‏ Genesis 2

Dios santifica el sábado

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1. El ornato, en hebreo “sabaot” (ejército). El “ejército del cielo” son las estrellas. Cf. Deuteronomio 4, 19; 17, 3; IV Reyes 17, 16; 21, 3 y 5; Nehemías 9, 6; Isaías 40, 20, etc. La misma palabra se usa en otros lugares como denominación de los ángeles. Cf. Josué 5, 14; III Reyes 22, 19; II Paralipómenos 18, 18. Sobre la creación de los ángeles véase 1, 1 y nota (final). El “ornato de la tierra” son todas las cosas creadas en ella y todas sus fuerzas.
Fueron, pues, acabados el cielo y la tierra con todo el ornato de ellos.
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2 s. El día séptimo, o sea, el sábado (que originariamente significaba “siete”), recibe aquí su institución divina. Dios lo santificó (v. 3): Expresión antropomórfica. Dios nunca descansa a manera del hombre. Si Dios no obrase sin cesar, toda la creación volvería a la nada. (Cf. Salmo 62, 9; 103, 29; Sabiduría 1, 7); por lo cual Jesús pudo decir en día de sábado: “Mi Padre hoy como siempre está obrando” (Juan 5, 7). De este versículo se sigue que la institución del sábado o día de descanso es anterior a la legislación sinaítica, la cual la supone (cf. Éxodo 16, 23 y 30). El pueblo de Israel debió descansar después de los seis días de trabajo, y lo mismo la tierra cada siete años (Éxodo 23, 10; Levítico 25, 1 ss.; Deuteronomio 15, 1 ss.), en memoria del séptimo día en que Dios “descansó” después de la Creación. Algunos Santos Padres van más lejos y ven también en la historia del mundo un plan septenario: cuatro milenios antes de Cristo, dos milenios después de Cristo y un milenio de reinado de Jesucristo. Los demás pueblos antiguos no conocían el sábado; los egipcios tenían décadas de días; los babilonios daban el nombre de sábado (schabatu) el día 15 del mes (plenilunio), el cual era para ellos un día de penitencia. El “séptimo día” de los cristianos es, según tradición apostólica, el domingo, el “día del Señor”, porque Cristo resucitó en ese día (cf. I Corintios 16, 2).
El día séptimo terminó Dios la obra que había hecho; y descansó en el día séptimo de toda la obra que había hecho.
3Y bendijo Dios el séptimo día y lo santificó; porque en él descansó Dios de toda su obra que en la creación había realizado.

El paraíso

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4. El autor sagrado vuelve al tema de la creación del hombre, la que nos narra con nuevos detalles. Yahvé Dios, en hebreo “Yahvé Elohim”. Sobre el nombre de Elohim véase 1, 1 y nota. Yahvé significa, etimológicamente, “El que es”, el Viviente, el Eterno. Cf. Éxodo 3, 14, donde Dios mismo se da este nombre, el cual solamente le corresponde a Él, cualquier dios pagano es un no ser, un producto de la imaginación, o a lo más, la representación de un espíritu maligno (cf. I Corintios 1, 5; Gálatas 4, 8). Los críticos han llamado la atención sobre el hecho de que en este capítulo y en el siguiente, el escritor sagrado use el nombre de Yahvé, combinándolo con Elohim y formando un compuesto “Yahvé Elohim”. Los más avanzados han atribuido a este fenómeno tanta importancia, que sostienen que en este versículo comienza a escribir otro autor, el “yahvista”. De esta manera destruyen la unidad del Pentateuco y lo reparten entre diversos autores: yahvistas, elohistas y otros, llegando al extremo de negar por completo su origen mosaico. Es verdad que la diversidad de los nombres de Dios es una particularidad notable del Pentateuco. La conocían ya los grandes exégetas de la antigüedad. San Crisóstomo y San Agustín, quienes, no obstante ello, sostenían el origen mosaico y la unidad de los cinco primeros libros de la Biblia. Hoy sabemos que esa particularidad tiene poco peso, pues las versiones antiguas, los Setenta y el Samaritano, no coinciden en este punto con el texto hebreo masorético, lo cual prueba que el uso distinto de los nombres de Dios no tiene tanta importancia como le atribuyen los críticos, si bien se puede admitir que Moisés tuvo a mano fuentes de diverso estilo y diversos nombres de Dios. En todo caso, ha de sostenerse que Moisés es el autor del Pentateuco.
Esta es la historia de la creación del cielo y de la tierra.

