‏ Daniel 5

El festín de Baltasar

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1. He aquí el célebre festín sacrílego, que terminará en tragedia. Mil convidados no era cosa de asombrarse en el fasto oriental. Véase el de Asuero en Ester 1, 3-8. El nombre de Baltasar suena como el que fue puesto a Daniel (cf. 1, 7), pero en el caldeo tiene una variante y corresponde a Bel-sar- usur: “Bel proteja al rey”. El rey Baltasar o Belsazar actuaba más bien como virrey, asociado al trono de Naboned, pues durante el retiro de este a su palacio de Teima (véase la nota a 4, 1), llevaba aquel el gobierno del reino y tenía el mando del ejército, de suerte que prácticamente era considerado como rey, aun entre los babilonios. Así también el mismo Nabucodonosor es llamado rey en Jeremías 46, 2, cuando aún vivía su padre Nabopolasar, y lo mismo el asirio Asurbanipal fue proclamado rey en vida de Asarhaddón. Véase en Isaías 21, 5 el vaticinio (hecho casi dos siglos antes) de esta escena desenfadada que ocurre mientras Babilonia, que se cree inexpugnable, está ya sitiada por las tropas de Ciro.
El rey Baltasar dio un gran banquete a sus mil príncipes y bebió vino en presencia de los mil.
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2. Los vasos de oro, etc.: Cf. 1, 2; IV Rey. 24, 13; Jeremías 52, 17 ss.; Esdras 1, 9 ss. Su padre Nabucodonosor: Por otro documento se sabe que el sucesor de Nabucodonosor fue su hijo Evilmerodac, luego asesinado por su cuñado y sucesor Neriglisar, a quien destronó y sucedió en 556 Naboned, quien en inscripciones cuneiformes no ha mucho descubiertas, llama a “Baltasar su primogénito, el retoño de su corazón”. Como observan Vigouroux, Fillion, Prado, etc., nada se opone a que Naboned fuese también cuñado de Evilmerodac, es decir, casado con una hija de Nabucodonosor, siendo este así abuelo de Baltasar. Esa hija sería la reina que aparece en el versículo 10 y evoca con insistencia los recuerdos de Nabucodonosor llamándolo padre de Baltasar, como queriendo decir que al ser padre de ella, lo era también del nieto que ella le había dado. También Daniel lo llama así por antonomasia (versículo 18) como indicando que fue el fundador de la grandeza de Babilonia (cf. 4, 27).
Y estando ya excitado por el vino mandó Baltasar traer los vasos de oro y de plata que su padre Nabucodonosor había sacado del Templo de Jerusalén, para que bebiesen en ellos el rey y sus grandes, sus mujeres y sus concubinas.
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3. Nótese el desenfreno de la orgía. No les bastaba el placer: tuvieron que poner la nota de burla contra Dios. Así también, al instante mismo en que se comete la horrible profanación, el Dios de Israel da su tremenda respuesta, que solo el israelita Daniel sabía descifrar (versículo 11 ss.). También el castigo de Nabucodonosor le cayó al instante (4, 27).
Fueron traídos los vasos de oro sacados del Templo de la Casa de Dios que hubo en Jerusalén; y bebieron en ellas el rey y sus grandes, sus mujeres y sus concubinas.
4Bebían el vino alabando a los dioses de oro y plata, de bronce, de hierro, de madera y de piedra.

5En aquel momento aparecieron los dedos de una mano de hombre, y escribieron en frente del candelabro, sobre la cal de la pared del palacio real; y el rey vio el extremo de la mano que escribía. 6Entonces el rey mudó de color, le perturbaron sus pensamientos, se le desencajaron las coyunturas de sus caderas y se batían sus rodillas una contra otra. 7
7. El tercero en el gobierno del reino: El primero era Naboned el segundo, el mismo Baltasar.
Y gritó el rey en alta voz que hiciesen venir a los adivinos, los caldeos y los astrólogos. Luego tomando el rey la palabra dijo a los sabios de Babilonia: “El que leyere esta escritura y me indicare su interpretación, será vestido de púrpura, (llevará) un collar de oro al cuello, y será el tercero en el gobierno del reino.”
8Vinieron entonces todos los sabios del rey, mas no pudieron leer la escritura, ni explicar al rey su significado. 9Por eso el rey Baltasar se turbó en sumo grado, mudó de color y sus grandes estaban consternados. 10
10. La reina: no la mujer de Baltasar, sino su madre, que conforme a la costumbre era la primera mujer del reino (véase III Reyes 2, 19). La reina madre, al llamar la atención sobre Daniel, que era ya un anciano de ochenta años y vivía retirado de la vida pública y de la política, muestra hasta qué punto era proverbial la sabiduría del profeta, al cual vemos llamado constantemente desde el capítulo 2, cada vez que se impone descifrar algo oculto. Se explica así la expresión de Ezequiel, dirigida al príncipe de Tiro, símbolo de la autosuficiencia anticristiana: “Está visto que tú te crees más sabio que Daniel” (Ezequiel 28, 3 y nota).
Entonces la reina, (que oyó) las voces del rey y de sus grandes, entró en la sala del banquete. Y tomando la palabra dijo la reina: “¡Vive para siempre, oh rey! No te conturben tus pensamientos, ni se te mude el color.
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11. El espíritu de los santos dioses: véase 4, 5 y nota.
Hay un hombre en tu reino, en el cual reside el espíritu de los santos dioses. Ya en los días de tu padre, se hallaron en él luz e inteligencia y una sabiduría semejante a la sabiduría de los dioses; por lo cual el rey Nabucodonosor tu padre, le constituyó jefe de los magos, de los adivinos, de los caldeos y de los astrólogos.
12Porque un espíritu superior, de ciencia e inteligencia, para interpretar sueños, descifrar enigmas, y resolver problemas difíciles se halló en él, en Daniel, a quien el rey puso por nombre Baltasar. Llámese, pues, a Daniel, y él te indicará el sentido.”

