‏ Ezekiel 44

La puerta cerrada

1Después me hizo volver hacia la puerta exterior del Santuario, la cual mira al oriente; y estaba cerrada. 2
2. Esta puerta estará cerrada: Como observa Schuster-Holzammer, junto con Knabenbauer, Ezequiel presentó en toda esta profecía, “la reedificación de la ciudad y del Templo por medio de una serie de cuadros brillantes, que al mismo tiempo simbolizasen el esplendor de Israel (de Jerusalén y de Tierra Santa) en los últimos tiempos, pero sin hacer distinción entre el comienzo y el fin de la era mesiánica, entre la nueva Jerusalén terrena y celestial”. Solo a la luz del Nuevo Testamento podemos notar esas diferencias, comparando esta Jerusalén de Ezequiel con lo que el Apocalipsis nos revela sobre la Jerusalén celestial (Apocalipsis 21, 2 y 10), que será la Iglesia triunfante, esposa del Cordero (Apocalipsis 19, 6-9). De ella se dice que sus puertas no se cerrarán en todo el día, y que no habrá noche (Apocalipsis 21, 25). En Isaías 60, 11 se dice lo mismo de la nueva Jerusalén de que habla Ezequiel, pero no se suprime la noche, como en la celestial. En ambos casos se trata de las puertas de toda la ciudad, en tanto que Ezequiel solo alude a las del Templo. Y en ese Templo estriba precisamente la diferencia mayor con respecto a aquella Jerusalén celestial, que San Juan señala diciendo: “Y no vi en ella templo, pues su templo es el Señor Dios omnipotente, y el Cordero” (Apocalipsis 21, 22). Vemos también que allí nada hay que construir pues baja todo del cielo (Apocalipsis 21, 2 y 10 ss.). Cf. 38, 11; 48, 35 y notas. En el sentido acomodaticio, la Liturgia aplica estas palabras de la puerta cerrada a la Virgen Santísima, para señalar su perpetua virginidad (cf. versículo 3 y nota).
Y Yahvé me dijo: “Esta puerta estará cerrada, no se abrirá, y no entrará nadie por ella, porque ha entrado por ella Yahvé, el Dios de Israel; por eso quedará cerrada.
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3. Este príncipe no es otro, como lo decían con razón los antiguos rabinos, y como lo piensan aún la mayor parte de los intérpretes creyentes, que el nuevo David, que debía reinar sobre el pueblo de Dios en el tiempo del cumplimiento de la visión de Ezequiel (cf. 34, 23-24; 37, 24). Muchos lo identifican con el Mesías; para otros es un gran monarca y caudillo teocrático (véase Isaías 32, 1 y nota). A la luz del capítulo 34 se explica tal vez la ausencia de mención del nuevo Sumo Sacerdote (cf. 40, 4; 45, 17 y notas) ya que allí se anuncia como supremo Pastor al mismo Hijo de David (34, 23 y nota), a quien en el versículo siguiente 34, 24 se llama también, como aquí, Príncipe (véase 45, 17; 46, 16 ss. y nota). Cf. Isaías 40, 11; Juan 10, 16; Hebreos 13, 20; I Pedro 5, 4, etc. Es muy de notar que esta reserva para aquel Príncipe, hijo de David, de la puerta del oriente, que es propia de Dios, sería otro argumento de la divinidad de Cristo preanunciada en el Antiguo Testamento, como el de Salmo 109 donde el Mesías es también Sacerdote y Rey a un tiempo, y que Jesús les planteó a los fariseos para mostrarles que David llama su Señor al Mesías que debía ser su hijo (Mateo 22, 41-46). Sobre este arcano del príncipe y de la puerta de oriente véase 46, 8 ss. y 16 ss. y notas.
(Solamente) el príncipe, por ser príncipe se sentará allí para comer en la presencia de Yahvé. Por el vestíbulo de la puerta entrará, y por ese mismo camino saldrá.”

4Luego me trasladó hacia la puerta del norte, delante de la Casa; miré, y he aquí que la gloria de Yahvé llenaba la Casa de Yahvé; y me postré sobre mi rostro.

