Daniel 2
La visión de la estatua
1 ▼▼1. Para comprender la preocupación del rey hay que tener presente, no solo que los babilonios veían en los sueños algo sobrenatural, creyendo que por medio de ellos los dioses les intimaban órdenes y les descubrían cosas futuras, sino también que aquí había realmente una voluntad divina, como en el sueño del Faraón narrado en el capítulo 41 del Génesis, y no ya para dar un anuncio de alcance limitado como aquel, sino una revelación que abarcaría todo el desarrollo de la historia. Cf. versículo 28 s. y 45; 1, 17 y nota.
El año segundo del reinado de Nabucodonosor, tuvo Nabucodonosor unos sueños; y se turbó su espíritu de modo que no pudo dormir. 2 ▼▼2. Los caldeos: aquí como en 4, 4 y 5, 7, señala una clase de magos, o quizás a todos los sabios babilónicos. La crítica ha atribuido demasiada importancia a esta denominación, tomándola como indicio de que el Libro de Daniel hubiese sido compuesto después del destierro, cuando “caldeos” ya no significaba todo el pueblo, sino solo una casta. Aun concediendo este cambio del significado de la palabra, no necesitamos aceptar la opinión de los críticos, puesto que Daniel sobrevivió al fin del destierro y bien pudo conocer el nuevo sentido que se daba entonces al término “caldeo”.
Mandó el rey llamar a los magos, los adivinos, los encantadores y los caldeos, para que manifestasen al rey sus sueños. Llegaron y se presentaron delante del rey. 3El rey les dijo: “He tenido un sueño y mi espíritu está perturbado hasta que entienda el sueño.” 4 ▼▼4. En siríaco, esto es, en arameo. Con esta misma palabra cesa aquí el texto hebreo y empieza el arameo que se usa hasta el fin del capítulo 7, en que Daniel vuelve al hebreo hasta el fin de la parte protocanónica. Su lenguaje hebreo es semejante al de Ezequiel, y el hecho de retornar a esa lengua patria denuncia al verdadero autor, que se apartó de ella por la necesidad de ser entendido en Babilonia, cuyo idioma usual bien conocía (cf. 1, 4 y nota). Ello no obsta a que los caldeos hablasen al rey en caldeo, en vez de arameo, y que estas palabras “en siríaco” sean puestas aquí por un copista como simple advertencia al lector de que en lo sucesivo el relato continúa en arameo.
Respondieron entonces los caldeos al rey en siríaco: “¡Vive para siempre, oh rey! Manifiesta el sueño a tus siervos, y te daremos la interpretación”. 5 ▼▼5. Convertidas en cloacas: Vulgata: serán confiscadas.
Replicó el rey y dijo a los caldeos: “Es cosa resuelta de mi parte: si no me manifestáis ese sueño y su interpretación, seréis hechos trozos, y vuestras casas serán convertidas en cloacas. 6Si, en cambio, me hacéis saber el sueño y su interpretación, recibiréis de mi parte dones y presentes y grandes honores; por lo tanto manifestadme el sueño y su interpretación.” 7Respondieron ellos por segunda vez y dijeron: “Diga el rey el sueño a sus siervos, y daremos a conocer la interpretación.” 8Repuso el rey y dijo: “Bien sé qué queréis ganar tiempo, porque veis que (lo que os digo) es cosa resuelta de mi parte. 9Por lo cual si no me hacéis saber lo que he soñado, caerá sobre vosotros una misma sentencia. Queréis preparar palabras mentirosas y engañosas, para entretenerme mientras va pasando el tiempo. Por eso, decidme, el sueño, y sabré que podéis darme también la interpretación.” 10Respondieron los caldeos ante el rey y dijeron: “No hay hombre sobre la tierra que pueda indicar lo que el rey exige; como tampoco jamás rey alguno por grande y poderoso que fuese, pidió cosa semejante a ningún mago, adivino, o caldeo. 11 ▼▼11. Los magos tienen razón, mas los caprichos de un rey oriental solían ser tan absurdos que exigían cosas imposibles. Recuérdese la orden de azotar las aguas del Helesponto, dada por Jerjes (cf. Ester 8, 1 ss. y nota), llamado Asuero en el Libro de Ester, quien como rey de Persia se reconoce heredero de Ciro (Ester 16, 16 y nota), o sea, sucesor del imperio de Nabucodonosor un siglo después del cautiverio de Babilonia, y que, no obstante retener aún en “durísima esclavitud” (Ester 14, 8) a los muchos judíos que habían quedado “esparcidos por toda la tierra” (Ester 2, 6; 3, 8; 11, 4; 13, 4 y notas), los libró de la destrucción gracias a Ester, y les permitió seguir viviendo según sus leyes (Ester 16, 19), aunque “como súbditos de los persas” (Ester 16, 23).
