Genesis 1
I. DESDE LA CREACIÓN DEL MUNDO HASTA EL DILUVIO
Creación del cielo y de la tierra.
1 ▼▼1. Al principio, es decir, cuando no existía aún nada de lo que se encierra en las palabras “cielo y tierra”. Desde antiguo se ha observado la semejanza de este pasaje con Juan 1, 1: “En el principio era el Verbo”. De ahí que algunos Padres y Teólogos sostengan que el autor sagrado se refiere aquí al Hijo por el cual todo fue hecho (Juan 1, 3). Cf. Proverbios 8, 22. A favor de esta opinión pueden alegarse otros pasajes, por ejemplo: Hebreos 1, 2; Apocalipsis 3, 14; 22, 13 y especialmente Colosenses 1, 18, donde el Apóstol llama a Cristo “el principio” y dice que “por Él fueron hechas todas las cosas, las de los cielos y las que están sobre la tierra, las visibles y las invisibles, sean dominaciones, sean principados, sean potestades. Todas las cosas fueron creadas por medio de Él y para Él (Colosenses 1, 16). Es de notar que el mismo Jesús se llama “el principio” en Juan 8, 25 (Vulgata). Creó: de la nada; no de alguna materia preexistente, como se lee en las cosmogonías paganas. El verbo hebreo ‘bará’ se usa específicamente para señalar la actividad divina y la creación ex nihilo. “Hacer una cosa cuando no existía nada, es producir de la nada, es crear en el sentido filosófico de la palabra” (Ceuppens). “Dios”, en hebreo Elohim, es un plural que viene de Él o Eloah (=el Fuerte). Sale en el Antiguo Testamento más de 2.500 veces y tiene los siguientes significados: a) Dios, b) los falsos dioses (Éxodo 12, 12), c) los vicarios de Dios: los ángeles, príncipes, jueces (Salmo 96, 7 comparar con Hebreos 1, 6; Salmo 81, 6 comparar con Juan 10, 34; cf. I Reyes 28, 13). Elohim lleva por regla general los atributos y verbos en singular, como en este versículo (cf. También el versículo 26, lo que prueba claramente que no se trata como dicen los racionalistas, de un resto de politeísmo. Al contrario, el politeísmo es una depravación del monoteísmo primitivo, cuyas huellas se han conservado, fuera de la Biblia, hasta nuestros días, en algunos pueblos “salvajes” que viven muy retirados y sin mayor contacto con los otros. Los investigadores modernos, sobre todo la escuela antropológica del P. W. Schmidt, han descubierto en aquellos pueblos la creencia de un Dios supremo, creador de todas las cosas, muy justo y muy bueno, legislador y juez de los hombres. No hay, pues, duda, de que el politeísmo es un producto de la apostasía de la religión primitiva. “El cielo”, incluso los ángeles (cf. El pasaje de Colosenses 1, 16, citado más arriba) y “la tierra”: el orbe entero, sin excluir nada. Orígenes y San Agustín entienden por cielo las cosas espirituales, por tierra las materiales.
