Psalms 50
Espíritu de perfecta contrición
1 ▼▼1. Este Salmo, el celebérrimo “Miserere de David” (el 4° de los siete Salmos penitenciales), es la expresión más perfecta de contrición, la confesión más sincera de un corazón arrepentido, la manifestación más profunda de un alma que no busca su propia justicia sino la que nos viene de Dios, según enseña San Pablo (Filipenses 3, 9 s.). Por esto resulta, a la vez que la más alta alabanza de la misericordia de Dios, un himno de gratitud y confianza. David, movido por el Espíritu Santo, lo arranca de su corazón culpable y contrito después del adulterio cometido con Betsabee (II Reyes caps. 11 y 12). Es, pues, el acto de contrición ideal, y la Iglesia lo recita en el Oficio de Laudes. Identificarse plenamente con el espíritu de este Salmo es tener perfecta contrición, por lo cual nada más precioso que aprenderlo y tenerlo como un vademécum para renovar en todo momento con nuestro Padre celestial el estado de plena intimidad en el amor, que nos viene de nuestra justificación en Cristo y que tantas veces parece nublarse a causa de las miserias nuestras y de las tentaciones con que a cada instante nos asalta el Maligno.
Al maestro de coro. Salmo de David. 2Cuando después que pecó con Betsabee, se llegó a él Natán. 3 ▼
▼3 ss. ¡En la medida de tu misericordia!: Es como pedir a un poderoso que nos ayude según todo su poder, es decir, que no nos dé una limosna cualquiera, sino una inmensa fortuna. En el mercado de Dios ninguna audacia es excesiva, porque Él mismo nos llama a “comprar sin dinero” (Isaías 55, 1 s.). Nótese que toda la fuerza de esta confesión y su valor ante Dios está en la fe en su misericordia (Salmo 49, 23 y nota) que perdona por pura bondad al arrepentido, sin derecho alguno por parte de este. Es exactamente lo que hizo el padre del hijo pródigo (Lucas 15, 11 ss.). David no intenta justificación ni explicación alguna, sino al contrario: su propia miseria y el reconocimiento de su absoluta impotencia son el argumento (cf. Salmos 39, 18; 85, 1) que conmueve el corazón del Padre (Salmo 102, 13 s.). El que esto medite no tardará en sentir un ansia por aniquilarse de humillación ante semejante Padre. ¡Entonces es cuando Él más nos prodiga su gracia! (Santiago 4, 6; I Pedro 5, 5).
Ten compasión de mí, oh Dios,en la medida de tu misericordia;
según la grandeza de tus bondades,
borra mi iniquidad.
4Lávame a fondo de mi culpa,
límpiame de mi pecado.
5 ▼
▼5. Porque yo reconozco mi maldad: Único fundamento que David aduce por su parte para ser perdonado. Así lo vemos confirmado en el versículo 8 (cf. nota). Pensemos si un juez de la tierra nos absolvería de un delito con solo decirle que en efecto somos culpables. Tal es la diferencia entre lo humano y lo divino.
Porque yo reconozco mi maldad,y tengo siempre delante mi delito.
6 ▼
▼6. Contra Ti solo, es decir, no se trata de injuria más o menos leve contra otras creaturas, sino que el ofendido en todo pecado es directamente ese Creador y Padre a quien todo lo debemos. ¡Y sin embargo Él perdona tan fácilmente, a todo el que se arrepiente de corazón! Tengas razón: He aquí la piedra de toque de la verdadera contrición: un deseo de que sea Dios quien tenga razón, aun contra nosotros. Es todo lo contrario de lo que nuestra soberbia ambiciona tan fuertemente: tener razón, salirse con la suya (cf. Job 40, 3 ss.). Los hombres se excusan ante otro hombre diciéndole: discúlpeme usted, no lo hice por maldad, fue sin querer. David le dice a Dios todo lo contrario: perdóname porque soy culpable y malo, porque lo hice a propósito. No me excuso, ni te pido que me disculpes. Al contrario: me acuso y solo espero que, después de establecida bien claramente mi responsabilidad, y aún más, que soy deudor insolvente, entonces Tú me perdones la deuda, pura y simplemente, por la sola virtud de tu asombrosa misericordia: “non aestimator meriti sed veniae...” El mismo concepto expresa la oración de San Agustín, diciendo: “tienes, Señor, ante Ti reos confesos. Sabemos que si no perdonas, con razón nos destruirás”. Aquí comprendemos lo que significa el “negarse a sí mismo” (Mateo 16, 24 s.; Salmo 48, 8 y nota; II Corintios 10, 5). Entonces es cuando resplandece la gloria de la gracia de Dios (Efesios 1, 6) por la gratuidad de su perdón, obra de su amorosa misericordia y de la riqueza de su gracia (Efesios 2, 7 ss.) y tanto mayor cuanto más confiamos en ella (Salmo 32, 22 y nota).
