‏ Galatians 3

II. LA JUSTIFICACIÓN POR LA FE

La ley no es capaz de justificarnos

1¡Oh, insensatos gálatas! ¿cómo ha podido nadie fascinaros a vosotros, ante cuyos ojos fue presentado Jesucristo clavado en una cruz?
1. Empieza aquí la Parte dogmática de la carta, que comprende los capítulos 3 y 4. La propia experiencia debe demostrar a los gálatas, que recibieron la justificación sin las obras de la Ley, de lo cual son testimonio los carismas del Espíritu Santo que se derramaron sobre ellos.
2Quisiera saber de vosotros esto solo: si recibisteis el Espíritu por obra de la Ley o por la palabra de la fe. 3¿Tan insensatos sois que habiendo comenzado por Espíritu, acabáis ahora en carne?
3. Acabáis ahora en carne: ¿Cómo el esfuerzo del hombre caído podría ir más lejos que el Don redentor de Dios, de un valor infinito?
4¿Valía la pena padecer tanto si todo fue en vano? 5Aquel que os suministra el Espíritu y obra milagros en vosotros ¿lo hace por las obras de la Ley o por la palabra de la fe?
5. Una de las cosas más sorprendentes del Cristianismo, para el que lo mirase como una mera regla moral sin espiritualidad, es ver cuántas veces los reprobados por Dios son precisamente los que quieren multiplicar los preceptos, como los fariseos de austera y honorable apariencia. Toda esta Epístola a los gálatas, en que el Apóstol de Cristo parece escandaloso porque lucha por quitar preceptos en vez de ponerlos (2, 4 y 14; 5, 18 ss., etc.), es un ejemplo notable para comprender que lo esencial para el Evangelio está en nuestra espiritualidad, es decir, en la disposición de nuestro corazón para con Dios. Lo que Él quiere, como todo padre, es vernos en un estado de espíritu amistoso y filial para con Él, y de ese estado de confianza y de amor hace depender, como lo dice Jesús (Jn. 6, 29; 14, 23 s.), nuestra capacidad —que solo de Él nos viene (Jn. 15, 5)— para cumplir la parte preceptiva de nuestra conducta. Desde el Antiguo Testamento, que aún ocultaba bajo el velo de las figuras los insondables misterios de su amor que el Padre había de revelarnos en Cristo (Ef. 3, 2 ss.), descubrimos ya, a cada paso, ese Dios paternal y espiritual cuya contemplación nos llena de gozo y que conquista nuestro corazón con la única fuerza que es capaz de hacernos despreciar al mundo: el amor. Véase, con sus respectivas notas. Jr. 23, 33; Is. 1, 11; 58, 2; 66, 2; Os. 6, 6; Mt. 7, 15; 12, 1 ss.; 23, 2 s. y 13 y 23 ss.; Mc. 7, 3 ss.; Lc. 11, 46; 13, 14; Jn. 4, 23 s.; 5, 10 ss.; 8, 3 ss.; 2 Co. 11, 13 ss.; Col. 2, 16 ss.; 1 Tm. 4, 3; 2 Tm. 3, 5, etc.

El ejemplo de Abrahán

6Porque (está escrito): “Abrahán creyó a Dios, y le fue imputado a justicia”
6. Véase Gn. 15, 6. Como en la Epístola a los Romanos, S. Pablo toma por ejemplo a Abrahán, a quien dio Dios la promesa para todos los pueblos, y el cual fue justificado no por la circuncisión, sino por la fe. Así como Abrahán recibió la santificación únicamente por la fe, así los verdaderos hijos de Abrahán son los que tienen la fe en Cristo. Cf. 4, 22 s.; Rm. 4, 3 ss., y notas.
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7Sabed, pues, que los que viven de la fe, esos son hijos de Abrahán. 8Y la Escritura, previendo que Dios justifica a los gentiles por la fe, anunció de antemano a Abrahán la buena nueva: “En ti serán bendecidas todas las naciones”
8. Cf. Gn. 12, 3; 18, 18; Si. 44, 20; Hch. 3, 25.
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9De modo que, junto con el creyente Abrahán, son bendecidos los que creen. 10Porque cuantos vivan de las obras de la Ley, están sujetos a la maldición; pues escrito está: “Maldito todo aquel que no persevera en todo lo que está escrito en el Libro de la Ley para cumplirlo”
10. Cf. Dt. 27, 26; St. 2, 10; Mt. 5, 19.
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11Por lo demás, es manifiesto que por la Ley nadie se justifica ante Dios, porque “el justo vivirá de fe”
11. Cf. Hab. 2, 4; Rm. 1, 17; 3, 21 s.; Hb. 10, 38.
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12en tanto que la Ley no viene de la fe, sino que: “El que hiciere estas cosas, vivirá por ellas”
12. Cita de Lv. 18, 5. Como en realidad nadie fue capaz de cumplir la Ley, resultó que nadie pudo vivir por ella y todos cayeron en la maldición del versículos 10, salvo los que se justificaron por la fe en Jesucristo.
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13Cristo, empero, nos redimió de la maldición de la Ley, haciéndose por nosotros maldición, porque escrito está: “Maldito sea todo el que pende del madero”
13. Para librarnos de la maldición se hizo Él maldición (cf. Dt. 21, 23). Esto muestra el abismo que significa la Redención de Cristo. Dios pudo perdonarnos gratis, pero el Hijo quiso devolverle toda la gloria accidental que el pecado le quitaba. Entonces no se limitó a pagar nuestra deuda como un tercero, sino que quiso sustituirse a nosotros de tal modo que Él fuese el pecador, y nosotros los inocentes, lavados por su Sangre. Cf. Ez. 4, 4 y nota.
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14para que en Cristo Jesús alcanzase a los gentiles la bendición de Abrahán, y por medio de la fe recibiésemos el Espíritu prometido.