Daniel interpreta la escritura misteriosa.

13Fue Daniel llevado a la presencia del rey, el cual tomó la palabra y dijo a Daniel: “¿Eres tú Daniel, uno de los hijos de la cautividad de Judá, a quien el rey mi padre trajo de Judá? 14He oído decir de ti que el espíritu de los dioses reside en ti y que se hallan en ti luz y entendimiento y una sabiduría extraordinaria. 15Ahora han sido traídos a mi presencia los sabios y los adivinos, para leer esta escritura e indicarme su significado, pero no han podido explicarme el sentido de esta cosa. 16Pero de ti he oído decir que eres capaz de dar interpretaciones y resolver problemas difíciles. Ahora bien, si sabes leer la escritura e indicarme su interpretación, serás vestido de púrpura, (llevarás) un collar de oro al cuello, y serás el tercero en el reino.”

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17 s. ¡Qué bien suena este lenguaje en el profeta de Dios, que no busca honores como los falsos profetas, ni teme la cólera de aquellos a quienes van dirigidas las amenazas divinas que debe anunciar! Como un precedente de harta elocuencia, Daniel empieza recordando al rey el castigo de su antepasado Nabucodonosor (véase capítulo 4). Es el preludio de la catástrofe que veremos desencadenarse en el versículo 30, en forma tan súbita como aquella, y como tantos otros ejemplos bíblicos en que la caída del soberbio se produce en el momento en que él se siente más alto. Ver Hechos de los Apóstoles 12, 21-23 y nota.
Entonces respondió Daniel y dijo delante del rey: “¡Sean para ti tus dones, y da a otro tus recompensas! Yo leeré al rey la escritura y le daré a conocer la interpretación.
18El Dios Altísimo, oh rey, dio a Nabucodonosor, tu padre, el reino y la grandeza, la gloria y la majestad. 19Y por la grandeza que le concedió, temblaban delante de él y se estremecían todos los pueblos y naciones y lenguas. Mataba a quien le daba la gana, y dejaba vivir a quien quería; ensalzaba al bienquisto, y humillaba a quien deseaba. 20Pero cuando su corazón se engrió, y su espíritu se obstinó en la soberbia, fue depuesto del trono de su reino y despojado de su gloria. 21Fue expulsado de entre los hombres y su corazón se hizo semejante al de las bestias, y habitó con los asnos monteses. Como a los bueyes, le dieron a comer hierba, y su cuerpo fue mojado con el rocío del cielo, hasta que reconoció que el Dios Altísimo es el soberano en el reino de los hombres y que pone sobre él a quien quiere. 22Y tú, Baltasar, su hijo, aunque sabías todo esto, no has humillado tu corazón, 23
23. No has dado gloria a Dios: El pecado de Baltasar consiste en haberse levantado, como Nabucodonosor, contra el dominador del cielo (cf. 4, 23 y nota). A este pecado el rey agregó el uso sacrílego de los vasos sagrados sacados del Templo de Jerusalén (versículo 2).
sino que te has levantado contra el Señor del cielo. Han puesto delante de ti los vasos de su Casa, y tú, tus grandes, tus mujeres y tus concubinas estáis bebiendo en ellos; has alabado a dioses de plata y oro, de bronce, de hierro, de madera y de piedra, que no ven ni oyen, y que nada saben; y no has dado gloria al Dios que tiene en su mano tu vida y es dueño de todos tus caminos.
24Por eso vino de su parte el extremo de la mano que trazó esta escritura. 25
25 ss. Mené, Mené, Tequel, Ufarsin (en la Vulgata: Mené, Tequel, Fares), la primera palabra, repetida, sin duda, para darle más relieve y precisión, significa contado; la segunda, pesado; la tercera, dividido o separado, con evidente alusión a los persas. En el versículo 28 se repite la tercera palabra en su forma primitiva (Perés).
He aquí la escritura trazada: Mené, Mené, Tequel, Ufarsin.
26Y esta es su interpretación: Mené: Dios ha contado tu reino y le ha puesto término. 27Tequel: has sido pesado en la balanza y hallado falto de peso. 28Perés: dividido ha sido tu reino y dado a los medos y persas.”

