‏ Matthew 28

VI. LA RESURRECCIÓN

Resurrección de Jesús

1Después del sábado, cuando comenzaba ya el primer día de la semana, María la Magdalena y la otra María
1. La otra María: la madre de Santiago el Menor (27, 56). Su marido se llamaba Cleofás o Alfeo.
fueron a visitar el sepulcro.
2Y he ahí que hubo un gran terremoto, porque un ángel del Señor bajó del cielo, y llegándose rodó la piedra, y se sentó encima de ella. 3Su rostro brillaba como el relámpago, y su vestido era blanco como la nieve. 4Y de miedo a él, temblaron los guardias y quedaron como muertos. 5Habló el ángel y dijo a las mujeres: “No temáis
5. Notemos la lección del ángel: el que busca a Jesús nada tendrá que temer, ni aun frente a un terremoto como aquel. Así será en “el último día”. Véase 1 Ts. nn, 2-4; Lc. 21, 36; Sal. 45, 3.
, vosotras; porque sé que buscáis a Jesús, el crucificado.
6No está aquí; porque resucitó, como lo había dicho. Venid y ved el lugar donde estaba. 7Luego, id pronto y decid a sus discípulos que resucitó de los muertos, y he aquí que os precederá en Galilea; allí lo veréis. Ya os lo he dicho”. 8Ellas, yéndose a prisa del sepulcro, con miedo y gran gozo, corrieron a llevar la nueva a los discípulos de Él. 9Y de repente Jesús les salió al encuentro y les dijo: “¡Salud!” Y ellas, acercándose, se asieron de sus pies y lo adoraron. 10Entonces Jesús les dijo: “No temáis. Id, avisad a los hermanos míos que vayan a Galilea; allí me verán”.

Soborno de los soldados

11Mientras ellas iban, algunos de la guardia fueron a la ciudad a contar a los sumos sacerdotes todo lo que había pasado. 12Estos, reunidos con los ancianos, deliberaron y resolvieron dar mucho dinero a los soldados, 13diciéndoles: “Habéis de decir: Sus discípulos vinieron de noche, y lo robaron mientras nosotros dormíamos
13. El fracaso de los argumentos contra la Resurrección es más que evidente: recurren a “testigos dormidos”. “¡Oh infeliz astucia!, exclama S. Agustín; cuando estaban durmiendo, ¿cómo pudieron ver? Si nada vieron, ¿cómo pueden ser testigos?”.
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14Y si el gobernador llega a saberlo, nosotros lo persuadiremos y os libraremos de cuidado”. 15Ellos, tomando el dinero, hicieron como les habían enseñado. Y se difundió este dicho entre los judíos, hasta el día de hoy.

Aparición de Jesús en Galilea

16Los once discípulos fueron, pues, a Galilea, al monte donde les había ordenado Jesús. 17Y al verlo lo adoraron; algunos, sin embargo, dudaron. 18Y llegándose Jesús les habló, diciendo: “Todo poder me ha sido dado en el cielo y sobre la tierra. 19Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo
19. Véase 10, 6 y nota.
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20enseñándoles a conservar todo cuanto os he mandado. Y mirad que Yo con vosotros estoy todos los días, hasta la consumación del siglo”
20. Enseñándoles a conservar todo cuanto os he mandado: Las enseñanzas de Jesús fueron completadas, según lo anunciara Él mismo (cf. Jn. 16, 13), por el Espíritu Santo, que inspiró a los apóstoles los demás Libros sagrados que hoy forman el Nuevo Testamento. De esta manera, según se admite unánimemente (cf. 1 Tm. 6, 3 y 20), la Revelación divina quedó cerrada con la última palabra del Apocalipsis. “Erraría, pues, quien supusiese que esta (la jerarquía) estuviera llamada a crear o enseñar verdades nuevas, que no hubiere recibido de los apóstoles, sea por la tradición escrita en la Biblia, sea por tradición oral de los mismos apóstoles”. Se entiende así cómo la Jerarquía eclesiástica no es, ni pretende ser, una nueva fuente de verdades reveladas, sino una predicadora de las antiguas, según aquí ordena Cristo, de la misma manera que la misión del tribunal superior encargado de interpretar y aplicar una carta constitucional, y de una universidad encargada de enseñarla, no es la de crear nuevos artículos, ni quitar otros, sino al contrario, guardar fielmente el depósito, de modo que no se disminuya ni se aumente. De ahí, como lo dice Pío XII, la importancia capitalísima de que el cristiano conozca en sus fuentes primarias ese depósito de la Revelación divina, ya que, según declara el mismo Pontífice, “muy pocas cosas hay cuyo sentido haya sido declarado por la autoridad de la Iglesia, y no son muchas más aquellas en las que sea unánime la sentencia de los santos Padres” (Enc. “Divino Afflante”).
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