Ley y promesa

15Hermanos, voy a hablaros al modo humano: Un testamento, a pesar de ser obra de hombre, una vez ratificado nadie puede anularlo, ni hacerle adición. 16Ahora bien, las promesas fueron dadas a Abrahán y a su descendiente. No dice: “y a los descendientes” como si se tratase de muchos, sino como de uno: “y a tu Descendiente”, el cual es Cristo
16. Cf. Gn. 12, 7; 13, 15; 17, 7 s.; 22, 18; 24, 7.
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17Digo, pues, esto: “Un testamento ratificado antes por Dios, no puede ser anulado por la Ley dada cuatrocientos treinta años después, de manera que deje sin efecto la promesa
17. Cf. Ex. 12, 40. Las promesas de Dios a Abrahán de santificar en él a todos los pueblos, son anteriores a la Ley. Anularlas por las prescripciones posteriores de esta, sería contrario a la fidelidad de Dios, sería exigir un precio por lo que había ofrecido gratuitamente (v. 18).
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18Porque si la herencia es por Ley, ya no es por promesa. Y sin embargo, Dios se la dio gratuitamente por promesa”.

La ley, preparación para Cristo

19Entonces ¿para qué la Ley? Fue añadida a causa de las transgresiones, hasta que viniese el Descendiente a quien fue hecha la promesa; y fue promulgada por ángeles por mano de un mediador
19. Fue añadida. No olvidemos esta revelación que debe estar en la base de nuestra vida espiritual si queremos ser cristianos y no judaizantes: la Ley fue añadida a la promesa hasta que viniera el que había de cumplirla. Desde entonces lo prometido se da por la fe en Jesús (v. 22), es decir a los que, creyendo en Él, se hacen como Él hijos de Dios (4, 6; Jn. 1, 11 s.). Luego nuestra vida no es ya la del siervo que obedece a la Ley (4, 7) sino la del hijo y heredero que sirve por amor (1 Jn. 3, 1). El mediador de la Ley antigua fue Moisés; la promesa, empero, se dio a Abrahán, sin mediador, por Dios es, pues, superior a la Ley de Moisés. No se trata de un contrato bilateral, sino de una promesa espontánea.
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20Ahora bien, no hay mediador de uno solo, y Dios es uno solo. 21Entonces ¿la Ley está en contra de las promesas de Dios? De ninguna manera. Porque si se hubiera dado una Ley capaz de vivificar, realmente la justicia procedería de la Ley. 22Pero la Escritura lo ha encerrado todo bajo el pecado, a fin de que la promesa, que es por la fe en Jesucristo, fuese dada a los que creyesen
22. La Escritura, etc.; Cf. Rm. 11, 32 y nota.
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23Mas antes de venir la fe, estábamos bajo la custodia de la Ley, encerrados para la fe que había de ser revelada. 24De manera que la Ley fue nuestro ayo para conducirnos a Cristo, a fin de que seamos justificados por la fe
24. Nuestro ayo: nuestro instructor, por cuanto dio testimonio en favor de la fe (2, 19 s.) y no cesó de inculcar la necesidad de la fe. “Repara, dice el Crisóstomo, cuán fuerte y poderoso es el ingenio de Pablo, y con cuánta facilidad prueba lo que quiere. Pues aquí muestra que la fe no solo no recibe daño ni descrédito alguno de la Ley, sino que esta le sirve de ayuda, introductora y pedagoga, preparándole el camino”. Recordemos, empero, que en todo esto hay, más que el ingenio de Pablo, la sabiduría del Espíritu Santo.
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25Mas venida la fe, ya no estamos bajo el ayo, 26por cuanto todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús
26. “Nadie es hijo adoptivo de Dios, si no está unido al Hijo natural de Dios” (S. Tomás). Nótese aquí la necesidad de la filiación divina, cuyo sello es la fe. La Ley solamente preparaba para Cristo, pero no supo proporcionar en ningún momento la inserción [el injertarnos] en un tronco divino. El Antiguo Testamento no conocía la grandiosa idea del Cuerpo Místico, porque este misterio, reservado para la revelación de S. Pablo, estaba escondido de toda eternidad, aun para los ángeles. Cf. Ef. 3, 9 ss.; Col. 1, 25 ss. y notas.
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27Pues todos los que habéis sido bautizados en Cristo estáis vestidos de Cristo. 28No hay ya judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay varón y mujer; porque todos vosotros sois uno solo en Cristo Jesús. 29Y siendo vosotros de Cristo, sois por tanto descendientes de Abrahán, herederos según la promesa.
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