‏ Jonah 4

Queja de Jonás

1
1. Se enojó, quizá, en parte, porque temía el gran poder de Asiria y las calamidades que este país ocasionaría a su patria (véase 1, 3 y nota), pero lo que aquí se nos enseña no es eso, sino la mezquindad de nuestro corazón humano que se duele de que Dios sea misericordioso (versículo 2), en vez de alegrarse como corresponde a la caridad (I Corintios 13, 4 ss). Pésima cosa es afligirse de que Dios sea bueno, como lo mostró Jesús con los obreros de la primera hora (Mateo 20, 15), y mucho más cuando vemos que Jonás no estaba exento de culpa y desobediencia (1, 3) y no podía por tanto arrojar la primera piedra (Juan 8, 7). Más aún, él acababa de ser perdonado después de su oración (capítulo 2), y ahora se oponía al perdón de otros, como en la parábola de Mateo 18, 24 ss., por no hacer un papel deslucido después de su amenaza de 3, 4. ¿Qué más podía desear un alma sacerdotal, sino el fruto de su predicación? Dios nos muestra aquí que es malo ese espíritu que se duele de su misericordia, como lo era, a la inversa, aquel que lo tomaba por duro en la parábola de las minas (Lucas 19, 20 ss. y notas). No se ve, en consecuencia, cómo podría ser agradable a Dios que nos pusiéramos a defender aquí a Jonás mientras Él lo está desaprobando.
Entonces tuvo Jonás un pesar muy grande y se enojó.
2Y oró a Yahvé, diciendo: “¡Oh Yahvé! ¿No es esto lo que yo me decía estando todavía en mi país? Por eso me adelanté a huir a Tarsis; ya sabía que eres un Dios clemente y misericordioso, longánimo y de gran benignidad, y que te arrepientes del mal. 3
3. También Elías, fugitivo y amenazado de muerte por su fidelidad, pide al Señor, en un rapto de dolor, que le quite la vida (III Reyes 19, 4), pero lo hace en muy distintas circunstancias y “abrasándose de celo” por el honor de Yahvé (III Reyes 19, 10). Jonás está muy lejos de tener igual móvil, como se ve en los versículos 8 y siguientes. Nótese que lo que Dios le censura allí, es precisamente ese móvil, y no la debilidad de quejarse, pues sabemos que Job incurrió muchas veces en esa misma queja y Dios no se lo condenó.
Ahora, pues, Yahvé, quítame la vida: para mí es mejor la muerte que la vida.”
4Respondió Yahvé: “¿Te parece bien enojarte?”

5Y salió Jonás de la ciudad y se sentó al oriente de ella; allí se hizo una cabaña y se estableció debajo de ella, a la sombra, hasta ver lo que sería de la ciudad. 6
6. La voz hebrea Kikaión, que traduce San Jerónimo por hiedra, en los Setenta se vierte por calabacera; los modernos, en cambio, opinan que se trataba de la planta que se llama ricino, la cual en pocos días crece y con sus amplias hojas proporciona sombra. Cf. 2, 1.
Entonces Yahvé Dios, hizo crecer un ricino, el cual creció hasta por encima de Jonás, para hacer sombra a su cabeza, a fin de librarle de su mal; y concibió Jonás un gran placer por el ricino.
7Pero al día siguiente, al rayar el alba, mandó Dios un gusano, que picó el ricino, el cual se secó. 8
8. Como lo dice el mismo Dios en los versículos 9 y 10, este nuevo deseo de morir ya no es por el enojo del versículo 3, sino por la planta. Después de aquel enojo, había tenido Jonás “grandísimo placer” por la sombra de la planta (versículo 6), y ahora, como aquí vemos, se deseaba la muerte porque le abrasaba el calor. Precisamente este nuevo caso lo provoca el Señor con el fin de darle una lección sobre su sinrazón en el enojo anterior, mostrando al profeta, para confusión tuya, que se interesaba mucho por conservar una planta y nada por salvar toda una ciudad; y peor aún: se enojaba de que no fuera destruida, y eso a pesar del empeño que Dios le había mostrado por salvarla. Apenas puede darse un ejemplo más elocuente de lo que somos en nuestro corazón, egoísta y vil cada vez que no recurrimos a la caridad de Cristo, sin el cual nada podemos hacer (Juan 15, 5). El santo profeta quiso, sin duda, al escribir este Libro, dejarnos tan saludable enseñanza a costa de su propia humillación, como tantas veces nos alecciona el Evangelio con las faltas y errores del que había de ser el Príncipe de los Apóstoles.
Y cuando se levantó el sol, mandó Dios un viento abrasador del oriente; y el sol hería la cabeza de Jonás de tal modo que desfallecía, por lo cual pidió para sí la muerte, diciendo: “Mejor para mí la muerte que la vida.”

