Exodus 20
Promulgación del Decálogo
1Entonces habló Dios todas estas palabras, diciendo: 2 ▼▼2 ss. El Decálogo, la Constitución del Reino de Dios, perfeccionada por Jesucristo, nos ha sido transmitido en dos versiones: Deuteronomio 5, 6-21 y aquí en Éxodo 20, 2-17. Yahvé se presenta como Señor absoluto y no admite otros dioses o señores, pues estos no son, en realidad, dioses ni señores (I Corintios 8, 5 s.; Gálatas 4, 8), porque Él es “un Dios celoso” (vers. 5). En otro lugar veremos que Yahvé se considera no solamente como Señor, sino también como Esposo de Israel y lo ama con amor nupcial. Los derechos de Dios sobre su pueblo tienen un fundamento jurídico, bien comprensible para los israelitas, porque ellos son su propiedad, su adquisición peculiar (19, 5), rescatada por Él mismo de la servidumbre de Egipto.
“Yo soy. Yahvé, tu Dios, que te he sacado del país de Egipto, de la casa de la servidumbre. 3No tendrás otros dioses delante de Mí. 4 ▼▼4. Como se desprende del v. 5 (“no te postrarás ante ellas”), esta prohibición se refiere a todas las representaciones que podrían disminuir el culto que se debe a Dios. Quiere sobre todo, preservar de la idolatría, porque fácilmente hubieran tomado la imagen por realidad, como lo hacían los paganos con sus ídolos. Cf. el ídolo de Micas en Jueces cap. 17 y notas y la Epístola de Jeremías en Baruc, capítulo 6. Véase las notas a los versículos 1 y 26 de Baruc 6. Por las cosas que hay arriba en el cielo, han de entenderse los cuerpos celestes, cuya adoración era corriente entre los babilonios y otros pueblos del Oriente. Cuando no se trataba de adoración, permitía Dios hacer esculturas e imágenes, por ejemplo de los querubines que estaban encima del Arca de la Alianza, y de los toros que sostenían el mar de bronce en el Templo. El mismo Moisés hizo una serpiente de bronce (Números 21, 8).
No te harás escultura ni imagen alguna de lo que hay arriba en el cielo, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra. 5 ▼▼5 s. Un Dios celoso: Desde el Pentateuco (cf. Deuteronomio 4, 24 y nota) hasta los profetas (cf. Nahúm 1, 2) el Señor recibe el epíteto de Dios celoso, que expresa tan claramente la índole de sus relaciones con Israel. Ese divino Esposo manifiesta infinitas ternuras para su esposa mística, y así como castiga severamente su infidelidad, la defiende también contra todos a los enemigos. Hasta la tercera y cuarta generación: Cf. Deuteronomio 5, 9- 10; Jeremías 32, 18 ss. Es este uno de los pasajes más difíciles del Antiguo Testamento. Aunque nos hace ver que la misericordia de Dios es infinita —esto quiere decir el término “hasta mil generaciones”— aborda el tema del castigo colectivo, el cual resulta demasiado duro a la inteligencia humana, si bien la historia conoce muchos casos en que los hombres lo han practicado, especialmente después de haber ganado una guerra. Tenemos en la Sagrada Escritura varios ejemplos de culpa y castigo colectivos (cf. Josué 22, 16 ss.; Jueces capítulos 19-21; II Reyes 21, 1-14), pero muchos más casos de castigo individual (Números 12, 1 y 9-10; 16, 35; II Reyes 12, 14, etc.) y la promesa de Dios en Ezequiel 18, 20: “No pagará el hijo la maldad de su padre, ni el padre la maldad de su hijo”. Esta es la regla que Dios, en su infinita bondad, observa para con nosotros, y que arranca a Santa Teresa las palabras: “Bendita sea tanta misericordia y con razón serán malditos los que no quisieren aprovecharse de ella” (Moradas, I, 4, 9). Sin embargo no podemos negar que todos formamos un cuerpo y sufrimos juntos las consecuencias del pecado de Adán y de muchos pecados de nuestros antepasados y contemporáneos. San Gregorio y otros Padres aplican nuestro pasaje a los hijos que heredan la iniquidad de sus padres; así entienden las palabras “los que me odian”. Pero siempre que lo permita la justicia usa Dios de misericordia, hasta mil generaciones, o, como traducen