‏ Habakkuk 3

Cántico de Habacuc

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1. El Cardenal Gomá caracteriza este capítulo como un “fragmento eminentemente poético, uno de los más hermosos himnos de la Biblia. En él expone el profeta, como en los capítulos 1 y 2 de su libro, pero en forma nueva, los juicios divinos que pesan sobre los impíos, y los favores celestes que caen en abundancia sobre el pueblo privilegiado” (Salterio, pág. 398). Un ditirambo. Los Setenta traducen: sobre instrumentos de cuerda. Vulgata: por las ignorancias.
Oración de Habacuc, profeta. Un ditirambo.

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2. Según San Agustín y otros santos Padres, este versículo se refiere al Mesías. La primera parte expresa el temor que sintió el profeta cuando Dios le dio el anuncio (la visión); la segunda encierra la súplica de llevar a cabo la obra de la liberación de su pueblo en medio de los años establecidos, es decir, pronto. Es una profecía mesiánica, siendo la liberación del pueblo de la mano de los caldeos una figura de la definitiva que debía traer el Mesías. En lugar de en medio de los años, los Setenta trasladan: Tú te darás a conocer en medio de dos animales; lección que, en combinación con Isaías (1, 3) dio jugar a la opinión de que Cristo habría nacido en el pesebre entre dos animales. La Liturgia ha adoptado la versión de los Setenta, rezando en el Responsorio de la cuarta lección de los Maitines de Navidad: “¡Oh gran misterio y admirable arcano: los animales ven al Señor nacido reclinado en el pesebre!”, y en el Responsorio de la sexta lección de la fiesta de la Circuncisión: “En medio de dos animales, yace en un pesebre y resplandece en los cielos.” Esta versión de la profecía de Habacuc dio origen a la costumbre cristiana de poner en el pesebre dos animales, un buey y un asno. Los Evangelios guardan silencio al respecto.
He oído tu anuncio, oh Yahvé,

y quedé lleno de temor.

¡Ejecuta, Yahvé, tu obra

en medio de los años,

en medio de los años dala a conocer!

¡En tu ira no te olvides de la misericordia!

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3. El Señor accede al pedido de su siervo y desciende del cielo para hacer la obra de la liberación. Temán: región de Idumea que está al sur de Palestina. Farán significa esa misma región situada al norte de la península del Sinaí. Aquí y en los versículos 9 y 13 el hebreo usa, por única vez fuera de los Salmos, la nota Sélah, que según algunos es signo musical de pausa o acentuación, y según otros es como un subrayado que acentúa la trascendencia del pasaje, como cuando Jesús añadía: “En verdad, en verdad os digo”, o “Quien tiene oídos oiga”. El profeta alude a la peregrinación del pueblo por el desierto y a la teofanía del Señor en el Sinaí. Véase Éxodo 19, 16 ss.; Deuteronomio 33, 2; Jueces 5, 4; Salmo 17, 8-16; 67, 8 ss.; Nahúm 1, 3 ss.
Viene Dios desde Temán,

y el Santo del monte Farán. Sélah.

Su majestad cubre los cielos,

y la tierra se llena de su gloria.

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4. Rayos: literalmente: cuernos. El cuerno es símbolo del poder y de la fortaleza de Dios. De ahí la expresión “cornu salutis” en Salmo 17, 3. Cf. II Reyes 22, 3.
Resplandece como la luz,

y de su mano salen rayos,

en los cuales se esconde su poder.

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5. La peste (Vulgata: la muerte): uno de los azotes que el Señor tiene en su mano. Fiebre ardiente (Vulgata: el diablo). Estos símbolos dan a entender que Dios desciende para hacer juicio, como se ve en todo el contexto. De ahí que este capítulo haya sido llamado pequeño apocalipsis y ningún autor moderno lo identifique con la primera venida de Jesús humilde y doliente.
Delante de Él va la peste,

y a su zaga la fiebre ardiente.

