‏ Ezekiel 33

III. RESTAURACIÓN DE ISRAEL

El profeta, atalaya del pueblo

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1. En este capítulo, que tiene reminiscencias de varios anteriores, nos enteraremos de que se ha consumado la caída de Jerusalén (versículo 21). “Dios elige este momento doloroso, para proclamar por su profeta la futura resurrección de Israel. Desde la primera parte, esta dulce promesa había sonado de tiempo en tiempo (cf. 11, 17; 16, 60; 17, 22; 20, 37, etc.), pero en términos rápidos. Ahora va a ser largamente desarrollada en estos dieciséis capítulos” (Fillion).
Me fue dirigida la palabra de Yahvé en estos términos:
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2. Un hombre de su territorio: La Vulgata dice: uno de los últimos. El profeta va a ser nuevamente constituido atalaya de su pueblo (versículo 7) como en el capítulo 3. Fillion explica esta nueva instalación en ese cargo porque “al principio de su ministerio Ezequiel solo había recibido sus poderes para anunciar desgracias (cf. 2, 3; 3, 11), en tanto que ahora solo tendrá que anunciar bendiciones al pueblo de Dios”.
“Hijo de hombre, habla a los hijos de tu pueblo, y diles: Cuando Yo enviare la espada sobre un país, y la gente del país toma un hombre de su territorio, y le pone por atalaya suyo;
3y este, viendo venir la espada sobre el país, toca la trompeta y avisa al pueblo; 4si entonces el que oye la voz de la trompeta, no se deja apercibir, y llega la espada y le arrebata, la sangre de este recaerá sobre su propia cabeza. 5
5. Después de haber tratado en tantos ejemplos la responsabilidad colectiva, el profeta vuelve a revelar como en el capítulo 18 (véase allí las notas), la doctrina de la salvación individual, que aún era posible dentro de la nación colectivamente infiel. Así, dice San Pablo, “conoce el Señor a los que son suyos” y los que son vasos de oro y plata, en medio de una casa grande que tiene otros de barro (II Timoteo 2, 19-21). Así muestra Jesús que se salvarán los elegidos, como por milagro, en medio de la apostasía final (Mateo 24, 24).
Pues oyó la voz de la trompeta, mas no se dejó prevenir, por eso recae su sangre sobre él. Si hubiese tomado nota del aviso habría salvado su vida,
6Pero si el atalaya, viendo venir la espada, no toca la trompeta y el pueblo no es avisado, y llegando la espada arrebata a alguno de ellos, este, por su iniquidad, perderá la vida, pero Yo demandaré su sangre de manos del atalaya.

