‏ Job 19

Respuesta de Job a Baldad

1Respondió Job y dijo:

2“¿Hasta cuándo afligiréis mi alma,

y queréis majarme con palabras?

3
3 s. Realmente asombra la insistencia en buscar y repetir los mismos argumentos contra Job. El sentido es: ¡Aunque hubiese yo pecado, solo la soberbia puede moveros a hacer de maestros! Jesús nos da sobre esto una enseñanza definitiva: ¡no buscar la pajuela en el ojo ajeno! Mateo 7, 1 ss.
Ya diez veces me habéis insultado,

y no os avergonzáis de ultrajarme.

4Aunque yo realmente haya errado,

soy yo quien pago mi error.

5Si queréis alzaros contra mí,

alegando en mi desfavor mi oprobio,

6
6. Como si dijera: Sabed que es Dios el culpable. Golpe magistral en que Job acusa formalmente a Dios de injusticia según el criterio de los amigos, pues que está probando a un inocente. Así lo interpretaron también San Jerónimo y Santo Tomás. Admirable lección que nos enseña a no querer someter a nuestra limitada inteligencia la soberana libertad de Dios. Cf. 21, 4 y nota.
sabed que es Dios quien me oprime,

y me ha envuelto en su red.

7He aquí que alzo el grito por ser oprimido,

pero nadie me responde;

clamo, pero no hay justicia.

8Él ha cerrado mi camino, y no puedo pasar;

ha cubierto de tinieblas mis sendas.

9
9. Gloria: los honores y las riquezas que antes le correspondieron.
Me ha despojado de mi gloria,

y de mi cabeza ha quitado la corona.

10Me ha arruinado del todo, y perezco;

desarraigó, como árbol, mi esperanza.

11Encendió contra mí su ira,

y me considera como enemigo suyo.

12Vinieron en tropel sus milicias,

se abrieron camino contra mí

y pusieron sitio a mi tienda.

13
13. Véase 6, 15 y nota. Recordemos el abandono de Jesús (Mateo 26, 56; Marcos 14, 50), profetizado en Salmos 68, 9; 87, 9, 19, etc.
A mis hermanos los apartó de mi lado,

y mis conocidos se retiraron de mí.

14Me dejaron mis parientes,

y mis íntimos me han olvidado.

15Los que moran en mi casa,

y mis criadas me tratan como extraño;

pues soy un extranjero a sus ojos.

16Llamo a mi siervo, y no me responde,

por más que le ruegue con mi boca.

17
17. La expresión hijos de mis entrañas significa a los hermanos aludidos en el capítulo 42, 11 y no a los hijos de Job, los cuales ya no están en vida (cf. 1, 19).
Mi mujer tiene asco de mi hálito,

y para los hijos de mis entrañas

no soy más que hediondez.

18
18 s. Notemos este magistral retrato de lo que es el mundo para los que sufren. Por eso Dios insiste tanto sobre el triunfo de estos en su Reino. Cf. Salmo 71, 2 y nota.
Me desprecian hasta los niños;

si intento levantarme se mofan de mí.

19Todos los que eran mis confidentes

me aborrecen, y los que yo más amaba

se han vuelto contra mí.

20
20. La enfermedad ha consumido todas mis carnes. Lo único que me queda son los huesos (cf. Salmo 101, 6; Lamentaciones 4, 8). Los versículos 20-27 forman parte del Oficio de Difuntos.
Mis huesos se pegan a mi piel y a mi carne,

y tan solo me queda la piel de mis dientes.

21
21 s. Admiremos la elocuencia de este llamado desgarrador, y observemos la coincidencia de Job con la queja de Jesús en Salmo 68, 27 sobre aquellos que son crueles con los afligidos, añadiendo sus ofensas a las pruebas enviadas por Dios. Así fue para nuestro Redentor la flagelación, que Pilato pensó emplear para no condenarlo a muerte, y solo fue un nuevo suplicio.
¡Compadeceos de mí, compadeceos de mí,

a lo menos vosotros, amigos míos,

pues la mano de Dios me ha herido!

22¿Por qué me perseguís como Dios,

y ni os hartáis de mi carne?

23
23 s. Job prepara solemnemente el ánimo de sus oyentes para la extraordinaria revelación que va a hacerles del misterio de la resurrección. El anhelo de perpetuar sus palabras se ha cumplido en estas Sagradas Escrituras, más duraderas que la célebre roca de Behistun donde Darío Hystaspes escribió sus hazañas sobre la piedra.
¡Oh! que se escribiesen mis palabras

y se consignaran en un libro,

24que con punzón de hierro y con plomo

se grabasen en la peña

para eterna memoria!