La cosa que pide el rey es difícil, y no hay quien pueda indicarla al rey, salvo los dioses que no moran entre los mortales.” 12Con esto el rey se enfureció, y llenándose de grandísima ira mandó quitar la vida a todos los sabios de Babilonia. 13Fue publicado este edicto, y los sabios iban a ser llevados a la muerte, y se buscaba también a Daniel y a sus compañeros para matarlos. Dios revela a Daniel el sueño del rey
14Entonces Daniel interpeló con toda prudencia a Arioc, capitán de la guardia real, que había salido para matar a los sabios de Babilonia. 15Tomando la palabra dijo a Arioc, capitán del rey: “¿A qué obedece esta tan severa sentencia de parte del rey?” Y Arioc explicó a Daniel el asunto. 16Entonces entró Daniel al rey y le pidió que le diera tiempo para indicarle la interpretación. 17 ▼▼17. Notemos la hermosa solidaridad espiritual de estos amigos en el destierro.
Después fue Daniel a su casa; y contó el caso a Ananías, Misael y Azarías, sus compañeros, 18 ▼▼18 ss. Cf. 1, 17 y notas. Daniel no confía en las ciencias, aunque las había estudiado con el mejor de los éxitos (véase 1, 20), sino únicamente en la inspiración e iluminación que viene de Dios (cf. 27 ss.). Los cuatro jóvenes se arrodillan y, dirigiendo sus miradas (cf. 6, 10) hacia Jerusalén, la ciudad amada de Dios aunque castigada entonces, acuden a Aquel que es la sola fuente de toda verdadera Sabiduría (Eclesiástico 1, 1 y nota). Y Dios, que en su infinita misericordia siempre está atendiendo las oraciones y súplicas de los humildes, revela a Daniel el sueño del rey. Lo que sigue en los versículos 20- 23 constituye una de las más bellas alabanzas de Dios que hay en la Biblia (cf. la oración de Daniel en 9, 3 ss., y las de sus amigos en 3, 26 ss. y 52 ss.). El joven profeta da la gloria a Dios que solo conoce las cosas profundas y recónditas y concede sabiduría y fortaleza a los que confiados en Él se las piden. Véase Job 12, 22; Salmo 138, 12. Cf. Ezequiel 28, 3 y nota. A fin de que no se quitase la vida: Preciosa simplicidad filial. Daniel no pretende penetrar los misterios por ningún alarde de ser sabio, pero no duda de que Dios se los revelará para salvarles la vida.
para que implorasen la misericordia del Dios del cielo en este asunto misterioso, a fin de que no se quitase la vida a Daniel y a sus compañeros junto con los demás sabios de Babilonia. 19Entonces fue revelado el secreto a Daniel, en una visión nocturna; y Daniel bendijo al Dios del cielo. 20Tomando la palabra dijo Daniel: “¡Bendito sea el nombre de Dios de eternidad a eternidad; porque suya es la sabiduría y la fortaleza! 21 ▼▼21. Quita reyes y los pone: De aquí el dicho proverbial. Esa confesión de Daniel, llena de sabiduría política y base de toda filosofía de la historia, parece intuir ya el contenido de aquel sueño de Nabucodonosor, que revela precisamente el orden puesto por Dios para la sucesión histórica de los reinos. Cf. versículo 37 ss.; 4, 19 ss.; 5, 20 ss.
Él cambia los tiempos y los momentos, quita reyes y los pone, da sabiduría a los sabios y ciencia a los inteligentes. 22 ▼▼22. Con estas palabras, de altísima piedad, el profeta nos previene sobre la extraordinaria importancia del misterio que va a ser descubierto, tan grande, que interesa a toda la historia. Y al mismo tiempo nos comunica Daniel una preciosa luz espiritual para el conocimiento de Dios en su llaneza inefable, pues, pudiendo Él guardarse todos sus misterios, nos comunica tantos. Cf. Amós 3, 7; I Corintios 2, 10; Hebreos 4, 13.