Los incircuncisos y el templo

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5. Aplica tu atención: Recomendación especial, como la que vimos en 40, 4 y nota. El rigor con que el Señor establece aquí hasta los detalles de su culto para el Templo perfecto de la nueva Jerusalén, y como lo hizo para el Tabernáculo (Éxodo capítulos 25 ss.) y para la construcción del Templo salomónico (III Reyes 6), nos muestra que, aun cuando hoy rige el cambio sustancial traído por Jesús sobre la adoración del Padre “en espíritu y en verdad” (Juan 4, 23 s.), no por eso hemos de ser menos respetuosos en materia litúrgica, ni introducir en el culto público de Dios lo que no es sino capricho de la imaginación más o menos sentimental (cf. Baruc 6, 1 ss.). Con respecto a los ritos de que aquí se habla, cf. 20, 40; 43, 18 ss.; Salmo 50, 20 s.; Daniel 9, 27; Oseas 3, 4 s.; Malaquías 3, 3 s.; Eclesiástico 36, 1 y nota; Salmo 117, 25 s. y nota, etc.
Y me dijo Yahvé: “Hijo de hombre, aplica tu atención, mira con tus ojos y escucha con tus oídos todo lo que te voy a decir respecto de todos los estatutos de la Casa de Yahvé y de todas sus leyes; y para mientes en las entradas de la Casa y todas las salidas del Santuario.
6Y di a los rebeldes, a la casa de Israel: Así dice Yahvé, el Señor: Basta ya, oh casa de Israel, de todas las abominaciones (que cometisteis), 7
7 ss. Extranjeros, incircuncisos: Cf. 14, 7; Génesis 17, 10 ss.; Deuteronomio 10, 16 y notas. Esta severidad con respecto al Santuario, que no impedirá la igualdad con los extranjeros que se unan a los israelitas en la vida civil (47, 22 s.), nos muestra también a nosotros cuan grave es para Dios la profanación del Santuario, y cómo hemos de evitar que un falso celo nos lleve a querer introducir a todo trance, en los divinos misterios, a personas ajenas a la fe (cf. Cantar de los Cantares 3, 5 y nota), que pudieran abusar de los Sacramentos, o tal vez alabar con los labios mientras su corazón está lejos (Mateo 15, 8), como suele verse en ciertos acontecimientos mundanos como las bodas, funerales, etc. El título de “Misa de los catecúmenos”, que aún conserva la parte introductoria al divino Sacrificio recuerda la preocupación con que antiguamente se evitaba que asistieran a él los que no hubieran aún entrado en la fe. Véase 33, 9 y nota.
introduciendo a extranjeros, incircuncisos de corazón e incircuncisos en la carne, para que estuviesen en mi Santuario y profanasen mi Casa, mientras vosotros ofrecíais mi pan, la grosura y la sangre. Con todas vuestras abominaciones habéis roto mi alianza.
8No habéis guardado (los ritos en) el servicio de mis cosas santas; sino que habéis puesto en mi Santuario hombres que hagan mi servicio a vuestro gusto. 9Así dice Yahvé, el Señor: Ningún extranjero, ningún incircunciso, de corazón o incircunciso en la carne, de entre todos los extranjeros que haya en medio de los hijos de Israel, entrará en mi Santuario.