Al principio creó Dios el cielo y la tierra. 2 ▼▼2. Confusión y caos: El hebreo usa dos palabras que suenan onomatopéyicamente: tohu y bohu, y que se repiten en Jeremías 4, 23. Los Setenta vierten invisible y carente de orden. Algunos autores modernos ven en este versículo una alusión a un cataclismo anterior a la actual organización de la tierra; opinión que no tiene fundamento en la construcción gramatical del texto hebreo. Los que en el versículo primero incluyen la creación de los ángeles ven aquí una misteriosa conexión con la caída de los ángeles, cuyos sustitutos, por decirlo así, iban a ser los hombres, para los cuales Dios, en su infinita bondad preparaba la tierra. En Isaías 14, 9-14 el profeta nos describe la caída del príncipe de los ángeles bajo la figura del rey de Babilonia que lleva el nombre apocalíptico de Lucifer (Luzbel), y San Juan nos describirá su derrota en los últimos tiempos (Apocalipsis 12, 7 ss.). Muy poco sabemos de la rebelión de Satanás, pues Moisés no relata explícitamente la creación de los ángeles, sino que la presupone. “El abismo”: las aguas revueltas que rodean la tierra aprisionada por ellas (Ceuppens). Los antiguos se representaban la tierra rodeada por todas partes de inmensas profundidades. La palabra hebrea “tehom” (abismo) corresponde a la babilónica “tiamat”, que es la personificación del océano. “El Espíritu de Dios”: el Espíritu Santo. Así lo explican los Santos Padres. La Liturgia del Sábado Santo sigue la misma interpretación. Solamente San Efrén, Teodoreto y algunos modernos lo entienden del viento, pues en hebreo las dos cosas, espíritu y viento, son expresadas por la misma palabra. “Se movía”: el verbo hebreo significa moverse lentamente, revolotear (cf. Deuteronomio 32, 11) a la manera de las aves. Cf. la paloma como símbolo del Espíritu Santo en el Nuevo Testamento (Mateo 3, 16). Nácar-Colunga traduce: “estaba incubando”, como para dar forma y hermosura al universo. El Espíritu Santo es el artífice que sacó de este caos un mundo bien ordenado. Es, pues, un error creer que el Espíritu Santo solamente se manifiesta desde su venida el día de Pentecostés y que haya estado inactivo en los tiempos antiguos. “En los albores de la Creación, junto a la masa caótica de materia pasiva e incapaz de producir algo por sí misma, el autor sagrado coloca, en contraste admirable, la presencia benigna del Espíritu de Dios, que todo lo vivifica. Y junto a los umbrales del Nuevo Testamento, el libro de la Sabiduría nos habla de una Sabiduría que en algunos capítulos se identifica con Dios.” Cf. Sabiduría 1, 5 s. El Espíritu Santo actúa a lo largo de todo el Testamento Antiguo, siempre moviéndose sobre el caos del mundo y formando el Reino de Dios sobre la tierra. Si los hombres no lo reconocieron, es porque el misterio del Espíritu no se reveló de una vez, sino poco a poco hasta descorrer Dios la plenitud de sus secretos por medio del Verbo hecho carne. Si combinamos esta verdad con lo dicho en 1, 1 y nota, y especialmente con Juan 1, 3 donde el Apóstol dice que por Cristo “fueron hechas todas las cosas”, vislumbramos ya en los primeros versículos de la Biblia el misterio de la Trinidad y la eterna preocupación de Dios Trino por nuestra salvación. “Se insinúa aquí, dice San Buenaventura, la Trinidad entera: el Padre con el nombre de Dios Creador, el Hijo con el nombre de Principio, y el Espíritu Santo con el Espíritu de Dios” (Breviloq.). Son de admirar estas luces que Dios nos hace ver desde el Antiguo Testamento sobre el misterio de los misterios. Cf. v. 26; 18, 2; Éxodo 3, 6; Números 6, 24 s.; Eclesiástico 50, 22; Isaías 6, 3 y 8, etc.
La tierra era confusión y caos, y tinieblas cubrían la faz del abismo, mas el Espíritu de Dios se movía sobre las aguas. 3 ▼▼3. Comienza con este versículo el relato de las obras de la creación que se dividen en dos clases: “opus distinctionis” (creación de los espacios y lugares) y el “opus ornatus” (acción de llenar y poblar los espacios). A la primera clase de obras dedica el autor sagrado los tres primeros días; a la segunda, los días siguientes. Parece haber aquí una contradicción con el versículo 14, donde se narra la creación del sol, fuente de la luz. La contradicción desaparece, si tomamos la voz “luz” en sentido lato: energía, que Dios concentrará en el sol (v. 14). Oigamos sobre este punto un físico moderno: “En nuestro siglo este “grave error” del Génesis se ha disipado, y muy lejos de ver aquí un error, vemos un acierto científico verdaderamente sorprendente. Hoy sabemos que luz y materia no son sino distintas formas de una misma cosa: la energía. Sabemos también que de todas las formas de la energía es la luz la más pura y la única que pudo existir sin un soporte material; si bien en nuestras aplicaciones corrientes, nosotros obligamos a la materia a que nos devuelva luz” (J. Domínguez Casanueva, Estudios, Santiago de Chile, abril 1949, pág. 17).