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6. Se para, etc.: “Como un general que se detiene para examinar y medir las fuerzas del enemigo, así Dios observa y mide atento la tierra que va a juzgar” (Fillion). Sacude las naciones: Véase Joel 3, 1 ss. y notas. Esto parece posterior al terrible juicio sobre Edom (Abdías 16-18), pues de allí viene el Señor (versículo 3 y nota) y trae en sus vestiduras sangre de la ciudad edomita de Bosra (Isaías 63, 1 ss. y nota). Más culpables aún que los gentiles son los malos hermanos, los envidiosos hijos de Esaú. Véase la breve profecía de Abdías y su comentario. Los montes de la eternidad: Cf. Génesis 49, 26; Deuteronomio 33, 15; Ezequiel 36, 2. Suyos son los senderos eternos. Alusión a los designios eternos que Dios viene a cumplir como en los tiempos antiguos de la historia de Israel.
Se para y hace temblar la tierra,

echa una mirada y sacude las naciones.

Se quebrantan los montes de la eternidad,

se deshacen los collados antiguos;

suyos son los senderos eternos.

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7. Los países de Cusán (Etiopía) y Madián, situados el uno al sur, el otro al norte del Sinaí, son representantes de las naciones atemorizadas por la venida del Juez. Como se ve, describe el profeta la aparición de Dios bajo la imagen de una catástrofe física.
Afligidas veo las tiendas de Cusán;

tiemblan los pabellones del país de Madián.

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8. Los caballos de Dios: los vientos y nubes. Tus carros: los Querubines. Cf. Salmo 17, 11 y nota. Fillion muestra la evidente alusión al Salmo 113, 3-6 y Éxodo 14, 14 ss. y hace notar que “también ahora el Señor acude para liberar a su pueblo”.
¿Acaso se irrita Yahvé contra los ríos?

¿Va contra los ríos tu furor,

o contra el mar tu indignación,

cuando montas sobre tus caballos,

sobre tus carros de victoria?

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9. Tus dardos son los juramentos que tienes pronunciados. “Dios, anota Fillion, al castigar a los paganos, cumple las promesas que bajo juramento tenía hechas, en los días antiguos, en favor de las tribus que formaban su pueblo. Cf. Génesis 22, 16; Deuteronomio 32, 40-42; Salmo 88, 50. Hiendes la tierra. Cf. Zacarías 14, 2 s.; Apocalipsis 12, 15 s.; Ezequiel 38, 17 s.
Aparece al desnudo tu arco;

tus dardos son los juramentos

que tienes pronunciados. Sélah.

Tú hiendes la tierra

por medio de los torrentes.

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10. Cf. Salmo 92, 3; 96, 5, etc.
Te ven las montañas, y se estremecen;

se desbordan las aguas como diluvio;

alza el abismo su voz

y levanta en alto sus manos.

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11. Yahvé sale de su morada como un guerrero, con flechas y lanza. Ambas armas simbolizan los relámpagos, y esos son símbolos de la cólera divina.
El sol y la luna se quedan en sus moradas;

desaparecen a la luz de tus flechas,

al brillo de los relámpagos de tu lanza.

12Enojado recorres la tierra

y trillas en tu ira a los pueblos.

13
13. Para salvación de tu ungido: “Ese ungido es el pueblo elegido, Israel, o también, el reino teocrático en general, incluso el Mesías, el más glorioso descendiente de la dinastía elegida” (Crampón). El impío es, en sentido literal, el caldeo y los demás enemigos de Israel; en sentido típico, el Anticristo, como se ve en Isaías 11, 4 y nota; II Tesalonicenses 2, 8; Apocalipsis 19, 15 ss.
Saliste para la salvación de tu pueblo,

para salvación de tu ungido,

aplastando la cabeza de la casa del impío,

descubriendo totalmente el fundamento. Sélah.

14
14. Se refiere a los caldeos que oprimen a Israel. Dios aplastará todo su poder.
Horadas con sus propios dardos

al jefe de sus guerreros,

que se precipitan para dispersarme,

y saltan de gozo,

como para devorar al pobre ocultamente.

