‏ Mark 10

III. CAMINO DE JERUSALÉN

Indisolubilidad del matrimonio

1Partiendo de allí, fue al territorio de Judea y de Transjordania. De nuevo, las muchedumbres acudieron a Él, y de nuevo, según su costumbre, los instruía
1 ss. Véase Mt. 19, y ss.; Gn. 1, 27; 2, 24; Dt. 24, 14; 1 Co. 6, 16; 7, 10 s.; Ef. 5, 31.
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2Y viniendo a Él algunos fariseos que, con el propósito de tentarlo, le preguntaron si era lícito al marido repudiar a su mujer, 3les respondió y dijo: “¿Qué os ha ordenado Moisés?” 4Dijeron: “Moisés permitió dar libelo de repudio y despedir (la)”. 5Mas Jesús les replicó: “En vista de vuestra dureza de corazón os escribió ese precepto. 6Pero desde el comienzo de la creación, Dios los hizo varón y mujer. 7Por esto el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, 8y los dos vendrán a ser una sola carne. De modo que no son ya dos, sino una sola carne. 9¡Y bien! ¡lo que Dios ha unido, el hombre no lo separe!” 10De vuelta a su casa, los discípulos otra vez le preguntaron sobre eso. 11Y les dijo: “Quien repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera
11 s. Contra la primera: hay un bello matiz de caridad en esta clara definición que condena el desorden de nuestra época, en la que una legislación civil se cree autorizada para separar “lo que Dios ha unido”.
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12y si una mujer repudia a su marido y se casa con otro, ella comete adulterio”.

Los niños son dueños del Reino

13Le trajeron unos niños para que los tocase; mas los discípulos ponían trabas. 14Jesús viendo esto, se molestó y les dijo: “Dejad a los niños venir a Mí y no les impidáis, porque de tales como estos es el reino de Dios
14. Este llamado de Jesús es el fundamento de toda educación. Los niños entienden muy bien las palabras del divino Maestro, porque Él mismo nos dijo que su Padre revela a los pequeños lo que oculta a los sabios y prudentes (Lc. 10, 21).
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15En verdad, os digo, quien no recibe el reino de Dios como un niño, no entrará en él”. 16Después los abrazó y los bendijo, poniendo sobre ellos las manos.

El joven rico

17Cuando iba ya en camino, vino uno corriendo y, doblando la rodilla, le preguntó: “Maestro bueno, ¿qué he de hacer para heredar la vida eterna?”
17 ss. Véase Mt. 19, 16 ss.; Lc. 18, 18 ss.
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18Respondiole Jesús: “¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino solo Dios. 19Tú conoces los mandamientos: “No mates, no cometas adulterio, no robes, no des falso testimonio, no defraudes, honra a tu padre y a tu madre”; 20y él le respondió: “Maestro, he cumplido todo esto desde mi juventud”. 21Entonces, Jesús lo miró con amor y le dijo: “Una cosa te queda: anda, vende todo lo que posees y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; después, vuelve, y sígueme, llevando la cruz”. 22Al oír estas palabras, se entristeció, y se fue apenado, porque tenía muchos bienes
22. Sobre este caso véase Lc. 18, 22 y nota.
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Recompensa de los que siguen a Jesús

23Entonces, Jesús, dando una mirada a su rededor, dijo a sus discípulos: “¡Cuán difícil es para los ricos entrar en el reino de Dios!” 24Como los discípulos se mostrasen asombrados de sus palabras, volvió a decirles Jesús: “Hijitos, ¡cuán difícil es para los que confían en las riquezas, entrar en el reino de Dios! 25Es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el reino de Dios”
25. Jesús enseña que no puede salvarse el rico de corazón, porque, como Él mismo dijo, no se puede servir a Dios y a las riquezas (Mt. 6, 24). El que pone su corazón en los bienes de este mundo no es el amo de ellos, sino que los sirve, así como todo el que peca esclavo es del pecado (Jn. 8, 34). Tan triste situación es bien digna de lástima, pues se opone a la bienaventuranza de los pobres en espíritu, que Jesús presenta como la primera de todas (Mt. 5, 31). Véase Lc. 18, 24 y nota. “No se sepulte vuestra alma en el oro, elévese al cielo” (S. Jerónimo). Cf: Col. 3, 1, 4; Fil. 3, 19 ss.; Ef. 2, 6.
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26Pero su estupor aumentó todavía; y se decían entre sí: “Entonces, ¿quién podrá salvarse?” 27Mas Jesús, fijando sobre ellos su mirada, dijo: “Para los hombres, esto es imposible, mas no para Dios, porque todo es posible para Dios”. 28Púsose, entonces, Pedro a decirle: “Tú lo ves, nosotros hemos dejado todo y te hemos seguido”. 29Jesús le contestó y dijo: “En verdad, os digo, nadie habrá dejado casa, o hermanos, o hermanas, o madre, o padre, o hijos, o campos, a causa de Mí y a causa del Evangelio, 30que no reciba centuplicado
30. Centuplicado. Todos los verdaderos pobres son ricos. “¿No os parece rico, exclama S. Ambrosio, el que tiene la paz del alma, la tranquilidad y el reposo, el que nada desea, no se turba por nada, no se disgusta por las cosas que tiene desde largo tiempo, y no las busca nuevas?” A diferencia de San Mateo (19, 27 ss.), no se habla aquí del que deja la esposa, y se acentúa en cambio que esta recompensa se refiere a la vida presente, aun en medio de las persecuciones tantas veces anunciadas por el Señor a sus discípulos. Cf. Lc. 18, 29.
ahora, en este tiempo, casas, hermanos, hermanas, madre, hijos y campos —a una con persecuciones—, y, en el siglo venidero, la vida eterna.
31Mas muchos primeros serán últimos, y muchos últimos, primeros”.