Y dijo Dios: “Haya luz”; y hubo luz. 4 ▼▼4. Era buena, no solo por su belleza o sus buenos efectos, sino por ser la realización de una idea del Creador, pues todo lo que hace Dios es bueno; lo malo entró en el mundo por el pecado (cf. Sabiduría 2, 24 y nota).
Vio Dios que la luz era buena; y separó Dios la luz de las tinieblas. 5 ▼▼5. Tarde y mañana: el comienzo y el fin del día. Para los hebreos comenzaba el día con la puesta del sol, de manera que, por ejemplo, el sábado comenzaba el viernes al caer la noche. Los “días” de la creación no han de entenderse como intervalos de 24 horas, sino que pueden tomarse, como dice la Pontificia Comisión Bíblica, en sentido lato de período (Denz. 2128). Los Padres, p. ej., San Crisóstomo, San Basilio, San Ambrosio, prefieren entender esa palabra en su sentido propio. Entre los exégetas modernos hay algunos (Bea, Simón Prado) que ven en los días de la creación un esquema literario “que sigue una línea progresiva desde las cosas imperfectas hasta las perfectas”. No faltan quienes los explican como resultado de una visión, mediante la cual Dios expusiera a Adán o a Moisés el desarrollo de la creación.
Llamó Dios a la luz día, y a las tinieblas llamó noche. Y hubo tarde y hubo mañana: primer día. 6 ▼▼6. Firmamento: la bóveda del cielo en que parecen colocados los astros. La palabra hebrea significa “sólido”.
Después dijo Dios: “Haya un firmamento en medio de las aguas que separe unas aguas de otras”. 7 ▼▼7. Las aguas que están bajo el firmamento son los mares, ríos, fuentes; por aguas superiores, en cambio, se entienden aquellas que parecen estar almacenadas sobre el firmamento, de donde caen sobre la tierra, en forma de lluvias. Como se ve, Moisés no habla en términos científicos, sino según las apariencias y con expresiones populares, como también lo hace el salmista, quien en el Salmo 32, 7 se refiere a las aguas del mar recogidas en un odre. Cf. 7, 1; 8, 2; Salmos 77, 23; 103, 3; 148, 4; Daniel, 3, 60.
E hizo Dios el firmamento, y separó las aguas que estaban bajo el firmamento de las aguas que estaban sobre el firmamento. Y así fue. 8Llamó Dios al firmamento cielo; y hubo tarde y hubo mañana: día segundo. 9 ▼▼9. Lo seco: los continentes que surgen de la masa informe y caótica (v. 2)
Y dijo Dios: “Júntense en un lugar las aguas que quedan bajo el cielo y aparezca lo seco”. 10Llamó Dios a lo seco tierra, y a la reunión de las aguas llamó mares. Y vio Dios que estaba bien. 11 ▼▼11. Los expositores no concuerdan en la interpretación de este versículo. Algunos distinguen solamente dos clases de plantas, otros sostienen que se trata de tres: hierbas, hortalizas y árboles frutales, lo cual concuerda mejor con el texto hebreo. “Brote”: porque la tierra poseía ya las plantas en potencia por el soplo del Espíritu de Dios (v. 2). Ceuppens (Quaestiones selectae ex Historia Primaeva) no cree que aquí el hagiógrafo insinúe la creación de cada especie y excluya el transformismo (mitigado).