15
15. Es una alusión al paso del Mar Rojo. Véase Salmo 76, 20.
Con tus caballos pisas el mar,

la masa de las grandes aguas.

Confianza del profeta

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16 s. La nueva traducción latina del Salterio y los Cánticos, que acaba de realizar el Pontificio Instituto Bíblico por disposición de Pío XII, contiene la siguiente nota: “Espero tranquilo (cf. I Reyes 25, 9; Isaías 14, 7); ya no pregunto impaciente (como en Habacuc 1, 2 s. y 17; 2, 1) hasta cuándo los inicuos nos oprimirán impunemente, sino que en quietud aguardo hasta que luzca el día de angustia en que será afligido el pueblo que nos oprime (de cuyo castigo tratan los versículos 13-15). Aunque no florezca... yo, con todo, etc.: aunque son tristísimas las condiciones presentes, yo me alegro, sin embargo, porque sé que Dios será nuestro auxilio.” He aquí el pensamiento que ha de consolarnos y alegrarnos en los tiempos calamitosos como los que Jesús anuncia que precederán a su glorioso retorno (cf. Mateo 24). El ver días de guerras y miseria, de apostasía (II Tesalonicenses 2, 3) y burla de las profecías “como en los días de Noé y de Lot” (Lucas 17, 26 ss.; II Pedro 3, 3 ss.), debe hacernos “levantar la cabeza porque nuestra redención se acerca” (Lucas 21, 28), y convertir nuestra inquietud en paz y gozo, al pensar en las maravillas que para entonces nos están prometidas. Cf. versículo 19; I Tesalonicenses 4, 16 s. y nota.
Oí, y se conmovieron mis entrañas;

a tal voz temblaron mis labios.

Penetró la carcoma en mis huesos,

y mis rodillas empezaron a vacilar.

Mas espero tranquilo

el día de la aflicción,

que vendrá sobre el pueblo que nos oprime.

17Pues aunque no florezca la higuera,

ni haya fruto en la vid;

aunque falte el producto del olivo,

y los campos no den alimento;

aunque desaparezcan del aprisco las ovejas,

y no haya más ganado en los corrales,

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18 s. Después de haber contemplado la visión, espera el profeta confiadamente que el Señor vendrá a salvar a su pueblo y guiarlo a su destino mesiánico. Por eso prorrumpe su alma en un himno de fe y alabanza con que termina este divino poema. Cf. Isaías 41, 16; 61, 10. El Señor es mi fortaleza (versículo 19): “La visión de Habacuc fue una carga (1, 1); una carga pesada, pues Dios le hizo ver todos los horrores de los cuales es capaz el hombre cuando Dios lo entrega a las pasiones por haberse alejado de Él (Romanos 1, 28). Vio el espanto y el terror que esta rebelión trae consigo y que en sí ya es castigo de Dios. Vio la ola de impiedad que cubría el mundo y que se exterioriza en luchas y violencias, aparentemente dirigidas contra hombres, pero efectivamente dirigidas contra Dios. ¿Estamos acaso también nosotros sometidos a estos poderes siniestros? Lo estaríamos si fuésemos del mundo; pero sobre los que Él ha entresacado del mundo, los que están en Él, los que el mundo odia a causa de Su Nombre y que son perseguidos por causa Suya, sobre estos el Maligno no tiene poder. Estos verán el castigo del impío, aunque fuese tan solo en el día del juicio. El Todopoderoso, el Vencedor, es Dios quien nos hace andar sobre nuestras alturas cantando salmos y alabanzas, pues todas estas luchas nos descubren la sabiduría y la magnificencia de Dios, nuestro Padre” (Elpis).
yo, con todo, me regocijaré en Yahvé,

y me gozaré en el Dios de mi salvación.

19Yahvé, el Señor, es mi fortaleza,

Él me da pies como de ciervo

y me hace correr sobre mis alturas.

Al maestro de música. Para instrumentos de cuerda.

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