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7. Véase 3, 16 ss., donde se expresa el mismo concepto sobre la misión del atalaya, que consiste en transmitir las palabras recibidas de Dios. Idéntica es la misión fundamental que Jesús encomienda a la Jerarquía de su Iglesia —obispo, o epíscopo, también significa atalaya, cf. Hechos 20, 28—, cuando le manda predicar el Evangelio para que se salven los que crean a esa palabra divina (Marcos 16, 15 s.). Jesucristo, que vino a darnos vida eterna para glorificar al Padre (cf. versículo 11 y nota), agrega que esa vida consiste en el conocimiento del Padre y del Hijo, que Este nos comunicó por su palabra (Juan 17, 3), dando luego su sangre para ganarnos esa vida eterna, de modo que su palabra de verdad tuviese eficacia santificadora (Juan 17, 17 y 19). Él mismo envió después a sus discípulos para predicarla (Ibíd. 18). Nosotros no podemos ganar la vida eterna para nadie, sino es por los méritos de aquel Único que la ganó (cf. 4, 4 y nota). Pero podemos comunicar como Él, esa vida eterna, transmitiendo a otros esas palabras divinas con las cuales Él nos la comunicó (Juan 6, 63). Por eso Él mismo dijo que escuchar a sus discípulos es como escucharlo a Él (Lucas 10, 16), siempre, naturalmente, que digamos lo mismo que Él dijo, y no incurramos en las tremendas sanciones que Ezequiel fulmina contra los pastores que predican como divinas sus propias opiniones (cf. 13, 3 ss.) o que se apacientan a sí mismos (cf. 34, 1 ss.).
Ahora bien, hijo de hombre, Yo te he puesto por atalaya de la casa de Israel; tú oirás de mi boca la palabra y los apercibirás de mi parte.
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8. Impío, tú morirás: San Jerónimo aplica esta sentencia a la muerte espiritual. Por su parte San Agustín agrega una nota sobre la falsa esperanza que dice por un lado: Dios es bueno y hará lo que deseamos; por el otro, empero, desmaya pensando: Estamos condenados, ¿por qué entonces esforzarnos? A aquellos exhorta la Escritura a no postergar la conversión; a estos les inspira confianza con la promesa de que se olvidará de sus pecados con tal que se conviertan de sus malos caminos.
Si Yo digo al impío: Impío, tú morirás sin remedio; y tú no hablas para apartar al impío de su camino, este impío por su iniquidad morirá, pero Yo demandaré su sangre de tu mano.
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9. Si el impío no se convierte de su camino: Reiteración de 3, 19. En ambos pasajes, como en 2, 5, y en muchos otros (cf. Cantar de los Cantares 3, 5; Eclesiástico 20, 2 y notas) vemos que Dios quiere la adhesión libre de la voluntad, sin coacción que la obligue, es decir, deja aquí a los hombres, y aun al pueblo en general, que acepte o rechace el mandato de su profeta, no obstante tratarse de una nación esencialmente religiosa y teocrática. Es Él quien castigará luego, porque a Él toca la venganza (cf. Deuteronomio 32, 35; Hebreos 10, 30). Es esta una enseñanza importante en nuestro apostolado, para librarnos del celo indiscreto que, al ver la bondad de una cosa, quiere obligar a todos a aceptarla. Jesús confirmó fundamentalmente esta doctrina al enseñarnos, en la primera de las parábolas (Mateo 13, 1 ss.), que su palabra es semilla, cuyo fruto depende de la disposición propia del terreno, es decir, que hay que dejarla caer sin pretender forzar la tierra a que se abra para recibirla. Recordémoslo también cuando se trate de llevar las almas a los sacramentos, para evitar que una invitación demasiado apremiante pueda provocar en ellas una aquiescencia falta de sinceridad, sin tener viva esa planta de la fe que viene de la semilla, o sea de la predicación de la Palabra de Dios. Así lo confirma San Pablo en Romanos 10, 17 ss.; y esta es una de las cosas que hacen incomparablemente digno de amor el yugo divino, que Cristo llama “excelente” (cf. Mateo 11, 30 texto griego y nota): la libertad cristiana, que Él proclama, y con Él todos los apóstoles (Juan 8, 32 ss.; II Corintios 3, 17; Santiago 1, 25; 2, 12; Gálatas 2, 4; 4, 31; Romanos 8, 15; II Timoteo 1, 7; I Pedro 2, 16; Juan 4, 18, etc.); pues el culto forzado no podría ser “adoración en espíritu y en verdad” (cf. Juan 4, 23 s.), de modo que nosotros mismos seamos templo de Dios (I Corintios 3, 17), “con suavidad, en el Espíritu Santo y con amor no fingido” (II Corintios 6, 6). En 44, 7 reprende Dios la admisión de los gentiles al Templo. Esto nos muestra cuan celoso es Él cuando se trata de la santidad de su Casa. Véase la nota que pusimos al citado versículo.
Pero si tú apercibiste al impío para que se convierta de su camino, y si (el impío) no se convierte de su camino, por su iniquidad morirá; mas tú has salvado tu alma.