El día en que Yahvé Dios creó la tierra y el cielo,
5no había aún en la tierra arbusto campestre alguno; y ninguna planta del campo había germinado todavía, pues Yahvé Dios no había hecho llover sobre la tierra, ni había hombre que labrase el suelo; 6
6. Fuente: Traducción incierta. La palabra correspondiente hebrea aparece solo dos veces en la Biblia, aquí y en Job 36, 27. Su significado sería más bien “humedad”, “líquido”. Más tarde, en Babilonia, significaba “agua que corre en canales”.
pero brotaba una fuente de la tierra, que regaba toda la superficie de la tierra.
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7. El sentido de este versículo es: Dios creó el cuerpo del hombre del barro de la tierra, como el de los animales, y le inspiró el alma, de modo que en el hombre se juntan dos mundos, el corpóreo y el incorpóreo o espiritual. Sobre el evolucionismo y transformismo véase la nota a 1, 31, final. La expresión antropomórfica “insufló en sus narices (cf. Isaías 2, 22) quiere expresar simbólicamente que el alma no fue formada a manera del cuerpo, de la materia preexistente, sino creada por Dios directamente de la nada y unida al cuerpo (Santo Tomás). Compárese esta expresión con una semejante del Nuevo Testamento, que trata del Espíritu Santo. Jesús “sopló hacia los discípulos y les dijo Recibid el Espíritu Santo” (Juan 20, 32). “Aliento de vida”: ¿No se puede ver también aquí una alusión al Espíritu Santo, como en 1, 2? Cf. Job 33, 4: “El Espíritu de Dios me ha hecho, y el soplo del Todopoderoso me da vida”, y en Salmo 32, 6: “Por la palabra del Señor se hicieron los cielos, y sus huestes todas por el aliento de su boca.”
Y formó Yahvé Dios al hombre (del) polvo de la tierra e insufló en sus narices aliento de vida, de modo que el hombre vino a ser alma viviente.

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8. Edén, palabra antigua sumeria. Los sumerios fueron los antecesores de los babilonios, a los cuales dejaron su cultura y la escritura cuneiforme. Edén significa en sumerio campo abierto, llanura donde prosperan todos los frutos; de ahí que en hebreo tenga el significado de delicias. La Vulgata traduce “jardín de delicias”, y en vez de “al oriente” vierte “desde el principio”, pues en hebreo las dos cosas se expresan por la misma palabra.
Y plantó Yahvé Dios un jardín en Edén, al oriente, donde colocó al hombre que había formado.
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9. “El árbol de la vida” servía para contrarrestar la natural caducidad del cuerpo. Según Santo Tomás, el fruto de ese árbol libraba el cuerpo de la muerte solamente por algún tiempo, y para evitar la muerte Adán tenía que comer siempre de nuevo. “El árbol del conocimiento” servía para ver si Adán optaba por el bien o por el mal. Su nombre le viene de los efectos que de sus frutos se esperaban (Santo Tomás).
Yahvé Dios hizo brotar de la tierra toda clase de árboles de hermoso aspecto y (de frutos) buenos para comer, y en el medio del jardín el árbol de la vida, y el árbol del conocimiento del bien y del mal.