He pecado contra Ti,contra Ti solo,
he obrado lo que es desagradable a tus ojos,
de modo que se manifieste
la justicia de tu juicio
y tengas razón en condenarme.
7 ▼
▼7. Los Padres citan este pasaje como prueba del pecado original. El hombre es sin la gracia, incapaz del bien en el orden sobrenatural, a raíz de la naturaleza viciada. “Es don de Dios si pensamos rectamente y si apartamos nuestros pasos de la falsedad y de la injusticia; ninguna cosa buena puede hacer el hombre sin que Dios se la conceda para que la haga; cuantas veces hacemos el bien es Dios quien obra, en nosotros y con nosotros para que lo hagamos” (Denz. 195, 182, 193).
Es que soy nacido en la iniquidad,y ya mi madre me concibió en pecado.
8 ▼
▼8. A pesar de lo precedente, que equivaldría a una condenación sin remedio, David sabe —y esa es la sabiduría íntima aquí mencionada— que el confesar sinceramente, es decir arrepentidos, nuestra culpabilidad, es tan agradable a Dios (cf. versículo 18 s.), que basta para moverlo al gratuito perdón y olvido de nuestras deudas (cf. Salmo 31, 5 y nota; I Juan 1, 8 s.). De esta sabiduría, es decir, de este conocimiento del corazón de Dios, le viene a David la sorprendente audacia con que va a pedir (versículo 9) un salto inmediato del fondo de la abyección a la cumbre de la santidad (cf. versículos 6 y 12 y notas) y la absoluta condonación de todas sus deudas (versículos 4 y 11).
Mas he aquí que Tú te complacesen la sinceridad del corazón,
y en lo íntimo del mío
me haces conocer la sabiduría.
9 ▼
▼9. Alusión al rito con que declaraban limpios a los leprosos (Levítico 14, 4 ss.). Nótese que no dice “me lavaré” sino: ¡me lavarás Tú! (véase el caso de Pedro en Juan 13, 6 ss.). Quedaré más blanco, etc.: Aquí se nos enseña la perfecta humildad: yo no soy más que un pobre pecador, pero hay algo más fuerte que él y es tu misericordia infinita y omnipotente. Esto es lo que ha hecho de grandes pecadores los más grandes santos (cf. Job 7, 21; 14, 4; Lucas 7, 47; Filipenses 4, 13, etc.).
Rocíame con hisopo,y seré limpio;
lávame Tú,
y quedaré más blanco que la nieve.
10 ▼
▼10. No hay alegría mayor que la de sentirse perdonado. Jesús nos enseña que esa alegría está a disposición de todos, cuando nos dice: “Al que venga a Mí no lo echaré fuera” (Juan 6, 37). La palabra de consuelo y de gozo está así siempre a nuestra disposición en las Sagradas Escrituras (Romanos 15, 4).
Hazme oír tu palabrade gozo y de alegría,
y saltarán de felicidad estos huesos
que has quebrantado.
11 ▼
▼11. Borra: San Ambrosio señala esta maravilla: que Dios mira el arrepentimiento como un acto meritorio, no obstante ser lo menos a que estamos obligados. Además, el perdón hace renacer los méritos perdidos por el pecado, en tanto que este se borra para siempre con la Sangre de Cristo. Cf. Ezequiel 18, 22 s.; Juan 1, 29; I Pedro 4, 8, etc. Así se borró el de David (II Reyes 12, 13).
Aparta tu rostro, de mis pecados,y borra todas mis culpas.