10Di oh hijo de hombre, a la casa de Israel: Vosotros seguís diciendo: “Ya que nuestras faltas y nuestros pecados pesan sobre nosotros, y por ellos nos estamos consumiendo, ¿cómo podremos vivir?” 11
11. Nueva y preciosa revelación de la voluntad salvífica del Padre (véase 18, 21 ss. y notas). Jesús la reafirma expresamente en Juan 6, 39 s. Por eso la gloria qué Él quiere dar al Padre consiste en darnos a nosotros vida eterna (Juan 17, 2 y nota). Y entretanto, lo devora el celo por evitar que el pecador se pierda, por lo cual siente sobre Sí mismo, como si Él los hubiera cometido, los baldones con que el pecador labra su ruina al apartarse del Padre (Salmo 68, 6-10 y notas). “No te aflijas, decía un varón de Dios, por los santos que sufren sin que tú puedas evitarlo.” En efecto, ellos están en manos de Dios (Sabiduría 3, 1) y su prueba, llena de consuelos interiores que la sobrepujan (II Corintios 7, 4); es como si estuvieran realizando un negocio que les traerá una prosperidad inmensa, aunque para hacerlo hayan tenido que irse a un lejano desierto. Mucho más sería de temer por los que están muy prósperos si son impíos. “¡Ay de los que pierden el sufrimiento y abandonan las vías de Dios para ir por sendas torcidas!” (Eclesiástico 2, 16). Porque esos ya tienen “sus bienes” (Lucas 16, 25 y nota). De ahí que “no hay mayor prueba que la de no ser probado”, como dice San Agustín (cf. Salmo 80, 13 y nota). Pero aun en tales casos (como el de Santa Mónica, madre del mismo Agustín) ¡qué consuelo es el saber que todo depende en definitiva del Dios bueno, fuerte y sabio que no quiere la muerte del pecador! convertíos: Para los que estamos ahora, bajo la alianza nueva consumada en la sangre de Cristo (Lucas 22, 20), “convertirse es progresar en el conocimiento del Padre y de su Hijo Unigénito Jesucristo, para pasar de la vía iluminativa a la vía unitiva por el florecimiento en nosotros de los dones del Espíritu Santo. Tal es la feliz condición de los perfectos”. “Es perfecto el que elimina de sus afectos todo lo que impide al alma volverse totalmente hacia su Dios y Padre; es perfecto el que permanece adherido a Dios y pone en Él todas sus complacencias; es perfecto el que ya no vibra sino con los atractivos de la soberana Bondad” (Santo Tomás). 12. Véase 18, 21-27 y notas.
Diles: Por mi vida, dice Yahvé, el Señor, que no quiero la muerte del impío, sino que el impío se convierta de su camino y viva. Convertíos, convertíos de vuestros perversos caminos. ¿Por qué queréis morir, oh casa de Israel?

Justicia y misericordia de Dios

12Tú, hijo de hombre, di a los hijos de tu pueblo: La justicia del justo no le salvará en el día de su transgresión; y la iniquidad no dañará al impío cuando se convierta, como tampoco el justo podrá vivir por su (justicia) cuando pecare. 13Si Yo digo al justo: Ciertamente vivirás, y si él, confiando en su justicia, comete maldad, ninguna de sus obras justas será recordada, sino que por la maldad que cometió morirá. 14Asimismo, si Yo digo al impío: Ciertamente morirás; y si este impío, convirtiéndose de su pecado, practicare la equidad y la justicia, 15devolviere la prenda, restituyere lo robado, y siguiere los mandamientos de vida, sin cometer maldad, de seguro vivirá; no morirá. 16Ninguno de sus pecados que haya cometido será recordado contra él; ha obrado con equidad y justicia; de cierto vivirá.

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17. Véase 18, 29.
Y sin embargo, dicen los hijos de tu pueblo: «El camino del Señor no es recto», cuando, al contrario, los caminos de ellos no son rectos.
18Si el justo se aparta de su justicia y comete maldades, morirá por ellas, 19y si el impío se aparta del mal y practica la equidad y la justicia, por esto vivirá. 20¡Y vosotros decís: «No es recto el camino del Señor»! Yo os juzgaré, oh casa de Israel, a cada uno, conforme a su camino.