El señor reprende a Jonás

9
9 ss. He aquí el objeto y fin de este divino Libro: El Señor no es solamente Dios de Israel, sino de todas las naciones. Su bondad y misericordia se extienden sobre todas sus obras (Salmo 135), por lo cual envía un mensajero especial para inspirar ánimo penitente a una ciudad que, a los ojos del profeta, mil veces había merecido ser arrasada. ¿Qué diremos de las ciudades modernas, que, por su mayor responsabilidad, viven tal vez en peores condiciones espirituales que la antigua capital de Asiria? No nos toca a nosotros condenarlas (cf. Lucas 9, 54 s.), ni apresurarnos a quitar la cizaña del trigo (Mateo 13, 30 y 39), ni siquiera perder por ello la paz de nuestro corazón. Pero sí, hemos de estar prontos a “huir de Babilonia” para no participar de sus delitos y de sus plagas (Apocalipsis 18, 4; Jeremías 51, 6; Isaías 48, 20 y notas). “El que ama el peligro perecerá en él” (Eclesiástico 3, 27) y “si alguno ama el mundo, el amor del Padre no está en él” (I Juan 2, 15). Véase Salmo 54, 7 ss.; Cantar de los Cantares 1, 8.
Y dijo Dios a Jonás: “¿Te parece bien enojarte a causa del ricino?” Respondió él: “Sí, me parece bien enojarme hasta la muerte.”
10
10. Ningún trabajo te ha costado: En cambio las almas, no solo pertenecen a Él por haberlas creado, sino que aún habían de costarle toda la Sangre de su Hijo Único. Jesús distingue al buen Pastor, de los otros, en que a estos no les interesan las ovejas como cosa propia (Juan 10, 12 s.). “¡Cómo se conoce que nada te ha costado redimirla!”, fue el reproche que escuchó una vez, desde un crucifijo, un pastor de almas que se resistió a absolver un pecador arrepentido.
Y dijo Yahvé: “Tú tienes lástima del ricino, que ningún trabajo te ha costado, ni tú lo hiciste crecer; creció en una noche, y en una noche pereció.
11
11. Ciento veinte mil: Si tomamos este número de niños pequeños como base, la población de Nínive bien pudo sumar más de medio millón de habitantes. Que no saben discernir su mano derecha de la izquierda: Análoga expresión se usa para designar a los pequeñuelos. En sentido moral todos corremos el riesgo de no distinguir entre la derecha y la izquierda, porque, como dice el Doctor Místico, “a cada paso tomamos lo malo por bueno, y lo bueno por malo, y esto, de nuestra cosecha es”. De ahí que en nuestra conducta práctica necesitemos siempre de consejo (véase Proverbios 12, 15). Obsérvese al final la delicadeza del Señor para con los animales. Véase Proverbios 12, 10.
¿Y Yo no he de tener lástima de Nínive, la ciudad tan grande, en la cual hay más de ciento veinte mil almas que no saben discernir su mano derecha de la izquierda, y numerosísimos animales?”

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