Joshua 2
Rahab y los exploradores
1 ▼▼1. Las mujeres públicas mantenían posadas (como se ve en el art. 109 del Código de Hammurabi), de manera que no es de extrañar que los exploradores por no tener albergue en la ciudad se hospedaran en casa de Rahab. Una posada o casa pública les pareció, además, apropiada para evitar las sospechas del rey de Jericó. Como se sigue de los versículos 9 y ss. Rahab creía y estaba convencida de que los israelitas eran el pueblo de Dios.
Josué, hijo de Nun, envió secretamente desde Sitim dos espías, diciendo: “Andad, explorad el país y a Jericó.” Partieron y entraron en casa de una ramera llamada Rahab, donde se hospedaron. 2Mas se dio aviso al rey de Jericó, con estas palabras: “He aquí que durante la noche han llegado aquí unos hombres de los hijos de Israel, para explorar la tierra.” 3Entonces el rey de Jericó mando decir a Rahab: “Saca fuera a los hombres que han venido a ti y han entrado en tu casa; porque han venido a explorar todo el país.” 4Entretanto la mujer había tomado a los dos hombres para esconderlos, por lo cual dijo: “Es verdad que vinieron a mí aquellos hombres, pero yo no sabía de dónde eran. 5Salieron cuando se iba a cerrar la puerta, siendo ya oscuro; no sé a dónde se han dirigido. Corred a prisa en pos de ellos, que de seguro los alcanzaréis.” 6En realidad ella los había hecho subir al terrado, y los había escondido entre los tallos de lino que tenía dispuestos en el terrado. 7Fueron, pues, tras ellos aquellos hombres, persiguiéndolos camino del Jordán, hasta los vados; y luego que los perseguidores habían salido, se cerraron las puertas. El pacto con Rahab
8Aún no se habían acostado los espías, cuando ella subió al terrado, donde estaban, 9y dijo a los hombres: “Yo sé que Yahvé os ha dado este país, porque el terror de vuestro nombre ha caído sobre nosotros y todos los habitantes del país tiemblan ante vosotros. 10Pues hemos oído cómo Yahvé secó delante de vosotros las aguas del Mar Rojo, cuando salisteis de Egipto, y cómo habéis tratado a los dos reyes de los amorreos, en la otra parte del Jordán, a Sehón y a Og, a los cuales entregasteis al anatema. 11 ▼▼11. Esta admirable profesión de fe en una mujer pagana y de tan baja condición nos ayuda a comprender las tremendas palabras de Jesús contra los príncipes de los sacerdotes y ancianos del Sanedrín: “Los publicanos y las rameras os precederán en el Reino de Dios” (Mateo 21, 31). Los santos Padres ven en esta mujer una figura de las naciones paganas que más tarde se convirtieron al cristianismo (Fillion).
Al oírlo se nos derritió el corazón y todos han perdido el ánimo ante vosotros; porque Yahvé, vuestro Dios, es Dios arriba en el cielo y abajo en la tierra. 12Ahora os ruego que me juréis por Yahvé que como yo he usado de misericordia con vosotros, así también vosotros usaréis de misericordia con la casa de mi padre, y me daréis una señal de seguridad, 13de que dejaréis la vida a mi padre, a mi madre, a mis hermanos, y a mis hermanas, y a todo lo que es suyo, y que libraréis nuestras vidas de la muerte.” 14Los hombres le respondieron: “Con nuestra vida salvaremos la vuestra con tal que no nos denuncies. Y será que cuando Yahvé nos entregare el país, usaremos contigo de misericordia y de fidelidad.” 15 ▼▼15. Véase igual hazaña hecha por San Pablo (Hechos 9, 25; II Corintios 11, 33) y por David (I Reyes 19, 12). Vivía en el muro: Para entender esto, hay que saber que las ciudades cananeas, no obstante ser muy pequeñas, tenían anchísimas murallas. Dice al respecto Mallon: “Del muro cananeo de Jerusalén, junto al cual pasó más de una vez Abrahán, se conservan dos trozos, uno de los cuales está intacto. El muro tiene una anchura que varía entre seis y ocho metros y está formado por dos paredes de grandes piedras rudamente encuadradas. Como las piedras son muy desiguales, las dos paredes no son siempre paralelas, ni dan siempre la misma anchura. El espacio comprendido entre las dos estaba lleno de tierra y cascajo”.