Impenitencia de los que habían quedado

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21 s. El Señor le había prohibido profetizar hasta que llegase este fugitivo de Jerusalén (24, 25 ss.). Por ese motivo desde entonces no recibió profecías para sus compatriotas (cf. versículo 1 y 2 y notas) hasta este histórico momento en que se cumple todo lo que Dios ha venido mostrándole. Véase 8, 1 ss. y nota.
El año doce de nuestro cautiverio, el día cinco del décimo mes, vino a mí un escapado de Jerusalén, que dijo: “Cayó la ciudad”.
22La tarde antes de llegar el fugitivo, había venido sobre mí la mano de Yahvé, para abrirme la boca, y (estuvo sobre mí) hasta que ese vino a mí por la mañana; y se abrió mi boca, y ya no estuve mudo. 23Y me llegó la palabra de Yahvé que dijo: 24
24 ss. Los versículo 24-29 nos muestran que nada había que esperar de los que quedaron en Palentina, aferrándose a la tierra y pretendiendo que solo por ser muchos, obtendrían la posesión definitiva de aquella tierra en la que el mismo Abrahán, como dice San Pablo, no obstante ser el heredero de la promesa, solamente “peregrinó como en tierra ajena, morando en cabañas, como Isaac y Jacob, herederos con él de la misma promesa; porque esperaba la ciudad que tiene los fundamentos y cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Hebreos 11, 9 s.). Estos vanos y descastados hijos de Abrahán (cf. Mateo 3, 9; Juan 8, 33 ss.) pretenden aquí obtener el cumplimiento de esa promesa no obstante sus iniquidades, sin comprender que el perdón no significa aprobación del delito y que, por lo tanto, presupone la contrición, como Dios acaba de decirlo (versículo 13). En vez de ese cumplimiento, el Señor les anuncia todo lo contrario (véase Oseas 9, 17 y nota). Ello no obsta a que el profeta renueve la promesa en los capítulos siguientes (cf. versículo 1 y nota), cuyo cumplimiento, en definitiva, será siempre obra de la pura misericordia de Yahvé, y nunca del merecimiento de su pueblo, según vimos en Jeremías 30, 13 y nota. Cf. Romanos 11, 5.
“Hijo de hombre, los que habitan entre aquellas ruinas en la tierra de Israel andan diciendo: «Si Abrahán que era uno solo, recibió en herencia el país ¿cuánto más quedará este en posesión nuestra, puesto que somos muchos?»
25Por tanto les dirás: Así dice Yahvé, el Señor: Vosotros, los que coméis (la carne) con la sangre y alzáis los ojos hacia vuestros ídolos y derramáis sangre, ¿acaso vosotros habéis de poseer el país? 26Confiáis en vuestras espadas, cometéis abominación, y cada cual contamina a la mujer de su prójimo, ¿y pensáis ser herederos del país?

27Así les hablarás: Esto dice Yahvé, el Señor: Por mi vida, que los que están entre las ruinas caerán a espada, y los que se hallan en el campo los daré como pasto a las fieras, y los que están en lugares fuertes y en cavernas morirán de peste. 28Haré del país un desierto y una soledad; se acabará la soberbia de su poder; y las montañas de Israel quedarán asoladas, porque no habrá quien pase por ellas. 29Y conocerán que Yo soy Yahvé, al convertir Yo el país en desierto y desolación, a causa de todas las abominaciones que han cometido.

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30 ss. En el pasaje precedente vimos lo relativo a los judíos que habían quedado en Palestina. Aquí se trata de los que forman el auditorio de Ezequiel en Babilonia. Parece que estuvieran mejor dispuestos, pero, como vemos, todo es apariencia, según lo que ya había dicho Isaías 29, 13 y recordó el Señor Jesús en Mateo 15, 8. Hay aquí un cuadro de elocuente aplicación a los que, en todos los tiempos y países, siguen a los predicadores de moda, como quien va al teatro. Tal rebaño se mostraba en verdad digno de tener pastores como los que vemos en el capítulo siguiente.
En cuanto a ti, hijo de hombre, los hijos de tu pueblo chismean de ti, junto a las paredes y a las entradas de las casas. Hablan entre sí cada uno con su compañero, diciendo: «¡Ea, vamos a oír cuál es la palabra que ha salido de Yahvé!»
31Y vienen a ti como a reuniones del pueblo, y se sienta delante de ti mi pueblo para oír tus palabras, pero no las ponen en práctica, porque con su boca te alaban, mientras su corazón va tras su avaricia. 32Pues he aquí que eres para ellos como un cantor de amores que tiene hermosa voz y toca bien; porque escuchan tus palabras, mas no las cumplen. 33Pero cuando ello viniere —he aquí que viene ya— conocerán que hubo un profeta en medio de ellos.”
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