Después dijo Dios: “Brote la tierra hierba verde, plantas que den semilla, árboles frutales que produzcan fruto según su especie y cuya semilla esté en ellos sobre la tierra”. Y así fue. 12Brotó, pues, la tierra hierba verde, plantas que tenían en sí semilla según su especie, y árboles que producían frutos y cuya semilla se hallaba en ellos según su especie. Y vio Dios que estaba bien. 13Y hubo tarde y hubo mañana: día tercero. 14 ▼▼14 ss. “Lumbreras”: aludidas ya en el v. 5. “Sirvan de señales”: Aquí se señala su función, que consiste ante todo en servir de reloj para los hombres e indicarles las estaciones del año, los días y las fiestas. Cf. Salmo 103, 19- 23. Es de notar que las cosmogonías paganas fueron incapaces de conservar este concepto de la función de los astros y les dieron el carácter de dioses. “A los dioses Schamasch y Sin, Re y Tot, que en Babilonia y en Egipto realmente “dominaban” como representantes de los astros, el autor les atribuye tan poca importancia como el Salmista en Salmo 135, 8 s. De lo contrario no hubiera elegido esta expresión” (Heinisch). La lumbrera mayor (v. 16) es tipo de Cristo que en Malaquías 4, 2 es llamado “Sol de Justicia”. Cf. Isaías 60, 19; Zacarías 3, 8; Lucas 1, 78; Apocalipsis 21, 23, y especialmente el Prólogo del Evangelio de San Juan (Juan capítulo 1). Esta denominación ha sido trasplantada a la Liturgia, en donde sirve para ordenar el año litúrgico. El “Sol de Justicia”, Cristo, es el centro del movimiento cíclico de todas las solemnidades místicas de la Iglesia.
Luego dijo Dios: “Haya lumbreras en el firmamento del cielo, que separen el día de la noche y sirvan de señales y (marquen) las estaciones, días y años. 15Sirvan también de lumbreras en el firmamento del cielo para alumbrar la tierra”. Y así fue. 16Hizo, pues, Dios las dos grandes lumbreras: la lumbrera mayor para presidir el día, y la lumbrera menor para presidir la noche, y las estrellas. 17Púsolas Dios en el firmamento del cielo para alumbrar la tierra, 18para regir el día y la noche y para separar la luz de las tinieblas. Y vio Dios que estaba bien. 19Y hubo tarde y hubo mañana: día cuarto. 20 ▼▼20. Seres vivientes, literalmente: almas. El sentido primitivo de la palabra es aliento, hálito, vida. De ahí que se use en el sentido de alma en todo el Antiguo Testamento y también en el Nuevo (Cf. Mateo 10, 39 y nota). La Vulgata vierte: produzcan las aguas reptiles de alma viviente y aves que vuelen sobre la tierra debajo del firmamento del cielo. El término “produzcan” dio lugar a la creencia de que los peces y también las aves fuesen productos del agua. Así lo interpretan, entre otros, San Cirilo de Alejandría, San Juan Damasceno, muchos escolásticos y el autor del himno de vísperas del jueves: Magnae Deus potentiae,qui fertili natos aquapartim relinquis gurgitipartim levas in aëra.
Después dijo Dios: “Pululen las aguas multitud de seres vivientes; y vuelen aves sobre la tierra debajo del firmamento del cielo”. 21Y creó Dios los grandes monstruos marinos, y todos los seres vivientes que marchan arrastrándose, de los cuales hierven las aguas, según su especie; y toda ave alada según su especie. Y vio Dios que estaba bien. 22 ▼▼22. Dios bendice los animales, pero no las plantas, porque, según interpretan algunos, los animales son capaces de percibir la bendición. Mejor sería decir que Dios bendijo todas las cosas creadas, incluso las plantas, aunque Moisés no lo relata expresamente.
Y Dios los bendijo, diciendo: “Sed fecundos y multiplicaos y henchid las aguas en los mares; y multiplíquense las aves sobre la tierra”. 23Y hubo tarde y hubo mañana: día quinto. 24 ▼▼24. Produzca, porque la tierra es la materia (prima) de la cual Dios se sirve para crear los animales (cf. v. 25 y 2, 19). Los autores católicos no concuerdan en la interpretación; unos dicen que Dios creó los animales directamente; otros, en forma mediata; otros opinan que el hagiógrafo prescinde de expresarse sobre este punto y se limita a afirmar la causalidad en todo lo que se refiere a la vida. No se debe mezclar la Biblia con teorías modernas.
Luego Dios dijo: “Produzca la tierra seres vivientes según su especie: animales domésticos, reptiles, bestias salvajes, según su especie”. Y así fue. 25Hizo, pues, Dios las bestias salvajes según su especie, y los animales domésticos según su especie, y todo reptil de la tierra según su especie. Y vio Dios que estaba bien. La creación del hombre.