Tras lo cual ella los descolgó con una cuerda desde la ventana, pues estando su casa en el muro de la ciudad, vivía en el muro. 16“¡Marchaos, les dijo, a la montaña, no sea que os alcancen los que fueron en persecución vuestra! Allí escondeos tres días, hasta que hayan vuelto los perseguidores; después seguiréis vuestro camino.” 17Los hombres le dijeron: “Nosotros sin falta cumpliremos este juramento que nos has tomado. 18 ▼▼18. El cordón de hilo escarlata es, en la interpretación de los santos Padres, figura de la Sangre de Cristo. San Pablo elogia la fe de Rahab (Hebreos 11, 31), y Santiago (2, 25) aprecia la obra de caridad que hizo con los exploradores. No hay duda de que la ramera renunció a su mala vida y se adhirió a los israelitas. Por su casamiento con Salmón, Rahab figura en la genealogía legal de Cristo (Mateo 1, 5), lo cual no deja de ser una piedra de escándalo para los fariseos antiguos y modernos. Es porque no entienden lo que Jesús dijo en la Sinagoga de Cafarnaúm; “La carne para nada aprovecha” (Juan 6, 63). A tal punto desprecia el Señor esas preocupaciones humanas sobre el honor de la familia y las virtudes de los antepasados, que Él, la Santidad misma, elige entre las mujeres de su ascendencia no solo a Rut (Mateo 1, 5) que era moabita (Rut 1, 1-4), es decir, descendiente de los hijos del incesto (Génesis 19, 37), sino también a la ramera Rahab (Josué 6, 25; (Mateo 1, 5); a la incestuosa Tamar (Génesis 38, 11 ss.; Mateo 1, 3). Aun Sara, la mujer legítima de Abrahán perteneció un tiempo al Faraón de Egipto hasta que Dios lo castigó (Génesis 12, 11-19). Por fin debiendo ser de la semilla de David según la carne (Romanos 1, 3) como debía ser de la de Adán para borrar el pecado, Jesús elige para sí la rama de la adúltera Betsabee (II Reyes 11, 22 ss.; Mateo 1, 6), habiendo podido elegir a cualquiera de las otras mujeres de David (cf. II Reyes 3, 2 ss.).
Mira, cuando entremos en el país, atarás este cordón de hilo escarlata en la ventana por donde nos descolgaste; y reunirás contigo dentro de la casa a tu padre, a tu madre, a tus hermanos, y a toda la casa de tu padre. 19Si alguno sale fuera de la puerta de tu casa, su sangre recaerá sobre su propia cabeza, y nosotros quedaremos sin culpa; pero si mano alguna toca a los que estén contigo dentro de la casa, su sangre recaerá sobre nuestra cabeza. 20Pero si nos denuncias, nos veremos libres de este juramento que nos has tomado.” 21Ella respondió: “Como vosotros decís, así sea”. Después los despidió, y se fueron. Y ella ató el cordón de escarlata a la ventana. Regreso de los exploradores
22Partieron ellos en dirección de la montaña, donde estuvieron tres días, hasta el regreso de los que habían ido en su persecución. Pues los perseguidores los habían buscado en todo el camino, sin hallarlos. 23Se volvieron entonces los dos hombres; bajando de la montaña pasaron (el río) y vieron a Josué, hijo de Nun, al cual refirieron todo lo que les había sucedido. 24Dijeron a Josué: “Cierto es que Yahvé ha dado en nuestra mano todo este país, porque todos los moradores del país tiemblan ya ante nosotros.”
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