nuestra confianza en su santo Nombre.
Mas Daniel desde aquel día en adelante se hizo famoso ante todo el pueblo. 65 ▼▼65. Sobre Astiages véase 6, 1 nota.
El rey Astiages fue a reunirse con sus padres, y le sucedió en el trono Ciro, rey de Persia.
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