Él revela las cosas profundas y ocultas, conoce lo que está en tinieblas; y con Él mora la luz. 23A ti, oh Dios de mis padres, doy gracias y alabanzas, por cuanto me has dado sabiduría y fortaleza; y porque ahora me has manifestado lo que te hemos pedido, revelándonos el asunto del rey.” 24 ▼▼24. No quites la vida, etc.: La caridad de Daniel se preocupa ante todo de salvar la vida a aquellos hechiceros. En el capítulo 6 vemos cuan distinta es la conducta que usaron con él los cortesanos urdiendo su muerte, de la que solo había de salvarlo un estupendo milagro.
Después de esto fue Daniel a Arioc, a quien el rey había dado la orden de matar a los sabios de Babilonia. Entró, y le dijo así: “No quites la vida a los sabios de Babilonia. Llévame a la presencia del rey, y manifestaré al rey la interpretación.” Daniel revela al rey el sueño
25 ▼▼25. De los cautivos: Se refiere a la primera transmigración de los cautivos judíos, de la cual Daniel formaba parte el año 605 (cf. 1, 1 ss.); y le llama de Judá a diferencia de la de Israel o reino del norte, que estaba cautivo en Asiria desde 722 (cf. IV Reyes 17, 6 y nota) y a la cual perteneció Tobías, cuya tribu (de Neftalí) fue llevada aún antes de esa fecha (Tobías 1, 2 y nota; IV Reyes 15, 29).
Entonces Arioc llevó apresuradamente a Daniel a la presencia del rey, a quien dijo así: “He hallado un hombre de los cautivos de Judá, que dará a conocer al rey la interpretación.” 26Tomó el rey la palabra y dijo a Daniel, cuyo nombre era Baltasar: “¿Eres tú capaz de hacerme conocer el sueño que he visto, y su interpretación?” 27 ▼▼27 s. La respuesta de Daniel es un modelo de humildad. “Solo el Dios del cielo ha podido otorgar la revelación tan ardientemente deseada por el rey. De una manera análoga José había insistido delante del Faraón sobre este privilegio de Yahvé. Cf. Génesis 41, 16, 25, 28” (Fillion). De nuevo rechaza el profeta todo honor y gloria personal para él (versículo 30). “Es que el verdadero sabio, dice San Bernardo, como no se infla, ve las cosas tales como son en sí mismas: las divinas como divinas y las humanas como humanas.” Al fin de los días (versículo 28): Estas palabras aclaran el sentido de las expresiones del versículo 29: “después de estos tiempos” y “lo que ha de venir” (cf. versículo 45 y nota). Scío señala aquí su alcance escatológico y cita a Ezequiel 38, 8, que él interpreta del Anticristo, según lo cual la estatua de Daniel comprende “todo el tiempo de los gentiles” (Lucas 21, 24). Cf. Ezequiel 30, 3 y nota. De ahí la grande importancia histórica de esta profecía. Jesús en su discurso escatológico (Mateo 24, 15) cita otro pasaje de Daniel (9, 27).
Respondió Daniel ante el rey y dijo: “El secreto (cuya interpretación) pide el rey, no se lo pueden manifestar los sabios, ni los adivinos, ni los magos, ni los astrólogos. 28Pero hay un Dios en el cielo que revela los secretos, y que da a conocer al rey Nabucodonosor lo que ha de suceder al fin de los días. He aquí tu sueño y las visiones que ha tenido tu cabeza en tu cama: 29Tú, oh rey, estando en tu cama, pensabas en lo que sucedería después de estos (tiempos), y El que revela los secretos te hizo saber lo que ha de venir. 30Y a mí me ha sido descubierto este secreto, no porque haya en mí más sabiduría que en todos los vivientes, sino a fin de que se dé a conocer al rey la interpretación y para que conozcas los pensamientos de tu corazón. 31 ▼▼31. De un esplendor extraordinario: “Así se escribe la historia” y, como dice Jesús, los que dominan a las naciones aun son llamados bienhechores (Lucas 22, 25). Nótese el contraste con la humilde confesión de Daniel por los pecados de Israel, de sus padres y de sus reyes (9, 5-8). Pronto nos muestra Dios el destino de aquel soberbio monumento político: quedará reducido a polvo (versículo 35). Fillion hace notar que la estatua tenía forma humana, es decir, que representaba el humanismo, o sea, lo que Jesús llama “el mundo”, por oposición al Reino de Dios.
