Genesis 22
El sacrificio de Isaac
1Después de esto probó Dios a Abrahán, y le dijo “¡Abrahán!” “Heme aquí”, contestó este. 2 ▼▼2. Moriah: más tarde nombre de una colina. Sobre ella se construyó, según II Paralipómenos 3, 1, el Templo de Salomón. El lugar preciso del sacrificio de Abrahán sería la roca que domina la espléndida cúpula de la Mezquita de Omar (Fillión). El nombre de Moriah se explica de diversas maneras. Parece aludir a la aparición del Señor, como se deduce del versículo 14 (cf. II Paralipómenos 3, 1 ss.). Las dos pruebas más grandes que experimentó Abrahán fueron, primero el mandato de Dios de abandonar su patria y a sus parientes, y vivir como extraño en un país desconocido; segundo, la orden de sacrificar a su propio hijo. El santo patriarca no vaciló ni un momento, sino que se puso inmediatamente en marcha, para cumplir la voluntad de Dios. “A ningún padre pidió Dios sacrificio tan grande, mas ¡a cuántos llega el momento en que les quita de repente un ser querido! Hasta entonces les había parecido que el hijo era todo suyo por ser carne de su carne y sangre de su sangre; veían en él la prolongación de su propia vida. Pero llega el momento en que, sea por una grave enfermedad, sea por otra causa, peligra la vida del hijo; momento en que el Señor les pide el gran sacrificio. Unos desoyen su voz refugiándose en cierto fatalismo; otros se revelan haciendo valer derechos que no existen, pues Dios es siempre el dueño de la vida; algunos se someten, aceptan la voluntad divina y entregan su hijo. Se ponen en camino acompañando al hijo, que ni siquiera se da cuenta del sacrificio de los padres, quienes con angustia, esperan el momento en que será consumado su sacrificio. Muchas veces, como en el caso de Abrahán, Dios se conforma con solo la prontitud de obedecer, de someterse, de aceptar Su voluntad; otras veces indica también el monte en el cual desea ver realizado el holocausto. Para María, el monte indicado fue el Gólgota; y ella, incondicionalmente, pronunció su “Fiat”, como en el día de la Encarnación” (Elpis).
Le dijo entonces: “Toma a tu hijo único, a quien amas, a Isaac, y ve a la tierra de Moriah, y ofrécele allí en holocausto sobre uno de los montes que Yo te mostraré.” 3Se levantó, pues, Abrahán muy de mañana, aparejó su asno y tomó consigo dos de sus criados y a Isaac, su hijo; después de partir leña para el holocausto se puso en camino para ir al lugar que Dios le había indicado. 4Cuando al tercer día Abrahán alzó los ojos y vio el lugar desde lejos, 5dijo a sus mozos: “Quedaos aquí con el asno; yo y el niño iremos hasta allá para adorar, y después volveremos con vosotros.” 6Tomó, pues, Abrahán la leña para el holocausto, la cargó sobre Isaac, su hijo, y tomó en su mano el fuego y el cuchillo; y caminaron los dos juntos. 7Y se dirigió Isaac a Abrahán, su padre diciendo: “Padre mío”; el cual respondió: “Heme aquí, hijo mío”. Y dijo (Isaac): “He aquí el fuego y la leña, mas ¿dónde está el cordero para el holocausto?” 8 ▼▼8 ss. Abrahán, el hombre de fe inquebrantable, que esperaba contra toda esperanza (Romanos 4, 18), estaba convencido de que Dios tendría una solución, aun cuando fuese necesario el milagro de resucitar a su hijo (Hebreos 11, 19). Isaac es figura de Jesucristo ofrecido en la Cruz, pues, como dice San Jerónimo, “estando aparejado para morir, llevó la Cruz evangélica antes del Evangelio” (Carta a Pamaquio). Como Isaac tomó sobre sus espaldas la leña, así Cristo cargó con el madero de la cruz; y como Isaac se dejó atar voluntariamente, así Cristo, el Cordero de Dios, “fue sacrificado porque Él mismo lo quiso” (Isaías 53, 7). Pero hubo esta gran diferencia, que Dios salvó a Isaac del sacrificio, y en cambio —dice San Pablo— “no perdonó a su propio Hijo”. Tal es la asombrosa relación del amor y la misericordia del Padre, que se nos hace en Juan 3, 16. Abrahán es, pues, figura de aquel Padre que sacrificó a su Hijo Unigénito para la redención del mundo.