algunos, hasta la milésima generación (cf. 34, 6 s.). Por lo cual dice el Catecismo Romano: “Luego recordará el Párroco cuánto sobrepuja la bondad y misericordia de Dios a la justicia, pues airándose hasta la tercera y cuarta generación, extiende hasta millares su misericordia” (III, cap. 2. n. 36). En su nota a 34, 6, Nácar-Colunga da a este pasaje su más profundo sentido, diciendo: “No cabe la menor duda de que este pasaje es la declaración de 3, 14, y que, por consiguiente, el nombre divino de Yahvé, en su sentido histórico literal, significa la presencia de Dios en medio de su pueblo y su asistencia continua para ejercer la justicia si el pueblo obra mal, y la misericordia si se mantiene fiel a Dios. Si Santo Tomás dice que en las palabras de San Pablo: quod inquirentibus se remunerator sit, se halla encerrada toda la obra de la divina Providencia en orden a la salvación de los hombres, no menos podemos decir del nombre de Yahvé, interpretado en la forma en que aquí lo hace Dios mismo”. Cf. 34, 5 ss. y nota.
No te postrarás ante ellas ni les darás culto, porque Yo soy Yahvé, tu Dios, un Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me odian, 6y que uso de misericordia hasta mil generaciones con los que me aman y guardan mis mandamientos. 7 ▼▼7. No tomarás el nombre de Dios en vano: No solo se prohíbe la blasfemia, vicio tan difundido entre los pueblos cristianos, sino también esas faltas de respeto cuando tomamos los nombres sagrados de Dios y Jesús como simple interjección. En esto deberíamos imitar al antiguo Israel, que no osaba pronunciar el Nombre inefable de Yahvé (cf. 3, 14 y nota), pues el solo hecho de tomar el Nombre del Señor sin pensar siquiera en Él, convirtiéndolo en una simple exclamación, como otro diría “por Júpiter” o “por Baco”, muestra hasta qué punto llega la despreocupación por la divina Realidad que representan, siendo cosa sabida que en la Biblia el nombre se identifica con la persona misma. Este abuso de las palabras santas que se usan como términos cuya etimología se ha olvidado llega no raras veces al punto de tomarlas para ofender a Dios, o bien usándolas sin el debido respeto, como hacen aquellos que a propósito de cualquier futileza empiezan con la expresión: por Dios, como si fueran a decir algo piadoso.
No tomarás en vano el nombre de Yahvé, tu Dios; porque Yahvé no dejará sin castigo a quien tomare en vano su nombre. 8 ▼▼8 ss. Cf. Génesis 2, 2 s. y nota. Según tradición apostólica (cf. I Corintios 16, 2) para los cristianos es el domingo el día consagrado a Dios. Dios quiere que este día sea un día de descanso y de adoración. Por eso la Iglesia ha ordenado que todos los católicos, si no media un grave impedimento, santifiquen el dominio oyendo misa. Una moda destructora se ha implantado en nuestro ambiente mundano. No solo se ha hecho del día de descanso un día de trabajo, de negocios y ferias, sino también de diversiones profanas, bailes y deportes; y como si el domingo no fuese suficiente, se ha llegado a aprovechar las noches antecedentes para realizar reuniones y fiestas que terminan a la madrugada del domingo y a sus asistentes no dejan tiempo de asistir a la misa. Estas costumbres no serian tan maléficas si los profanadores del domingo, fuesen paganos, pero se trata en muchos casos de cristianos tibios, neopaganos, que a los ojos de Dios son más detestables que los verdaderos paganos. “El domingo debe volver a ser el día del Señor, de la adoración y glorificación de Dios, del Santo Sacrificio, de la oración, del descanso, del recogimiento y de la reflexión, de la alegre unión en la intimidad de la familia. Una dolorosa experiencia muestra que, para no pocos, aun entre aquellos mismos que trabajan honesta y asiduamente durante toda la semana, el domingo ha llegado a ser el día del pecado” (Pío XII en la alocución a los hombres de Acción Católica Italiana, el 7 de setiembre de 1947).