Tú, oh rey, estabas mirando, y veías una gran estatua. Esta estatua era inmensa y de un esplendor extraordinario. Se erguía frente a ti, y su aspecto era espantoso. 32 ▼▼32 s. Oro, plata, bronce, hierro, denotan cada vez mayor dureza y menor calidad en la misma estatua, hasta que aparece la frágil arcilla en los pies. “La potestad del mundo es una en todas sus fases. Por eso en la visión todas estas fases están unidas en una sola imagen” (Fillion).
La cabeza de esta estatua era de oro fino; su pecho y sus brazos de plata; su vientre y sus caderas de bronce; 33sus piernas de hierro; sus pies en parte de hierro, y en parte de barro. 34 ▼▼34. Sobre esta gran piedra véase versículo 45 y nota.
Mientras estabas todavía mirando, se desgajó una piedra —no desprendida por mano de hombre— e hirió la imagen en los pies, que eran de hierro y de barro, y los destrozó. 35 ▼▼35. Fillion llama la atención sobre el hecho de que “así pulverizadas las partículas de la estatua fueron llevadas por el viento de modo que todo rastro de ellas desapareció en absoluto”, pues la montaña llenaba toda la tierra. Véase 7, 26 s.; Lucas 18, 8 y nota. Cf. IV Esdras 12, 11 ss.; 13, 6 ss.
Entonces fueron destrozados al mismo tiempo el hierro, el barro, el bronce, la plata y el oro, y fueron como el tamo de la era en verano. Se los llevó el viento, de manera que no fue hallado ningún rastro de ellos: pero la piedra que hirió la estatua se hizo una gran montaña y llenó toda la tierra. La interpretación del sueño por Daniel
36Este es el sueño; y (ahora) le daremos al rey la interpretación. 37 ▼▼37 ss. En la interpretación del sueño, que tiene gran semejanza con la visión de las cuatro bestias del capítulo 7, los exégetas católicos no han logrado hasta ahora una explicación homogénea. Según la interpretación tradicional, después del primer reino que evidentemente es el babilónico, el segundo sería el de los medos y persas, los cuales dominaron al primero; el tercer reino sería el de Alejandro Magno, y el cuarto el de los romanos, los que sometieron a casi todos los pueblos por el poder de las armas (el hierro), mas no supieron, dicen, transformarlos en un pueblo unido, de manera que su imperio se asemejaba a una mezcla de hierro y barro. Esta misma interpretación siguen algunos modernos, como Vigouroux, Knabenbauer, Fillion, Linder, etc. Al mismo tiempo esta interpretación afirma un paralelismo entre la visión de la estatua y la de las cuatro bestias (capítulo 7), la cual termina, según todos lo afirman, en la destrucción del Anticristo por la segunda venida del Señor, y la manifestación de su reino eterno, en tanto que esta terminaría según ellos en la primera venida de Cristo, considerando que al nacer la Iglesia pulverizó y sustituyó a todos los cuatro imperios. Algunos protestantes siguen igual interpretación de esos cuatro imperios, pero para obviar aquella dificultad sostienen que, según el Apocalipsis, habrá un renacimiento del imperio romano en los últimos tiempos. Otros autores consideran que el primer reino continuó con Darío el Medo y Ciro el Persa, pues su reino no fue menor que el de Nabucodonosor, ni ellos destruyeron a Babilonia como antes se creía, sino que continuaron aquel reino, y el mismo Daniel, ministro de Nabucodonosor, lo fue también de Darío, y continuaba en tiempo de Ciro. El segundo reino sería según esto el de los griegos, que, fundado por Alejandro, y consolidado por Seleuco, fue menor que el babilónico, y no dominó toda la tierra como se dice del tercero. Este, el de bronce, correspondería entonces a los romanos, que dominaron toda la tierra, y no como el de hierro que todo lo destruye, sino, dicen, difundiendo también su derecho y cultura, y dividiéndose luego (del vientre a los muslos) en dos: el Imperio de Oriente y el de Occidente. El cuarto reino, de hierro y barro, se inicia, según ellos, con las