Tercer anuncio de la Pasión

32Iban de camino, subiendo a Jerusalén, y Jesús se les adelantaba; y ellos se asombraban y lo seguían con miedo. Y tomando otra vez consigo a los Doce, se puso a decirles lo que le había de acontecer: 33“He aquí que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, y lo condenarán a muerte, y lo entregarán a los gentiles; 34y lo escarnecerán, lo escupirán, lo azotarán y lo matarán, mas tres días después resucitará”.

La ambición de Santiago y Juan

35Acercáronsele Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, y le dijeron: “Maestro, queremos que Tú hagas por nosotros cualquier cosa que te pidamos”
35 ss. Estos “hijos del trueno” (3, 17) recordaban los doce tronos (Mt. 19, 28) y pensaban coma los que oyeron la parábola de las minas (Lc. 19, 11), como los del Domingo de Ramos (11, 10), como todos los apóstoles después de la Resurrección (Hch. 1, 6), que el Reino empezaría a llegar. Jesús no condena precisamente, como algunos han creído, esta gestión que sus primos hermanos intentan por medio de su madre la buena Salomé (Mt. 20, 20) y que, si bien recuerda la ambición egoísta de Sancho por su ínsula, muestra al menos una fe Y esperanza sin doblez. Pero alude una vez más a los muchos anuncios de su Pasión, que ellos, como Pedro (Mt. 16, 22), querían olvidar, y les reitera la gran lección de la humildad, refiriéndose de paso a arcanos del Reino que San Pablo habría de explayar más tarde en las Epístolas de la cautividad.
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36Él les dijo: “¿Qué queréis, pues, que haga por vosotros?” 37Le respondieron: “Concédenos sentarnos, el uno a tu derecha, el otro a tu izquierda, en tu gloria”. 38Pero Jesús les dijo: “No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que Yo he de beber, o recibir el bautismo que Yo he de recibir?” 39Le contestaron: “Podemos”. Entonces, Jesús les dijo: “El cáliz que Yo he de beber, lo beberéis; y el bautismo
39. Ese bautismo a que Jesús alude no parece ser sino el martirio. Véase Lc. 12, 50. Ambos apóstoles lo padecieron (Hch. 12 y nota), si bien Juan salió ileso de su “bautismo” en aceite hirviendo. Cf. Jn. 21, 22 y nota.
que Yo he de recibir lo recibiréis.
40Mas en cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no es mío darlo sino a aquellos para quienes está preparado”. 41Cuando los otros diez oyeron esto, comenzaron a indignarse contra Santiago y Juan. 42Entonces, Jesús los llamó y les dijo: “Como vosotros sabéis, los que aparecen como jefes de los pueblos, les hacen sentir su dominación; y los grandes, su poder
42 ss. Véase Lc. 22, 25-27.
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43Entre vosotros no debe ser así; al contrario, quien, entre vosotros, desea hacerse grande, hágase sirviente de los demás; 44y quien desea ser el primero, ha de ser esclavo de todos. 45Porque también el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos”
45. Véase Lc. 22, 27 y nota.
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El ciego de Jericó

46Habían llegado a Jericó. Ahora bien, cuando iba saliendo de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una numerosa muchedumbre, el hijo de Timeo, Bartimeo, ciego y mendigo, estaba sentado al borde del camino
46. San Mateo (20, 30) habla de dos ciegos: uno de ellos ha de ser este Bartimeo. Cf. Lc. 18, 35-43.
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47y oyendo que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: “¡Hijo de David, Jesús, ten piedad de mí!” 48Muchos le reprendían para que callase, pero él mucho más gritaba: “¡Hijo de David, ten piedad de mí!” 49Entonces, Jesús se detuvo y dijo: “Llamadlo”. Llamaron al ciego y le dijeron: “¡Ánimo, levántate! Él te llama”. 50Y él arrojó su manto, se puso en pie de un salto y vino a Jesús. 51Tomando la palabra, Jesús le dijo: “¿Qué deseas que te haga?” El ciego le respondió: “¡Rabbuni, que yo vea!” 52Jesús le dijo: “¡Anda! tu fe te ha sanado”. Y en seguida vio, y lo fue siguiendo por el camino
52. En seguida: el evangelista nos hace notar que el dichoso ciego siguió a Jesús sin acordarse de recoger el manto arrojado a que se refiere el v. 50.
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