29Mandó entonces Baltasar, y vistieron a Daniel de púrpura, le pusieron al cuello un collar de oro y se pregonó que él sería el tercero en el gobierno del reino. 30
30. Baltasar fue asesinado por Ugbaru (Gobryas), gobernador de Gutium, aliado de los persas, en la noche del 15 al 16 del mes de Tischri del año 538 a. C. Según Jenofonte, Ciro se enteró que había en Babilonia una de esas grandes fiestas en las cuales los babilonios acostumbraban comer y beber, bailar y holgarse durante toda la noche. Abrió en aquella noche los fosos que venían al Éufrates, e hizo desviar el agua del río hacia los canales, de modo que los soldados pudieron vadearlo y llegar al palacio real, donde se hallaba, alegre y confiado, Baltasar con su corte. El P. Prado se inclina a ver en esta caída de Babilonia la profetizada por Isaías 13 y 14, aunque no la parte relativa al rey de Babilonia (Isaías 14, 4-21) a quien llama “personificación poética del imperio de los caldeos”, diciendo que no coincide con Nabucodonosor, ni con Naboned ni con Baltasar, y añadiendo que el pasaje de Isaías 14, 12-15, tampoco puede aplicarse a Satanás sino en un sentido acomodaticio. Hace notar que, según otros, Isaías quiso referirse, antes que a la ruina de Babilonia, a la de los imperios asirios. Los estudios más recientes sobre la toma de Babilonia los resume Schuster-Holzammer diciendo: “Cuando Ciro (desde 539) hizo la campaña contra Babilonia, le salió al encuentro Naboned, mientras Bel-sar-usur quedaba para defender la ciudad en calidad de general en jefe. Naboned fue derrotado y se rindió a Ciro, el cual le trató con toda suerte de consideraciones... Nada dice la Sagrada Escritura de la toma de Babilonia. Se efectuó —contra lo que antes se creía— sin resistencia y sin espada, con sorprendente rapidez, al mando de Ugbaru (Gobryas), gobernador de Gutium. Ciro, que entró en Babilonia tres meses más tarde, perdonó a la ciudad y adoró a los dioses, tomó el título de “rey de Babilonia” y puso de gobernador de ella (¿virrey?) a Ugbaru.” Los judíos cautivos recibieron trato benévolo y permiso de repatriarse de parte del conquistador Ciro (véase Esdras 1, 1 y nota), anunciado por el mismo Isaías como figura de la salud mesiánica (Isaías 44, 28; 45, 1 ss.); benevolencia que seguirían recibiendo más tarde (hacia 520 a. C.) de su nieto Darío I Histaspes (como luego también de Artajerjes Longimano: Esdras 7) al facilitar grandemente que se continuara la construcción del segundo Templo de Jerusalén (Esdras 5), interrumpida por orden de su predecesor Artajerjes (Esdras 4, 7-24), pues la sujeción de Israel continuó bajo los reyes de Persia como bajo Nabucodonosor, no obstante la salida de Babilonia. Por otra parte la Sagrada Escritura nos muestra la subsistencia de Babilonia, aún después del año 176 a. C., pues fue habitada por el rey Antíoco Epífanes (I Macabeos 6, 4) que comenzó a reinar en aquella fecha (I Macabeos 1, 11) sobre los griegos como antes la había habitado Alejandro Magno que allí murió.
Aquella misma noche fue muerto Baltasar, rey de los caldeos,
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31. Recibió el reino, expresión que se confirma, como lo nota el mismo Schuster-Holzammer, por las palabras de 9, 1: “fue rey del reino de los caldeos”. El que así recibió —no de manos de Baltasar, sino del magnánimo conquistador Ciro— el gran reino de Nabucodonosor, para, continuarlo como virrey, no es otro que Ugbaru (cf. nota anterior) cuyo nombre de Darío parece ser (lo mismo que el de Ciaxares) un título que significa jefe, y que es llamado Medo. Se espera que la historia suministre nuevas aclaraciones sobre este punto un tanto oscuro como también que las inscripciones cuneiformes nos descubran un Baltasar, hijo de Nabucodonosor (cf. versículo 2 y nota), que pudiera, como dice Linder, haber sido “segundo del reino” de Babilonia después de su hermano Evilmerodac.
y recibió el reino Darío el medo, que tenía unos sesenta y dos años de edad.
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