James 3
El terrible mal de la lengua
1Hermanos míos, no haya tantos entre vosotros que pretendan ser maestros, sabiendo que así nos acarreamos un juicio más riguroso ▼▼1. El Maestro es uno solo (Mt. 23, 8). El afán de enseñar a otros implica gran responsabilidad porque la lengua es difícil de domar (v. 8), y de ella, no obstante su pequeñez (v. 3-5), proceden calamidades tan grandes (v. 6). Por lo cual nadie puede ejercer semejante ministerio si no es llamado (1 Co. 12, 8; Ef. 4, 11) y si no enseña las palabras de Cristo (1 Pe. 4, 11; Jn. 10, 27). Cf. Rm. 16, 18; Flp. 3, 2 y 18 s.; Ga. 6, 12; 2 Pe. 2, 1 ss. Véase el ejemplo de Jesús según Hb. 5, 4 ss.
; 2pues todos tropezamos en muchas cosas. Si alguno no tropieza en el hablar, es hombre perfecto, capaz de refrenar también el cuerpo entero. 3Si a los caballos, para que nos obedezcan ponemos frenos en la boca, manejamos también todo su cuerpo. 4Ved igualmente cómo, con un pequeñísimo timón, las naves, tan grandes e impelidas de vientos impetuosos, son dirigidas a voluntad del piloto. 5Así también la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. Mirad cuán pequeño es el fuego que incendia un bosque tan grande ▼▼5. “Ningún órgano le sirve tan bien al diablo para matar el alma y llevarnos al pecado” (S. Crisóstomo).
. 6También la lengua es fuego: es el mundo de la iniquidad. Puesta en medio de nuestros miembros, la lengua es la que contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda ▼▼6. El mundo de la iniquidad; pues, como observa S. Basilio, la lengua encierra todos los males, enciende el fuego de las pasiones, destruye lo bueno, es un instrumento del infierno. La rueda : otros: el ciclo, o sea todo el curso de la existencia. Figura semejante a la usada en los horóscopos.
de la vida, siendo ella a su vez inflamada por el infierno. 7Todo género de fieras, de aves, de reptiles y de animales marinos se doma y se amansa por el género humano ▼▼7 ss. El hombre, dice S. Agustín, doma la fiera y no doma la lengua. De manera que sería inútil pretender frenarla por propio esfuerzo (v. 8). El remedio está en entregarse a la moción del Espíritu Santo (Lc. 11, 13; Rm. 5, 5; 8, 14). Entonces, cuando nos inspire el amor en vez del egoísmo, podremos hablar cuanto queramos, oportuna e inoportunamente (2 Tm. 4, 2). No es otro el pensamiento del mismo Obispo de Hipona cuando nos dice en su célebre máxima: “Dilige et quod vis fac”. Ama y haz lo que quieras. Entonces será la misma lengua el mejor instrumento de los mayores bienes (v. 9 ss.). Cf. Si. 28, 14.
; 8pero no hay hombre que pueda domar la lengua: incontenible azote, llena está de veneno mortífero. 9Con ella bendecimos al Señor y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, hechos a semejanza de Dios. 10De una misma boca salen bendición y maldición. No debe, hermanos, ser así. 11¿Acaso la fuente mana por la misma vertiente agua dulce y amarga? 12¿Puede, hermanos míos, la higuera dar aceitunas, o higos la vid? ▼▼12. Véase Mt. 7, 16.
Así tampoco la fuente salada puede dar agua dulce. Mansedumbre de la sabiduría
13¿Hay alguno entre vosotros sabio y entendido? Muestre sus obras por la buena conducta con la mansedumbre (que es propia) de la sabiduría. 14Pero si tenéis en vuestros corazones amargos celos y espíritu de contienda, no os gloriéis al menos, ni mintáis contra la verdad ▼▼14 ss. Los amargos celos son la envidia y la aspereza; es el espíritu de disensión y discordia. Y donde domina la envidia y la discordia allí viven de asiento todos los vicios (S. Ambrosio).
. 15No es esa la sabiduría que desciende de lo alto, sino terrena, animal, diabólica. 16Porque donde hay celos y contiendas, allí hay desorden y toda clase de villanía. 17Mas la sabiduría de lo alto es ante todo pura, luego pacífica, indulgente, dócil, llena de misericordia y de buenos frutos, sin parcialidad, sin hipocresía ▼▼17 s. Precioso retrato de la tranquila sabiduría celestial. ¡Qué dicha si sacáramos de aquí el fruto de no discutir! Véase, según el texto hebreo, el Sal. 36 y nota. La Palabra de la Sabiduría es semilla (v. 18; Lc. 8, 11; Mc. 4, 14). Es, pues, cuestión de dejarla caer solamente. A los que no la recojan, vano sería querer forzarlos (véase Mt. 13, 19 y 23 y notas), pues les falta la disposición interior (Jn. 3, 19; 12, 48). Quizá no ha sonado aún para ellos la hora que solo Dios conoce. Cf. Jn. 7, 5 y Hch. 1, 14.
. 18Fruto de justicia, ella se siembra en paz, para bien de los que siembran la paz.
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