26 ▼▼26. “La solemnidad de la fórmula indica claramente que se trata de la obra más importante. Dios entra en consejo consigo mismo, e invoca la plenitud de su ser, del cual es revelación la Trinidad” (Nácar-Colunga). La creación del hombre difiere de las otras creaciones en tres puntos: a) En vez de dar una orden a la materia prima, es el mismo Dios quien pone mano a la obra; b) Dios crea el hombre según Su imagen y semejanza; c) el hombre es constituido señor de toda la creación visible. “Al hombre”: en hebreo sin artículo, lo cual quiere decir que ha de entenderse en sentido colectivo. Imagen y semejanza: San Basilio, San Jerónimo y otros Padres distinguen entre imagen y semejanza. Esta se referiría a los dones sobrenaturales, aquella a los naturales. Los modernos, p. ej., Hummelauer, se inclinan a ver en la unión de ambos términos una expresión enfática, que significaría imagen perfecta. ¿En qué consiste la semejanza del hombre con Dios? No en el cuerpo, sino en el espíritu, que es un soplo de Dios (2, 7), una centella del Espíritu divino. “Dios creó al hombre por puro amor, y le dio como destino no solamente una existencia natural, sino que, movido por su afecto paternal, le hizo partícipe de la misma vida divina. Dios dio la vida a la creatura humana, pero al mismo tiempo la ensalzó por encima de sí misma, incorporándola a la naturaleza divina (cf. II Pedro 1, 4). Adán era, por medio de la gracia santificante, un verdadero hijo adoptivo de Dios y como tal también socio de la naturaleza divina. Y por cuanto esta “justitia originalis” había sido dada juntamente con la naturaleza, constituía un bien añadido a la naturaleza perfecta del hombre, y estaba destinada a ser transmitida a toda la humanidad” (Sheeben). En el Nuevo Testamento se restauró esta grandiosa idea de la semejanza del hombre con Dios mediante nuestra inserción vital en Cristo. Léase sobre este insondable misterio el primer capítulo de la Carta de San Pablo a los Efesios, especialmente el v. 10. Sobre Cristo como imagen del Padre véase Colosenses 1, 15 y Hebreos 1, 3. De ahí que algunos vean en esta expresión del Génesis al Hijo, quien es “todo en todos” (Colosenses 3, 11).
Después dijo Dios: “Hagamos al hombre a imagen nuestra, según nuestra semejanza; y domine sobre los peces del mar y las aves del cielo, sobre las bestias domésticas, y sobre toda la tierra y todo reptil que se mueve sobre la tierra”. 27 ▼▼27. Tenemos en este versículo la primera prueba de la poesía hebrea, cuya característica es el paralelismo de los hemistiquios. Es de notar que toda la narración muestra cierto ritmo poético. Varón y mujer, es decir, varón y mujer aparte, dos individuos, no un individuo con dos sexos (cf. Mateo 19, 4). Tampoco creó varios géneros humanos, como San Pablo explica en el discurso del Areópago. (Hechos 17, 26).
Y creó Dios al hombre a imagen suya; a imagen de Dios lo creó; varón y mujer los creó. 28 ▼▼28. Dios aparece en todo este capítulo como Rey del universo, por el hecho mismo de la Creación. Los libros todos del Antiguo Testamento, especialmente los Salmos, celebran tal reinado (Salmos 28; 47; 92; 94; 103; 104; 144; Tobías 13, 1-6; Ester 13, 9-14; Isaías 37, 16; etc.). Dentro del Reino de Dios, el hombre ocupa un lugar preferido y es también rey, porque a él le entregó Dios el señorío sobre la creación visible, pero tal privilegio se trocó en duro trabajo a causa de la caída del hombre, por lo cual todas las cosas creadas, hasta las inanimadas aguardan “con ardiente anhelo” la libertad de la “servidumbre de la corrupción” (Romanos 8, 19 y 21 y notas).