invasiones de los pueblos del Norte y los nuevos reinos por ellos fundados, y se caracteriza por estar dividido, porque ya no hay, como en los anteriores, una sola nación que domine universalmente, y solo se llama reino en el sentido lato de régimen o sistema político de ese último período de la historia de las naciones que el Profeta prevería para el tiempo final en que Cristo retornará, no ya como en su primera venida, naciendo de mujer y presentándose humilde como el cordero de Dios, la Víctima Redentora, sino como Juez que viene de improviso, sin mano de hombre, como una gran piedra que destruye toda la estatua del poder mundano, culminado en el Anticristo. Como se ve, esta segunda opinión hace terminar el último reino con la segunda venida de Cristo, lo cual corresponde mejor al sentido de la profecía, pues la piedra, es decir Cristo (versículo 45 y nota), en su primera venida, no destruyó el cuarto reino, el cual estaba entonces en toda su fuerza. Transcurrieron cinco siglos antes que fuese arruinado y sustituido por los pueblos del Norte, los cuales llegaron a fundar un nuevo Imperio bajo Carlomagno, el cual también se dividió. Otros intérpretes, en fin, como Calmet, Lagrange, Buzy, Riessler, Goettsberger, reduciendo el alcance de la visión al mundo oriental, refieren el cuarto reino a los sucesores de Alejandro Magno, que a causa de sus discordias desbarataron la obra del gran Macedonio. En este caso, la mezcla del versículo 43 se referiría a los matrimonios entre las familias de los Diadocos (sucesores de Alejandro). Como ejemplo de esta interpretación veamos la de Nácar-Colunga: “Esta visión representa los cuatro imperios que desde el caldeo se sucedieron en Oriente: el caldeo, el persa, el macedonio y el Seléucidas o sirio. No han faltado intérpretes que han querido ver en este último el imperio romano, llevados de la idea de que bajo este imperio había aparecido el Mesías. Pero Daniel no es una excepción entre los Profetas, que ven el reino mesiánico al término de su horizonte histórico.” Dentro de esta variedad de interpretaciones, hay todavía variedad en los detalles. Un exégeta moderno, H. Junker, atribuye solo al primer reino carácter histórico y ve en los otros algún poder humano. De ahí la necesidad que señala S. S. Pío XII de redoblar los esfuerzos de los estudiosos, para los cuales el Papa reclama una notable libertad.
Tú, oh rey, eres rey de reyes, a quien el Dios del cielo ha dado el imperio, el poder, la fuerza y la gloria. 38Dondequiera que habiten los hijos de los hombres, las bestias del campo y las aves del cielo. Él los ha puesto en tu mano, y a ti te ha hecho señor de todos ellos. Tú eres la cabeza de oro. 39Después de ti se levantará otro reino inferior a ti; y otro tercer reino de bronce, que dominará sobre toda la tierra. 40Luego habrá un cuarto reino fuerte como el hierro. Del mismo modo que el hierro rodo lo destroza y rompe, y como el hierro todo lo desmenuza, así él desmenuzará y quebrantará todas estas cosas. 41Si tú viste que los pies y los dedos eran en parte de barro de alfarero y en parte de hierro, (esto significa) que el reino será dividido. Habrá en él algo de la fortaleza del hierro, según viste en el hierro mezclado con barro de lodo. 42Los dedos de los pies eran en parte de hierro, y en parte de barro, (esto significa) que el reino será en parte fuerte, y en parte endeble. 43Así como viste el hierro mezclado con barro, así se mezclarán por medio de simiente humana; pero no se pegarán unos con otros; así como el hierro no puede ligarse al barro. 44 ▼▼44. Un reino que nunca jamás será destruido: No puede ser sino el reino del Mesías. “Admirable profecía es esta del reino eterno de Jesucristo” (Páramo). Véase 7, 13-14; Números 24, 19; Salmo 2, 6-9; 71, 7-11; Isaías 9, 6-7; Jeremías 23, 5; Ezequiel 37, 24 ss.; Lucas 1, 32-33; Apocalipsis 1, 5; 19, 6.