12 ▼
▼12. Un corazón sencillo: Esto es, simple sin pliegues, o sea sin doblez, que es lo mismo que recto (cf. Juan 1, 47 y nota). Es decir que David pide aquí el espíritu de infancia (cf. Salmo 130), que fue en efecto la más preciosa característica del gran rey poeta y profeta. Por eso sin duda le reveló Dios Su sabiduría (versículo 8), tal como habrá de enseñar Jesús en Lucas 10, 21. Las expresiones “crea y renueva” indican una nueva creatura formada por el Espíritu Santo (cf. Ezequiel 11, 19; 36, 26; Tito 3, 5). San Pablo explica esto en la admirable Epístola a los Romanos, caps. 6-8.
Crea en mí, oh Dios,un corazón sencillo,
y renueva en mi interior
un espíritu recto.
13 ▼
▼13. No me rechaces: A todos nos parece, por cierto, que su santidad ha de mirarnos con repugnancia, y en verdad ello sería harto lógico (versículo 6), de modo que nunca podríamos, por nuestras propias reflexiones, convencernos de que no es así. Solo en este don asombroso de las palabras de Dios descubrimos que es todo lo contrario: basta recordar cómo obró el padre con el hijo pródigo (Lucas 15, 20 ss.). Cf. Salmo 102, 13; Isaías 1, 18; 66, 2; Juan 6, 37. “No me quites el espíritu de tu santidad”: He aquí la esencia de toda oración, la que hemos de tener siempre en los labios; la que más agrada al Padre y más nos conviene a nosotros. ¿Acaso no es este el “pan supersubstancial” que Jesús nos enseñó a pedir cada día? (Mateo 6, 11; Lucas 11, 3 y notas). Si bien miramos, ningún hijo pide a su padre que le dé de comer, pues esto lo hace él sin que se lo pidan. ¿No se ofendería el padre si su hijo le recordase cada día la obligación de alimentarlo? En cambio, ese don del Espíritu sí que debemos pedirlo como una maravillosa limosna de la santidad divina (Lucas 11, 13; I Tesalonicenses 4, 7 s.; Santiago 1, 5 y notas), mostrando al Padre que lo aceptamos y deseamos con ansia. Pues sin ello no lo tendremos, ya que el Espíritu no se impone a nadie por la fuerza, sino que, respetando la libertad, solo permanece en quien lo desea (Cantar de los Cantares 3, 5), y por el contrario, se aleja de los que se sienten capaces de valerse y manejarse sin Él (Salmo 80, 13). Si esto pedimos, como hijos del Padre (Romanos 8, 14; Gálatas 4, 6), podemos estar seguros de tener también el otro pan, pues nos será “dado por añadidura” (Mateo 6, 33). Pero se dirá, después que vino Cristo, el Espíritu habita en nosotros permanentemente (Juan 14, 17). Así es en efecto la admirable promesa del Padre (Lucas 24, 49 y nota), mas no por eso hemos de empeñarnos menos en asegurárnoslo, pues sabemos que nuestra carne y nuestra psiquis conspiran contra Él (Gálatas 5, 17; I Corintios 2, 14) y no podemos nunca dormir sobre los laureles. Porque no tenemos el Espíritu incorporado a nosotros de un modo natural sino sobrenatural, por el cual nuestra nueva creatura (versículo 12) solo se levanta sobre el cadáver del hombre viejo (I Corintios 5, 17; Gálatas 6, 15; Efesios 4, 22-24; Colosenses 3, 10).
No me rechaces de tu presencia,y no me quites el espíritu de tu santidad.
14 ▼
▼14. Sobre la alegría véase versículo 10 y nota; Juan 17, 13; 15, 20. Espíritu de príncipe es el que nos corresponde como hijos de Dios (Gálatas 4, 5-7; II Timoteo 1, 7; I Juan 4, 18 s.; Romanos 8, 2; Juan 15, 15, etc.) y significa a un tiempo la humildad de quien necesita ser dirigido por otro, y la confianza de quien se sabe hijo de un gran señor. Son los sentimientos que vemos en la Virgen María (cf. Lucas 1, 48 s. y notas), y cuadran admirablemente a David, por lo cual preferimos mantener esta versión antes que la de espíritu generoso (así Nácar- Colunga, Prado, etc.), que algunos aplican a Dios y otros al salmista. Este no intenta aquí llegar a poder darse patente de bueno, ni siquiera a creerse tal, pues bien sabe que somos malos, sino de tener todo el amor de Dios que cabe en ese corazón que se reconoce malo y que, precisamente por eso, es acepto como bueno para Él.