Los bendijo Dios; y les dijo Dios: “Sed fecundos y multiplicaos, y henchid la tierra y sometedla; y dominad sobre los peces del mar y las aves del cielo, y sobre todos los animales que se mueven sobre la tierra”. 29Después dijo Dios: “He aquí que Yo os doy toda planta portadora de semilla sobre la superficie de toda la tierra, y todo árbol en que hay fruto de árbol con semilla, para que os sirvan de alimento. 30Y a todos los animales de la tierra, y a todas las aves del cielo, y a todo lo que se mueve sobre la tierra, que tiene en sí aliento de vida, les doy para alimento toda hierba verde”. Y así fue. 31 ▼▼31. Sobre el “carácter histórico” de los acontecimientos narrados en este capítulo se han escrito muchísimos artículos y libros, principalmente con el fin de establecer la concordancia de las Ciencias naturales con la Biblia, sin que se haya logrado probarla. “Poco servicio hacían a la Biblia los autores del siglo pasado, que querían concordar los trascendentales relatos del Génesis con las teorías de La Place. Era comparar lo incomparable; era no tener idea de lo que es la Biblia” (Celada). La Sagrada Escritura no quiere ser un manual de ciencias, sino que se limita a describir los fenómenos físicos en un lenguaje popular y a veces poético (cf. la nota al versículo 5). Esto lo admite también la Pontificia Comisión Bíblica en su respuesta del 30 de junio de 1909 (Denz. 2121-2128 que transcribimos al final del capítulo tercero) y en la Carta del Cardenal Suhard de París (del 16 de enero de 1948) sobre los once primeros capítulos del Génesis. “Por eso, dice en la citada carta el P. Vosté, secretario de la Comisión Bíblica, invitamos a los sabios católicos a estudiar estos problemas sin parcialidad, a la luz de una sana crítica y de los resultados de los otras ciencias interesadas.” Sin embargo, hay que tener en cuenta el carácter histórico de los hechos que se relacionan con los fundamentos de la religión cristiana, como por ejemplo: la creación de todas las cosas por Dios, la creación particular del hombre, la unidad del género humano, la felicidad original de los primeros padres, su caída, la promesa del futuro Redentor y la institución divina del sábado. Algunos, muy pocos, admiten también un evolucionismo o transformismo mitigado, que no pretende suprimir a Dios ni extender su desarrollo al alma humana, y creen que esta explicación concuerda más con la infinita sabiduría de Dios. Así, por ejemplo, el P. Bea, en la X Semana Bíblica Italiana (1948), no excluye que Dios se haya servido de un organismo ya formado para, modificado, infundir en él un alma racional. La Iglesia no ha aprobado esta tesis, pero tampoco la ha condenado. “Estas teorías conservan, por consiguiente, su mayor o menor probabilidad intrínseca según la fuerza de las razones en que se basan, y su mayor o menor probabilidad extrínseca según la cantidad y calidad de autores que la propagan”. (M. Torres). Todas estas cuestiones están relacionados con lo que se llama “el género literario” (histórico, didáctico, poético, profético, apocalíptico). Entre los católicos es el P. Hummelauer quien más ha contribuido a la investigación de la forma literaria de estos capítulos. Otra cuestión, coherente con esta última, es la del tiempo de su fijación por escrito. Una transmisión escrita no es del todo imposible, pues la invención de la escritura es mucho más antigua que la del alfabeto, el cual no es sino la última etapa del desenvolvimiento de la escritura. “El archivo común de los conocimientos, dice Ricciotti, era la memoria, y no la escritura; en otras palabras, el pensamiento vivo era preferido a su momia embalsamada en la escritura. Esta momia se buscaba cuando más en los casos en que se necesitaba un documento material que atestiguara —como un contrato—, una ley, un monumento, etc. (Historia de Israel, núm. 190). Ricciotti trae argumentos contundentes que prueban la importancia que tuvo la memoria entre los pueblos antiguos. La Comisión Bíblica, en una Respuesta dada el 27 de junio de 1906, admite que Moisés para componer su obra se haya servido de fuentes, sacando de ellas algunas cosas a la letra y otras compendiadas. Nada dice de la composición de esas posibles fuentes, ni de la forma de su transmisión en los tiempos anteriores a Moisés.
Vio Dios todo cuanto había hecho; y he aquí que estaba muy bien. Y hubo tarde y hubo mañana: día sexto.
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