En los días de aquellos reyes el Dios del cielo suscitará un reino que nunca jamás será destruido, y que no pasará a otro pueblo; quebrantará y destruirá todos aquellos reinos, en tanto que él mismo subsistirá para siempre, 45 ▼▼45. La piedra desprendida de la montaña sin concurso humano y que se hace ella misma un monte (versículo 34 s.) es, según opinión unánime, Jesucristo, el Mesías y Salvador. Él fundará su reino sobre las ruinas de los imperios del mundo. Él es la piedra fundamental del reino, de Dios, como vaticinó ya Isaías: “He aquí que pondré en los cimientos de Sión una piedra, piedra escogida, angular, preciosa, asentada por fundamento” (Isaías 28, 16). Jesucristo se llama a Sí mismo piedra en Mateo 21, 42 ss., donde dice a los judíos que el reino de Dios les será quitado, y agrega: “Quien cayere sobre esta piedra, se hará pedazos; y a aquel sobre quien ella cayere, lo hará polvo” (cf. Salmo 117, 22). El Mesías, en efecto, fue piedra de tropiezo para Israel que lo rechazó (cf. Lucas 2, 34; Isaías 8, 14; Romanos 9, 33; I Pedro 2, 7), y aquí se presenta haciendo polvo (versículo 35) a los imperios gentiles. También los intérpretes judíos están de acuerdo en reconocer que esta nueva descripción designa el reino que según los oráculos de los profetas debía fundar el Mesías. El monte de donde se desprende la piedra es “probablemente la colina de Sión que en otros oráculos cristológicos, está en relación estrecha con el Mesías y su reino. Cf. Salmo 2, 6; 19, 2; Isaías 2, 2, etc.” (Fillion).
conforme viste que de la montaña se desprendió una piedra —no por mano alguna—, que desmenuzó el hierro, el bronce, el barro, la plata y el oro. El gran Dios ha mostrado al rey lo que ha de suceder en lo porvenir. El sueño es verdadero, y es fiel la interpretación.” Nabucodonosor adora a Dios
46 ▼▼46 s. Sobrecogido de admiración. Nabucodonosor adora a Dios en la persona del profeta. En la triple confesión del rey se ha querido ver una alusión al misterio de la Trinidad: Dios de los dioses, el Padre; Señor de los señores, el Hijo; y Aquel que revela los arcanos, el Espíritu Santo. Vuestro Dios es realmente el Dios de los dioses: Es muy admirable el que Dios quiera presentarse en la Biblia como un Dios determinado. Es para que atendamos a esas mil características propias que Él nos revela sobre Sí mismo, y le tengamos una adhesión consciente, electiva, como la del que siguiese por ejemplo el partido de Júpiter por preferirlo al de otro. Claro está que Él mismo nos dice que Él es el único verdadero, y que “todos los dioses de los gentiles son demonios” (Salmo 95, 5). Pero Él no quiere que lo miremos en abstracto, simplemente como el Creador, porque eso no interesa a nuestro corazón, que ya tiende a ver en Él una fatalidad impersonal —el Fatum— a la que estaríamos sometidos como a las fuerzas cósmicas, pero que sería ajena a todo lo que constituye nuestro espíritu, o sea, la intimidad de nuestro ser, nuestros afectos, nuestra ansia de felicidad. Es precisamente esto, más que todo, lo que a este Dios peculiar le interesa, y por eso más que toda otra característica, más que toda su magnificencia, destaca Él su bondad, que viene de su amor por los hombres, no cansándose de repetir que “su misericordia dura eternamente” (Salmo 135, 1 ss.) y que Él es el “amador de los hombres” (Sabiduría 7, 22). Más tarde nos dirá que ese amor fue tan grande, que le hizo entregar a su Hijo (Juan 3, 16). Este es el Dios nuestro, y no una vaga divinidad cuyos atributos tuviese que adivinar la mente humana, como pretenden los teósofos.
Entonces el rey Nabucodonosor cayó sobre su rostro, postrándose delante de Daniel; y mandó ofrecerle oblaciones y perfumes. 47Y dirigió el rey la palabra a Daniel y dijo: “Vuestro Dios es realmente el Dios de los dioses, el Señor de los señores, el que revela los arcanos, puesto que tú has podido descubrir este secreto.” 48Luego el rey ensalzó a Daniel, y le dio muchos y grandes presentes; y le constituyó gobernador de toda la provincia de Babilonia y jefe supremo de todos los sabios de Babilonia. 49Mas a ruegos de Daniel puso el rey al frente de la provincia de Babilonia a Sidrac, Misac y Abdénago; Daniel, empero, (permaneció) en la corte del rey.
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