10De Edén salía un río que regaba el jardín; y desde allí se dividía y se formaban de él cuatro brazos. 11
11. De los cuatro ríos solo conocemos los dos últimos, el Tigris y el Éufrates, los dos grandes ríos de Mesopotamia, que desembocan en el Golfo Pérsico. Havilá: tierra desconocida, localizada por algunos en la Cólquida, en el Cáucaso. Más tarde encontramos ese mismo nombre en el norte de Arabia (Génesis 25, 18; I Reyes 15, 7; cf. Génesis 10, 7 y 29).
El nombre del primero es Fisón, el cual rodea toda la tierra de Havilá, donde está el oro.
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12. Bedelio: resina odorífera. Piedra de ónice: Nácar-Colunga traduce ágata. Bover-Cantera conserva el nombre hebreo schoham.
El oro de aquella tierra es fino. Allí se encuentra también el bedelio y la piedra de ónice.
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13. Cus o Kusch, en tiempos históricos nombre de Etiopía. Se cree que los cusitas (etíopes) originariamente vivieron en el Cáucaso, de donde, al emigrar hacia el sur, se llevaron el nombre de Kusch. “¿Dónde hay que buscar el sitio del paraíso?” Tomando como punto de partida los ríos conocidos, el Tigris y el Éufrates, que nacen en Armenia, tendríamos que identificar esta región con el país del paraíso. En tal caso el Fisón sería idéntico con el Fasis, y el Gihón con el Araxes o uno de los ríos de aquellas montañas. Heinisch busca el paraíso en Aserbeidschan, en la región de los lagos de Wan y Urmia. Otros recurren a la hipótesis de Syce, que busca el paraíso en la región del Golfo Pérsico, entre Mesopotamia y Arabia. Algunos lo buscan en la India, China, Madagascar, Abisinia, Perú, etc. “Después de leer estas opiniones, llegamos a la conclusión de que, si bien el texto bíblico hace la impresión de querer describir la región próxima al paraíso, es muy difícil determinarlo” (Enciso). Sin embargo, se mantiene la fe en su existencia. San Justino, San Agustín, Santo Tomás y otros Padres y Doctores de la Iglesia creen que Enoc y Elías tienen su morada en el paraíso terrenal.
El nombre del segundo río es Gihón, que circunda toda la tierra de Cus.
14El tercer río se llama Tigris, el cual corre al oriente de Asir. Y el cuarto río es el Éufrates.

15
15. Para que lo labrara: Aun antes de su caída, Adán tenía que cultivar la tierra. Le era preciso trabajar, no para procurarse alimento con el sudor de su frente, como después del pecado, sino para ejercitar su inteligencia y sus fuerzas, de tal manera que no se cansase, pero que no estuviese tampoco sin hacer nada (San Juan Crisóstomo. Homilías sobre el Génesis).
Tomó, pues, Yahvé Dios al hombre y lo llevó al jardín de Edén, para que lo labrara y lo cuidase.
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16 s. He aquí la primera prohibición que Dios impuso a los hombres. De hecho Adán era señor de toda la tierra (1, 28), gozaba del privilegio de estar exento de enfermedades y de la muerte y vivía en íntima amistad con su Creador, que le había elegido para fundar y difundir el Reino de Dios sobre la tierra; pues todas las obras de Dios respecto del hombre, desde el primer día de la existencia del género humano hasta el fin de los tiempos, tienen por objeto el establecimiento y desarrollo de Su Reino. Su omnipotencia le permitiría hacerlo sin nosotros, pero su infinita bondad desea nuestra colaboración, para que seamos partícipes de un destino inefablemente dichoso. Cf. II Pedro 1, 4; I Juan 3, 1. Si este Reino fracasó aparentemente tan pronto fue por culpa de los primeros padres; y si hasta el presente sufre violencia (Mateo 11, 12), la culpa la tenemos nosotros. En los versículos que siguen, narra el autor sagrado la historia del primer revés del Reino de Dios sobre la tierra, a causa de la desobediencia de los protoparentes, los que dieron más crédito a la serpiente que a su Padre y Creador. (Cf. Sabiduría 2, 24 y nota). “Morirás” (v. 17): Se refiere a la muerte física, pues antes de la caída el hombre no estaba sometido a ella, como lo afirma la Sabiduría: “Por la envidia del diablo entró la muerte en el mundo” (Sabiduría 2, 24). Lo mismo dice San Pablo en Romanos 6, 23: “El salario del pecado es la muerte”. (Cf. Romanos 5, 12)
Y mandó Yahvé Dios al hombre, diciendo: “De cualquier árbol del jardín puedes comer,
17mas del árbol del conocimiento del bien y del mal, no comerás; porque el día en que comieres de él, morirás sin remedio”.