Contestó Abrahán: “Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío.” Y siguieron caminando los dos juntos. 9Llegado al lugar que Dios le había indicado, erigió Abrahán allí el altar, y dispuso la leña, después ató a Isaac su hijo, y le puso sobre el altar, encima de la leña. 10Y alargando su mano tomó Abrahán el cuchillo para degollar a su hijo, 11 ▼▼11. “El Ángel del Señor”; en sentir de muchos Padres, Dios mismo, o el Hijo de Dios que preparaba la Redención. Otros ven en él un verdadero Ángel que servía de intermediario entre Dios y los hombres (cf. Éxodo 3, 20-23).
cuando he aquí que el Ángel de Yahvé le llamó desde el cielo, diciendo: “¡Abrahán, Abrahán!” Él respondió: “Heme aquí.” 12 ▼▼12. Conozco que eres temeroso de Dios: En este “temor” se descubre la esencia de la religión antigua. Es un temor suavizado por el amor a Dios, cuyos mandamientos paternales causan miedo solamente en los que no los practican. “Aun en los pasajes en que ante Yahvé omnipotente y vengador el ‘temor’ tiende a predominar en el sentido más crudo de ‘miedo’… es este un solo elemento y predominante cuando se quiera, de todo un complejo, de que también son parte primordial el ‘respeto’, la ‘reverencia’. En ocasiones los papeles se cambian, y el ‘temor’ queda como escondido en el fondo, mientras el ‘respeto’, la ‘reverencia’, concretados en la ‘piedad’ practicada, en la ‘religión’ —total ley divina— vivida, suben a primer plano, hasta tal punto que la expresión “timentes Deum” llega a ser el término consagrado que se da a quienes, piadosos para con Dios, en todo guardan su ley” (Asensio).
Dijo entonces (el Ángel): “No extiendas tu mano contra el niño, ni le hagas nada; pues ahora conozco que eres temeroso de Dios, ya que no has rehusado darme tu hijo, tu único.” 13Y alzó Abrahán los ojos y miró, y vio detrás de él un carnero, enredado por los cuernos en un zarzal. Fue Abrahán y tomó el carnero, y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo. 14Y dio Abrahán a aquel lugar el nombre de “Yahvé ve” por donde se dice hoy día: “En el monte de Yahvé se verá”. El premio a la obediencia
15El Ángel de Yahvé llamó a Abrahán por segunda vez desde el cielo, 16y dijo: “Por mí mismo he jurado, dice Yahvé: Por cuanto has hecho esto, y no has rehusado darme a tu hijo, tu único, 17 ▼▼17. “Poseer la puerta” es un giro hebreo que significa vencer, conquistar, triunfar.
te colmaré de bendiciones y multiplicaré grandemente tu descendencia como las estrellas del cielo, y como las arenas de la orilla del mar, y tus descendientes poseerán la puerta de sus enemigos; 18 ▼▼18. En tu descendencia: Jesucristo. Así lo explica San Pablo en Gálatas 3, 16. Cf. las promesas anteriores en 12, 3; 18, 18. Abrahán es nuevamente colmado de bendiciones por su obediencia, y contribuye a la gran bendición del mundo que culminará en Cristo. “Los justos y los santos son las columnas de la Iglesia y del mundo entero” (San Crisóstomo). “Porque has obedecido mi voz”: la obediencia a la palabra de Dios obra milagros, resucita a los muertos, engendra la vida del alma y la mantiene viva. Cf. el Salmo 118.
y en tu descendencia serán benditas todas las naciones de la tierra, porque has obedecido mi voz.” 19Luego volvió Abrahán a sus criados y levantándose se dirigieron juntos a Bersabee, y habitó Abrahán en Bersabee. Descendencia de Nacor.
20Pasadas estas cosas fue dada a Abrahán esta noticia: “También Milcá ha dado a luz hijos a Nacor, tu hermano (cuyos nombres son): 21Us, el cual es su primogénito; Buz, su hermano; Camuel, padre de Aram, 22Cased, Azau, Feldas, Jedlaf y Batuel. 23Batuel engendró a Rebeca. Estos ochos dio Milcá a luz a Nacor, hermano de Abrahán. 24Su concubina, llamada Reumá, le dio también hijos: Tábeh, Gáham, Tahas y Maaca.
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