Devuélveme la alegría de tu salud;confírmame en un espíritu de príncipe.
15 ▼
▼15. Esto es: les enseñaré tus caminos de misericordia y perdón que has usado conmigo, y ellos también volverán a Ti como yo he vuelto. “La fe en el amor que Dios nos tiene es lo que nos hace amarlo” (Beato Pedro Julián Eymard). Cf. Salmo 39, 4 y nota.
Enseñaré a los malos tus caminos;y los pecadores se convertirán a Ti.
16 ▼
▼16. De la sangre: Otros vierten: de las sangres. Algunos, p. ej. Bover-Cantera, interpretan esto por la sangre de Urías, marido de Betsabee, y sus compañeros (II Reyes 11). Pero, como ya antes se ha tratado del perdón, creemos más bien, como Dom Puniet, Desnoyers y otros, que David pide ser librado de los caminos sangrientos y aun quizá de todo lo carnal que se opone a lo espiritual (cf. Isaías 4, 4; Mateo l6, 17; Juan 1, 13; I Corintios 15, 50; Gálatas 5, 17).
Líbrame de la sangre,oh Dios, Dios Salvador mío,
y vibre mi lengua de exultación
por tu justicia.
17 ▼
▼17. Con estas palabras comienza siempre el Oficio divino, como para mostrarnos que sin el Espíritu Santo no podemos dar al Padre ninguna alabanza que le sea grata (cf. Romanos 8, 26; I Corintios 12, 3; Santiago 4, 3; Isaías 6, 5 s., etc.).
Abre Tú mis labios, oh Señor,y mi boca publicará tus alabanzas,
18 ▼
▼18. La Vulgata dice: Si quisieras sacrificios en verdad te los ofrecería. El original es, como vemos, más terminante. Aquí aprendemos cuál es el sacrificio que a Él le agrada. Cf. Salmos 39, 7; 49, 8-13 y notas; 33, 19; Proverbios 15, 8; Isaías 1, 11; Oseas 6, 6; Daniel 3, 39 s., etc., y notas.
pues los sacrificios no te agradan,y si te ofreciera un holocausto
no lo aceptarías.
19 ▼
▼19. Las palabras entre corchetes se consideran como glosa.
Mi sacrificio, oh Dios,es el espíritu compungido;
Tú no despreciarás, Señor,
un corazón contrito [y humillado].
20 ▼
▼20 s. Por tu misericordia , o sea, aunque no lo merezcamos. Véase Jeremías 30, 13 y nota; Lucas 2, 14. Reconstruye: Es decir: hazlo Tú mismo. Coincidiendo con la observación precedente, el hebreo es aquí más terminante que la Vulgata, la cual dice: para que sean edificados. Versículos discutidos. Algunos, y no pocos intérpretes, los consideran como añadidos durante el cautiverio babilónico, cuando los desterrados veían en este Salmo la expresión de su dolor. La Comisión Bíblica considera como posible esta interpretación (mayo 1° de 1910). Otros, como Fillion, no la comparten. La Biblia de Gramática correlaciona este pasaje con Salmos 68, 36; 121, 6; 146, 2; Malaquías 3, 3 s. Puede verse también Isaías 66, 21; Jeremías 23, 15-33; Ezequiel 40, 39; 43, 7, 16; Oseas 3, 4 s.; Salmo 65, 15. En este final, como en el Salmo 101 y otros, se extiende proféticamente a toda la casa de Jacob, con referencia a la restauración de Jerusalén, el pedido que se empezó formulando individualmente en favor de David (cf. Salmo 101, 14 ss. y notas). Las palabras entre corchetes del versículo 21 se consideran glosas explicativas que algún copista dejó incorporadas al texto. El versículo 21 es usado en el Misal romano como antífona de la Comunión del domingo X después de Pentecostés.
Por tu misericordia, Señor,obra benignamente con Sión;
reconstruye los muros de Jerusalén.
21Entonces te agradarán los sacrificios legales,
[las oblaciones y los holocaustos];
entonces se ofrecerán becerros sobre tu altar.
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