Los levitas

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10 ss. Cf. 48, 11. Esta degradación de sacerdotes y levitas, que eran para el Señor privilegiados como los primogénitos (Números 1, 49 ss.; 3, 12 ss.; 8, 5-19), es uno de los rasgos más elocuentes de la Biblia, y recuerda la palabra de Jesús sobre la sal que, cuando pierde su sabor, solo sirve para ser pisada (Mateo 5, 13). Ellos “llevarán sobre sí su confusión y la pena de sus maldades” (versículo 13), porque, habiendo envilecido su altísima misión espiritual, profanando y despreciando lo que era santo y divino, y prefiriendo los ídolos que les daban éxitos ante el pueblo, ahora descenderán a los oficios más bajos y materiales. De ahí la gran recomendación que el versículo 23 hace a los nuevos sacerdotes, de enseñar a “distinguir entre lo sagrado y lo profano”, como Dios lo había dicho a Aarón en “precepto perpetuo” (Levítico 10, 9 s.). Históricamente, sabemos que, después de la reapertura del Templo por Ezequías, que reunió a los sacerdotes y levitas para que se purificasen (II Paralipómenos 29, 4 s.), recayeron ellos en la idolatría de los “altos”, como se lo reprochó el rey Josías (IV Reyes 23, 8 s.). Después del cautiverio de Babilonia hubo nuevas apostasías y vemos que en tiempos de Judas Macabeo Jerusalén llegó a quedar desierta y “pisoteado el Santuario” (I Macabeos 3, 45). En cuanto a los días de Jesús, no vemos ya que Él los acuse de aquella idolatría sino más bien del doblez farisaico y de esa falta de caridad a que alude en la parábola del Buen Samaritano con el ejemplo del sacerdote y del levita (Lucas 10, 31 s.). Cf. Juan 1, 19.
También los levitas que se apartaron de Mí cuando Israel se descaminó, apostatando de Mí para ir en pos de sus ídolos, llevarán su iniquidad.
11Serán sirvientes en mi Santuario, guardas de las puertas de la Casa, y sirvientes de la Casa; degollarán los holocaustos y las víctimas para el pueblo, y estarán a su disposición para servirlo. 12Porque le sirvieron delante de sus ídolos y fueron para la casa de Israel causa de iniquidad; por eso alzo Yo mi mano contra ellos, dice Yahvé, el Señor, para que lleven su maldad. 13No se acercarán a Mí para ejercer ante Mí las funciones de sacerdotes, ni para tocar las cosas santas y santísimas, sino que llevarán su oprobio y las abominaciones que cometieron. 14Los pondré por guardas en el servicio de la Casa, para todo su servicio y para cuanto haya que hacer en ella.