Acuérdate del día de sábado para santificarlo. 9Seis días trabajarás y harás todo tu trabajo, 10pero el día séptimo es día de descanso, consagrado a Yahvé, tu Dios. No hagas ningún trabajo, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu ganado, ni el extranjero que habita dentro de tus puertas. 11Pues en seis días hizo Yahvé el cielo y la tierra, el mar y todo cuanto ellos contienen, y el séptimo descansó; por eso bendijo Yahvé el día de sábado y lo santificó. 12 ▼▼12. San Pablo destaca que este es el primero (y único) mandamiento del Decálogo a cuyo cumplimiento Dios nos estimula con una promesa (Ef. 6, 2 s.). La tierra es, como dice San Jerónimo, figura de la tierra de los vivientes, el cielo.
Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolongue tu vida sobre la tierra que Yahvé, tu Dios, te va a dar. 13No matarás. 14No cometerás adulterio. 15No hurtarás. 16No levantarás falso testimonio contra tu prójimo. 17 ▼▼17. Se han descubierto muchos códigos de leyes que tienen cierta semejanza con las del Sinaí, por ejemplo la legislación de los egipcios, babilonios, sumerios, hititas. Esto prueba que el Decálogo es la codificación de la ley natural y no constituye una legislación totalmente nueva. Dios ha escrito los diez mandamientos en el corazón de todos los hombres, y todos pueden conocerlos con solo oír la voz de su conciencia. Están, pues, sometidos a los diez mandamientos todos los nombres (Romanos 1, 19).
No codiciarás la casa de tu prójimo, tampoco codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de las que pertenecen a tu prójimo.” 18Todo el pueblo percibía los truenos, los relámpagos y el sonido de la trompeta, y (veía como) el monte humeaba; y viéndolo el pueblo temblaba y permanecía a distancia. 19 ▼▼19. No hable Dios con nosotros: Es sintomático este miedo del pueblo escogido. Tiene más miedo cuanto más cerca está de Dios; su ideal es un Dios distante y abstracto, que no hable tan fuerte. Este miedo a Dios no es otra cosa que miedo a la responsabilidad. Por eso encuentran siempre buena acogida los que amortiguan la voz del trueno del Todopoderoso con apaciguamientos y atenuantes humanos. “Solamente la infancia espiritual puede conocer a Dios y oír al pie del Sinaí el retumbar del trueno, el resonar de trompas, ver relámpagos y no tener miedo”.
Y dijeron a Moisés: “Habla tú con nosotros, y escucharemos, pero no hable Dios con nosotros, no sea que muramos.” 20Respondió Moisés al pueblo: “No temáis, pues para probaros ha venido Dios, y para que su temor esté ante vuestros ojos, a fin de que no pequéis.” 21Así el pueblo se mantuvo a distancia; pero Moisés se acercó a la densa nube en que estaba Dios. Dios ordena que se erija un altar
22 ▼▼22. Este versículo es el comienzo de una colección de leyes, que abarca los capítulos siguientes hasta el final del capítulo 23. Su objeto es explicar y aplicar los principios religiosos y morales del Decálogo.
Y dijo Yahvé a Moisés: “Así dirás a los hijos de Israel: Vosotros habéis visto que os he hablado desde el cielo. 23No hagáis junto a Mí dioses de plata, ni os hagáis dioses de oro, 24antes bien me erigirás un altar de tierra para ofrecer sobre él tus holocaustos y tus ofrendas pacíficas, tus ovejas y tus bueyes. En todo lugar donde Yo veo que se hace memoria de mi nombre vendré a ti y te bendeciré. 25 ▼▼25. Dios no ama el lujo. Su altar debía ser muy sencillo, de piedras no labradas, semejante a los altares de los patriarcas.
Y si me fabricas un altar de piedra no lo edificarás de piedras labradas; porque al levantar tu hierro contra la piedra la habrás profanado. 26Tampoco subirás por gradas a mi altar, para que no se descubra allí tu desnudez.”
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