25
25 s. La tradición cristiana ve aquí expresada la esperanza en el futuro Redentor, que nos resucitará (I Tesalonicenses 4, 16; I Corintios 15, 23, 51, texto griego), y a quien veremos con nuestros propios ojos de carne (Apocalipsis 1, 7; Zacarías 12, 10; Juan 19, 37; Mateo 24, 30). San Jerónimo dice que ninguno antes de Cristo habló tan claramente de la resurrección como Job, el cual no solo la esperó, sino que la comprendió, y proféticamente la vio en espíritu. Cf. 3, 13; 14, 13; Isaías 26, 19. Es maravilloso este concepto de la resurrección de la carne, en pleno Antiguo Testamento, cuando los misterios del más allá estaban aún cubiertos con un espeso velo. Los destinos eternos del hombre no se manifiestan en el Antiguo Testamento sino de una manera gradual, como observa Vigouroux. Israel consideraba la muerte como un justo castigo del pecado, según el cual todos iban al “scheol” (en griego Hades), que la Vulgata traduce por infierno, pero que designaba a un tiempo el sepulcro y el lugar oscuro donde los muertos buenos y malos esperaban la resurrección traída por el Mesías, según lo vemos aquí y en la gran profecía de Ezequiel 37. Según esto, se explica que Israel no pusiera el acento sobre el distinto destino del alma y del cuerpo entre el día de la muerte y el de la resurrección. David dice varias veces a Dios que en la muerte nadie puede alabarlo. Se resignaban a ese eclipse total de la persona humana, hasta el día en que viniese la nueva vida traída por la Aparición gloriosa del Redentor que había sido prometido desde el Protoevangelio por la fidelidad indefectible de Yahvé. El dogma de la inmortalidad del alma separada del cuerpo, y del premio o castigo inmediato de aquella a la muerte de cada uno, dogma que fue definido por el Concilio de Florencia (y anticipado ya en el de Lyon) incluyendo la visión beatífica, no era general entre algunos Padres, que se preguntaban, dice Vacant, si los justos gozarían de ella antes de la resurrección general. El mismo autor agrega: “San Justino, San Ireneo, Tertuliano, San Cirilo de Alejandría, San Hilario, San Ambrosio, y el mismo San Agustín pensaron que hasta entonces ellas no poseían más que una felicidad imperfecta, en un lugar que llaman ora infierno, ora paraíso, ora seno de Abrahán. Pero esta manera de ver fue abandonada poco a poco.” El concepto claro que hoy tenemos de esa visión beatífica del alma separada del cuerpo es, ciertamente, una preciosa verdad, que contiene una nueva manifestación de la divina misericordia. Pero no debe hacernos olvidar que en el Apocalipsis (6, 10 s.) esas almas claman por la plenitud de su destino, la cual tendrá lugar cuando Cristo, trayendo consigo su galardón (Apocalipsis 22, 12), retorne de los cielos “desde donde esperamos al Salvador, el Señor Nuestro Jesucristo, el cual transformará nuestro vil cuerpo para que sea hecho semejante a su Cuerpo glorioso” (Filipenses 3, 20 s.). De ahí que San Pablo llame a la resurrección “la redención de nuestros cuerpos” (Romanos 8, 23). Cf. Lucas 21, 28. Sabemos, que resucitaremos, y esta esperanza se apoya en la resurrección de Cristo, verdad fundamental del Cristianismo, “llave de bóveda de la predicación apostólica”, pues “si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe… Si solamente para esta vida tenemos esperanza en Cristo, somos los más desdichados de todos los hombres. Mas ahora Cristo ha resucitado de entre los muertos, primicia de los que durmieron” (I Corintios 15, 14-20). “Lo primero y lo más importante, lo que debe llenar con santa pasión nuestra predicación sobre los Novísimos, es el anuncio de la resurrección de nuestra carne” (Rahner. Teología de la Predicación). Véase Isaías 26, 19; Ezequiel 37, 1-14; Daniel 12, 2; II Macabeos 7, 9; 12, 43.
Mas yo sé que vive mi Redentor,

y que al fin se alzará sobre la tierra.

26Después, en mi piel,

revestido de este (mi cuerpo)

veré a Dios (de nuevo) desde mi carne.

27Yo mismo le veré;

le verán mis propios ojos, y no otro;

por eso se consumen en mí mis entrañas.

28
28. Véase Sabiduría 5, 4 ss.
Vosotros diréis entonces:

«¿Por qué lo hemos perseguido?»

Pues quedará descubierta la justicia de mi causa.

29
29. Muchas veces nos repite Dios que Él vendrá a sus amigos. Ver I Reyes 24, 13; Salmo 9, 20; 65, 5; 108, 1 y notas.
Temed la espada,

porque terribles son las venganzas de la espada;

para que sepáis que hay un juicio.”
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