Creación de la mujer

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18 ss. Adán ejerce el señorío sobre los animales, dándoles nombres que corresponden a su naturaleza, mas al mismo tiempo se da cuenta que no tienen semejanza con él. Siente su aislamiento en el mundo que le rodea, y esto es precisamente lo que Dios le quiere sugerir al presentarle los animales. Tenemos también aquí uno de los antropomorfismos tan frecuentes en este capítulo. No quiere decir que Dios haya organizado un desfile de todos los animales, sino que Adán, al ver las diversas clases de animales, les puso los nombres correspondientes a su naturaleza. Se puede probar lingüísticamente que los primeros nombres de los animales, como también los de las plantas y de todas las demás categorías de cosas, eran genéricos y no especiales como lo son hoy. La especificación se produjo poco a poco, sobre la base de los nombres primitivos puestos por Adán. “No es bueno que el hombre esté solo”. Comentando estas palabra, dice Fray Luis de León: “Dios por su persona concertó el primer casamiento que hubo, y les juntó las manos a los dos primeros casados y los bendijo, y fue juntamente como si dijésemos, el casamentero y el sacerdote” (La Perfecta Casada).
Entonces dijo Yahvé Dios: “No es bueno que el hombre esté solo; le haré una ayuda semejante a él”.
19Formados, pues, de la tierra todos los animales del campo y todas las aves del cielo, los hizo Yahvé Dios desfilar ante el hombre para ver cómo los llamaba, y para que el nombre de todos los seres vivientes fuese aquel que les pusiera el hombre. 20Así, pues, el hombre puso nombres a todos los animales domésticos, y a las aves del cielo, y a todas las bestias del campo; mas para el hombre no encontró una ayuda semejante a él. 21
21. Un profundo sueño: La voz hebrea significa sueño profundo y extático. Los Setenta traducen “éxtasis”. Cf. 15, 12; I Reyes 26, 12; Isaías 29, 10.
Entonces Yahvé Dios hizo caer un profundo sueño sobre el hombre, el cual se durmió; y le quitó una de las costillas y cerró con carne el lugar de la misma.
22
22. De la costilla… formó una mujer: ¿Ha de entenderse esto en un sentido literal o en sentido figurado? Hay quienes ven en estas palabras solamente una figura que quiere expresar la igualdad de naturaleza entre el hombre y la mujer. A esto se opone el texto de I Corintios 11, 7, donde San Pablo afirma que “no procede el varón de la mujer, sino la mujer del varón”. Por eso la interpretación tradicional veía siempre en la creación de la mujer una acción “especial” de Dios, aunque la costilla puede ser un símbolo para indicar la identidad de naturaleza. Pero puede admitirse que en hebreo “costilla” y “costado” se denominan por la misma palabra, por lo cual no es falso lo que algunos catecismos enseñan, a saber, que Eva fue creada del costado de Adán. La narración bíblica quiere también decir que la mujer es compañera del hombre, pero que este es su cabeza, como dice San Pablo: “Las mujeres estén sujetas a sus maridos, como al Señor, por cuanto el hombre es la cabeza de la mujer, así como Cristo es la cabeza de la Iglesia, que es su cuerpo, del cual Él mismo es Salvador. De donde, así como la Iglesia está sujeta a Cristo, así las mujeres lo han de estar de sus maridos en todo” (Efesios 5, 22-24). Cf. Génesis 3, 16. No hay duda de que Adán y Eva son padres de todo el género humano. En esto estriba el dogma del pecado original y de la Redención por Jesucristo, y el precepto de amar a todos los hombres como a hermanos. La Sagrada Escritura atestigua varias veces esta verdad fundamental. Cf. Génesis 3, 20; 10, 32; I Paralipómenos 1, 1; Tobías 8, 8; Sabiduría 7, 1; 10, 1; Eclesiástico 17, 1 ss.; Hechos 17, 26. Eva formada del costado de Adán es, según los santos Padres, figura de la Iglesia, la que salió del costado de Jesucristo. Como Eva es figura de la Iglesia, así lo es Adán respecto de Cristo. Cf. II Corintios 11, 2; Efesios 5, 25-32; Apocalipsis 19, 7 s.
De la costilla que Yahvé Dios había tomado del hombre, formó una mujer y la condujo ante el hombre.
23
23. Varona: Así dice el hebreo y también la traducción de Scío. Usando la palabra varón en su forma femenina “varona”, hoy caída en desuso, se ve perfectamente que ante Dios, la mujer y el hombre tienen el mismo valor, aunque no la misma posición.
Y dijo el hombre:

“Esta vez sí es hueso de mis huesos

y carne de mi carne;

esta será llamada varona,

porque del varón ha sido tomada”.

24
24. Este versículo atestigua la institución divina del “matrimonio”, fundamento de la sociedad humana, cuya célula es la familia. El hombre y la mujer serán una carne, lo que implica la indisolubilidad y unidad del matrimonio, como lo explica Jesús en Mateo 19, 7-8, donde cita nuestro pasaje y agrega: “A causa de la dureza de vuestro corazón os permitió Moisés repudiar a vuestras mujeres, mas al principio no fue así”. Es este uno de los pocos pasajes en que Jesucristo ha dado normas a las ciencias profanas; en este caso para la etnología e historia de la cultura. Sin embargo, debemos comprobar que los eruditos modernos, salvo muy pocas excepciones, no hacen caso de esa palabra de Cristo, sino que sostienen que al principio las relaciones entre varón y mujer obedecían a la ley de la promiscuidad y que los primeros hombres vivían en poligamia. Son esos los mismos etnólogos que sostienen también que, al comienzo de la historia del género humano, reinaba el politeísmo y no el monoteísmo, con lo cual desprecian expresamente a Dios, quien dice claramente que al principio todo estaba bien, muy bien (1, 31). Esto significa que la depravación, el politeísmo y la poligamia son la segunda etapa de la cultura humana, no la primera. Su consecuencia fue, como veremos en los caps. 6 y 7, el diluvio.
Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se adherirá a su mujer, y vendrán a ser una sola carne.
25
25. Adán: otros traducen el hombre. “En hebreo solo a partir de 4, 25 aparece el nombre (Adán) sin artículo y como propio, cuando por haberse hablado ya de otros hombres era preciso individualizarlo.” (Bover-Cantera). Para mayor claridad lo usamos ya ahora. “No se avergonzaban”, porque eran como niños. Este pequeño detalle arroja no poca luz sobre el estado extraordinariamente feliz de los primeros padres. “El misterio del estado original es tan grande y maravilloso que recién la revelación del Logos encarnado, la revelación del Nuevo Testamento, nos ha proporcionado sobre él una claridad beatificadora, en especial la profunda teología de San Pablo, la que, por la inspiración divina de sus Epístolas se eleva a la esfera de la infalible revelación divina, y no puede, por tanto oponerse a la doctrina de Cristo, como si fuese especulación rabínica o “exaltación” dogmática de la sencilla enseñanza de Jesús, contenida en los sinópticos” (Rhaner, Teología Kerigmática). Solamente la doctrina de la filiación divina, que San Pablo explica particularmente en la Carta a los Efesios, es capaz de darnos una idea del estado primitivo que se perdió por el pecado. Si Cristo vino al mundo para restaurar lo que Adán había perdido, fue para darnos de nuevo la capacidad de ser hijos de Dios como lo fue Adán.
Estaban ambos desnudos, Adán y su mujer, mas no se avergonzaban.
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