Los sacerdotes y su ministerio

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15. Cf. 48, 11. Sacerdotes levitas, hijos de Sadoc; es decir, sacerdotes de la tribu de Leví y de la familia de Sadoc. Estos habían sido fieles, como lo fue a David el mismo Sadoc (III Reyes 1, 38 s.; 2, 35). Es notable que esta familia sacerdotal figure entre los primeros sacerdotes pobladores de Jerusalén, tanto en I Paralipómenos 9, 11 (cf. nota), como en Nehemías 11, 11. Los autores discuten porque parece que el primero de estos textos se refiere a los que poblaron a Jerusalén apenas conquistada por David (II Reyes 5, 6 ss.), y el segundo a los que la repoblaron a la vuelta de Babilonia. La familia de Sadoc es la única mencionada en ambas listas que por lo demás son muy diferentes. Sadoc fue Sumo Sacerdote en Gabaón donde estaba el Tabernáculo (I Paralipómenos 16, 39; cf. 45, 4 y nota), y es de notar que descendía de Eleazar y de Fineés, a quienes los derechos del sacerdocio habían sido asegurados para siempre. Cf. Éxodo 29, 9; Números 25, 13; I Paralipómenos 6, 4-15; Salmo 105, 31; Eclesiástico 45, 8, 19 y principalmente 30 y 31, donde el Eclesiástico hace un paralelismo entre la promesa sacerdotal de Fineés, con respecto a su pueblo, y la promesa real de David sobre el mismo. Cf. I Paralipómenos 23, 24 s. y 22, 10. Es de notar que en el segundo Templo construido a la vuelta de Babilonia no hubo estas exigencias, sino que los sacerdotes y los levitas volvieron a sus funciones como antes (Esdras 6, 18 ss.; Nehemías 12, 1 ss.), si bien el mismo Esdras era de la familia de Sadoc y Fineés y Eleazar, como se hace constar expresamente en Esdras 7, 1 ss.
Los sacerdotes levitas, hijos de Sadoc, que guardaron (los ritos en) el servicio de mi Santuario cuando los hijos de Israel apostataron de Mí, ellos se acercarán a Mí para servirme, y estarán en mi presencia para presentarme la grosura y la sangre, dice Yahvé, el Señor.
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16. Mi mesa: Véase 41, 22 y nota.
Ellos entrarán en mi Santuario y se llegarán a mi mesa para servirme, y guardarán mis ceremonias.
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17. Las ropas de lino son símbolo de la pureza. Véase Éxodo 28, 39 ss.; Levítico 16, 4. Los levitas vestían ropas de lana que provocan el sudor y difícilmente se conservan limpias.
Después de entrar por las puertas del atrio interior, vestirán ropas de lino, y no llevarán sobre sí cosa de lana al ejercer su ministerio dentro de las puertas del atrio interior y en la Casa.
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18. He aquí otro ejemplo de higiene y sencillez para los ornamentos sacerdotales.
Tendrán turbantes de lino sobre su cabeza, y calzoncillos de lino sobre sus lomos; y evitarán ceñirse de tal modo que entren en sudor.
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19. El que tocaba una cosa santificada, quedaba santificado él mismo, es decir, separado de la vida ordinaria por un tiempo, como cosa consagrada a Dios. Cf. Éxodo 29, 37; 30, 29-; Levítico 21, 1 s.
Y cuando salieren al atrio exterior, al pueblo que está en el atrio exterior, se quitarán sus vestimentas en las cuales ordinariamente ejercen su ministerio, las depositarán en las cámaras del Santuario, y se pondrán otros vestidos, para no consagrar al pueblo con estas vestimentas suyas.
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20. Cf. Levítico 21, 5 ss. A diferencia de los nazareos, que debían dejarse crecer el cabello (Números 6, 5), se prescribe aquí lo mismo que indica San Pablo en I Corintios 11, 14. Lo relativo a las bebidas (versículo 21) era un precepto perpetuo dado por Dios a raíz del pecado de los hijos de Aarón (cf. Levítico 10).
No raerán su cabeza, ni se dejarán crecer rizos de cabello, sino que se cortarán la cabellera.
21Ningún sacerdote beberá vino cuando haya de entrar en el atrio interior. 22No tomarán por mujer, viuda ni repudiada, sino una virgen de la estirpe de la casa de Israel. Sin embargo, podrán ellos tomar la viuda de un sacerdote. 23
23. Es decir, como anota Crampón, “enseñarán al pueblo la Ley. Cf. Deuteronomio 17, 8 s.; 19, 17; 21, 1 s.”
Enseñarán a mi pueblo a distinguir entre lo santo y lo profano y a discernir entre lo impuro y lo puro.
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24. Juzgarán conforme a mis juicios: juzgarán según las Escrituras divinas y no por argumentos de autoridad humana (cf. Colosenses 2, 8 y nota).
Ellos serán jueces en los pleitos, y juzgarán conforme a mis juicios; observarán mis leyes y mis preceptos en todas mis fiestas y santificarán mis sábados.
25No se llegarán a ningún muerto para no contaminarse. Solo podrán contaminarse por padre, o madre, o hijo, o hija, o hermano, o hermana que no haya tenido marido. 26Después de su purificación se le contarán siete días; 27y el día en que entrare en el Santuario, en el atrio interior, para ejercer su ministerio en el Santuario, ofrecerá su sacrificio por el pecado, dice Yahvé, el Señor.

La porción de los sacerdotes es el Señor

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28. Tendrán también herencia: Texto dudoso. La Vulgata vierte a la inversa: no tendrán heredad. Ambas versiones dan el mismo sentido, si referimos el texto hebreo a la herencia espiritual, y, la de la Vulgata a la posesión de un territorio como lo poseían las otras tribus. Cf. Números 18, 20; Deuteronomio 18, 2; Eclesiástico 45, 27; II Timoteo 2, 4 y notas.
Tendrán también herencia; pues Yo soy su herencia. No les daréis posesión en Israel; la posesión de ellos soy Yo.
29Se alimentarán de las ofrendas, de los sacrificios por el pecado y de los sacrificios por la culpa; y todo anatema en Israel será para ellos. 30
30. Véase Éxodo 23, 19; Números 15, 19 s.; 18, 15. Sobre la bendición prometida cf. Malaquías 3, 10.
Las primicias de todos los primeros frutos, y todas las ofrendas alzadas de cualquier clase, de entre todas vuestras ofrendas alzadas, pertenecerán a los sacerdotes. Daréis también al sacerdote las primicias de vuestras harinas, para que la bendición descanse sobre tu casa.
31Los sacerdotes no comerán mortecino alguno, ni animal destrozado (por fieras), sea de aves, sea de bestias.
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